Jaime Cedano Roldán
@Cedano85
No podía ser más evidente la decadencia de las Naciones Unidas y de su Asamblea General. Lo que acaba de culminar ha sido un encuentro que no ha concitado la atención de nadie. Ni de los grandes o medianos medios ni de las redes sociales. Quedarán como recuerdo las sonrisas y hasta carcajadas abiertas que provocó Donald Trump cuando desde la tribuna quiso pavonearse de los grandes éxitos de su caótica administración, ante un auditorio que conoce de sobra su nefasto papel en temas vitales para el mundo. Pero muy rápidamente saltaría al escenario el inefable Sebastián Piñera, de quien nadie se acuerda que dijo o que no dijo en tan importante cita mundial y en cambio las redes se llenaron con las bromas relacionadas con su cipaya y cómica decisión de intentar encontrar el reflejo de la bandera de Chile en la bandera yanqui. Las enrevesadas explicaciones posteriores solo lograron aumentar las burlas generalizadas. Pero ya los chilenos conocen sus traspíeces mentales, recogidos en el libro Piñericosas. Pese a ello le eligieron presidente, como a más de uno de los presentes en la cumbre.
Nuestro buen muchacho Iván Duque preparó muy juiciosamente su primípara intervención. Cuando avanzaba a la tribuna llegó a pensar que era mentira lo que estaba pasando. Al iniciar su intervención fue muy evidente el esfuerzo que hizo para no empezar mencionando los saludos que les mandaba Álvaro Uribe, “quien los quería mucho”. Habló de los ríos de leche y miel que corren por Colombia y rápidamente dedicó su intervención a alagar los oídos de Trump, rescatando los viejos y desgastados discursos sobre la lucha contra el narcotráfico de los tiempos del Plan Colombia y fundamentalmente llamando a la guerra inmediata y sin cuartel contra el pueblo venezolano. Servil e intrascendente. Ni risas ni aplausos. Sumisión y lagartería.
Esta mediocre y decadente Asamblea General de las Naciones Unidas nos lleva a recordar asambleas extraordinarias con discursos memorables como los del Che Guevara, Fidel Castro o el de Salvador Allende. En esta asamblea la bandera de la dignidad la levantó Nicolás Maduro. No es que sea un extraordinario estadista ni un orador brillante. Pero dijo verdades en un escenario supuestamente hostil. Que no lo fue tanto y los sostenidos aplausos fueron un categórico apoyo a la soberanía venezolana y a su causa antimperialista. Y de desprecio a quienes llegaron a proponer más cercos, bloqueos e intervenciones militares. El peligro de guerra es total. Trump en su humillación y desprecio que respira es mucho más peligroso, mientras que Duque y el uribismo parecen no tener escrúpulos a la hora del gatillo y de las bombas. La calle está esperando, como reclama el senador Iván Cepeda, el rechazo generalizado a las pretensiones belicosas.
La expectativa está ahora en Brasil. El fascismo se muestra sin máscaras ni disfraces. Pero las mujeres en la calle están marcando el paso.