De cuerparios y guerra: Cuerpos prohibidos

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Manuel Antonio Velandia Mora

En Medellín, en la Comuna Popular 1, un grupo de jóvenes miembros de las diversidades LGTBI y de géneros y cuerpos creó el Movimiento de diversidad sexual CRAV LGTB; nació por la necesidad de visibilizar(se). Empezaron un proyecto que reúne pedagogía, arte, cultura y diversidad. Llevan 16 años construyendo historia. Su enfoque es promover la libertad sexual y la no discriminación a su población LGBT en los sectores que habitan. Tienen proceso de educación y prevención, cuentan con un servicio de escucha en salud sexual, que se encarga de orientar sobre la ITS, VIH y rutas de acceso a la atención en salud y procesos artísticos tan diversos como Banda pasión musical de niños y niñas, Papayera de jóvenes y adultos, CRAV Cómic que propone puestas en escena de sus vivencias por medio de las performances y teatro.

El festival LGTBI que se realiza como parte del Componente Memoria y patrimonio, en el que participo como performer y con un diálogo virtual, es financiado con dineros públicos de presupuesto participativo gestionados por la Alcaldía de Medellín, Secretaria de Cultura de Medellín, fondos priorizados por los líderes y lideresas del sector cultural de la Comuna Uno Popular, operado por Metro parques y ejecutado por la corporación Apolo.

Visibilizar la historia de las personas de los sectores LGTBI y de las diversidades de géneros y cuerpos que habitan en la Comuna 1 y recordar los hechos que han llevado a que con el pasar de los tiempos esta historia haya cambiado, en el contexto del respeto de los derechos y las agresiones físicas y verbales hacia dichas personas es un espacio para que las nuevas generaciones, cotejen información de lo que vivieron allí antes, siguen viviendo con la experiencia de quienes ahora lo viven. Los relatos vivenciales, que resaltan la importancia que estos hechos tuvieron para los cambios en la actualidad y la reparación de los derechos de la comunidad LGTBI para la aceptación con respeto por las diferencias, son el elemento desde el que se pretende la reflexión sobre cómo fue y cómo es ahora, y así direccionar futuras acciones.

Performance y acción fotográfica

Cuerpario. Foto Manuel Velandia

Muchos jóvenes tienen en su cuerpo las huellas de la guerra, huellas que día a día en el reencuentro con el cuerpo transforman la corporeidad, la explicación, emoción y vivencia corporal particular de cada víctima. La diferencia con una persona que es asesinada es que la persona desaparece y con ella su dolor, pero para quienes siguen vivos, seguimos vivos, pasar de victimas a sobrevivientes y seguir viviendo la vida con alegría es un ejercicio cotidiano de resistencia al daño físico y emocional.

La reflexión sobre estas vivencias en el fundamento conceptual de la acción fotográfica, realizada in situ, que acompaña la performance “De cuerparios y guerra: Cuerpos prohibidos” que el ARTivista Manuel Velandia presenta en Medellín este domingo 7 de marzo. La acción fotográfica recrea el asesinato de la Heilyn Catalina, mujer trans de 19 años, ocurrido a las 9 de la mañana del 28 de junio de 2020.

El cuerpo no sólo un territorio físico, es también un territorio particular y en especial un territorio relacional. En el origen del cuerpo que somos existe la idea que los cuerpos, los verdaderos cuerpos, deben ser machos, falocráticas, heterosexuales y misóginos.

El cuerpo de la mujer, el cuerpo que transita, deja de ser cuerpo para ser cosa. Una cosa que puede ser utilizada como también una cosa que puede ser eliminada. Recordemos que en Colombia a los cuerpos se le llamó desechables, y el ejercicio de desaparecerlos se le denominó limpieza social.

Se trata de un exterminio que se ha convertido en un fenómeno que tiene como escenario principal ciudades o poblaciones de más de mil habitantes, y sus victimarios son grupos ilegalmente conformados que, por falta de presencia del Estado y en algunos casos con el beneplácito de agentes de este, deciden tomarse la justicia por sus propias manos. Ante el vacío estatal, algunos miembros de la sociedad lo colman, tomando la solución por su propia cuenta y riesgo.

Los paramilitares hicieron de la ‘limpieza social’ una operación sistemática. Además de llevar a cabo un trabajo contrainsurgente, hacían limpieza social, en un intento de ganar audiencia entre la población, para que los aceptaran. Pero no sólo existen en Colombia grupos de “limpieza social”, también los paramilitares hicieron de la limpieza una acción específica de su “trabajo político”.

La excusa para señalar, boletear, obligar al desplazamiento forzado, exterminar, aniquilar ha sido comprender que “ser hombre” es no “ser mujer”; un cuerpo que no se subyuga al poder de la falocracia, ya sea el cuerpo de un hombre homosexual, transitado a la masculinidad, trabajadora sexual, o el cuerpo de una lesbiana o de una mujer transitada en el género, son cuerpos que debes ser marcados, separados socialmente, aniquilados.

Si el Estado no sólo calla, sino que además participa con sus agentes en las ejecuciones, no hay razones para que en la sociedad civil se vea con malos ojos una práctica inscrita en la historia del conflicto armado colombiano.

La limpieza social existe en Colombia desde los ochentas, la primera investigación realizada en 1984 dio cuenta de más de 420 asesinatos, 2 años después el número de aniquilados sobrepasó los 640. Asesinaron hombres que eran leídos socialmente como “afeminados” y personas transfemeninas, en especial mujeres asociadas al trabajo sexual. Los grupos que ejercían y aun ejercen la limpieza social es una lista interminable. Se denominaron “Amor a Manizales”, “Amor a Medellín”, Grupo Amable de Medellín, Robocop, Grupo de Limpieza Revolucionario

(GLR), Organización de Limpieza Social (OLS), Dignidad Cartagena, Grupo Armado de Limpieza y Muerte al Antisocial, Expendedores y Consumidores de Droga (GADELSO), Grupo de Ciudadanos, la “Mano negra” que aún persiste, e inclusive existió uno llamado “muerte a homosexuales”.

Para el año 2000 el exterminio social entró en una nueva dinámica, pasó a ser un instrumento de búsqueda de legitimidad del paramilitarismo en el proceso de su implantación en las diferentes ciudades, localidades y comunas.

Entre 1988 y la mitad de 2013, el exterminio social se presentó en la tercera parte de los municipios del país. Cali es la ciudad que va por delante, tanto en casos como en homicidios. Le sigue después Cúcuta, la ciudad de la frontera donde las operaciones han tenido un gran despliegue. Luego vienen Medellín, Bogotá y Barranquilla.

Durante el gobierno de Iván duque van 448 personas asesinadas pertenecientes a los Sectores LGBTI y de las diversidades de géneros y cuerpos. La cifra va creciendo, nos enfrentamos a uno de los periodos más violentos de los últimos años contra las personas de nuestros sectores. El desborde del exterminio social en nuestro país nos muestra que somos un sector absolutamente vulnerable.

La enorme cantidad de casos que no pasan por ningún registro de medios de comunicación masiva testimonian la muerte que viene sembrando la práctica desde la fundación del paramilitarismo.

Los homicidios, son la acción que suma el 84% de los casos. La operación seudo política de la práctica del asesinato tiene como su finalidad el aniquilamiento de los/as/es diferentes. Quien “no da frutos” —hay que leer quien ya no tiene arreglo— ha de ser arrasada/o/e.

Vivir en un cuerpo prohibido o una cuerpa prohibida pone, nos pone, a las personas en un lugar sin límites, la sociedad está construida a punta de límites, las fronteras son un deber ser que nos dice lo que no debemos ser; por eso, quienes están/ estamos siendo en un espacio corporal diferente y en una corporalidad distinta quedan/quedamos signados/as/es para siempre en el territorio de la exclusión.

La performance está acompañada de una serie fotográfica que disecciona el cuerpo. A través de la fragmentación, pone atención en aquellos actos de violencia cuyas huellas reconstruyen el cuerpo y condicionan la vida cotidiana.

Fotografiar víctimas, fotografiar las heridas que deja la guerra es un ejercicio que nos recuerda la importancia de pasar de víctimas a sobrevivientes. El mundo no es en blanco y negro, pero la obra que representa la violencia si lo es, es una manera de quitarle peso al poder de la sangre y al ejercicio de poder sobre los cuerpos y cuerpas.

La performance es un ejercicio de reconstrucción del tejido social como también una forma de reconstruirse a sí mismo/a/e como ser, una amorización a través de la imagen.

En la performance las imágenes como actos de violencia se repiten, no quieren resaltar a alguien en particular, porque son muchos, muchas y muches las personas de los sectores LGTBI y de las diversidades de géneros y cuerpos quienes viven orgullosamente su vida como sobrevivientes. Nos evocan el Cuerpo territorio al que las heridas representan.