Del Congreso de Angostura a la Batalla de Boyacá

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Pintura que recrea la instalación del Congreso de Angostura.

Tanto el Congreso tiene sus antecedentes, como el triunfo en Boyacá tiene sus consecuencias

Alfredo Valdivieso

Antes del establecimiento de Santo Tomás de Angostura como capital provisional de Venezuela, núcleo político de la guerra de independencia, los intentos revolucionarios, por separado, fueron rotundos fracasos. Operaciones exitosas como la Campaña Admirable terminaron en derrotas catastróficas, producidas especialmente por la falta de integración, por un excluyente proyecto social y económico, y por la falta de unidad de mando. Y solo cuando la fuerza de los acontecimientos fija una experiencia no desdeñable, cuando se vira el rumbo táctico, cambiando la proyección del dominio de las grandes ciudades, cuando se valora la experiencia de otras latitudes, en especial de Haití, y cuando se decide una incorporación a la lucha de sectores secularmente excluidos, se pude precisar un nuevo eje estratégico para toda la campaña.

Al llegar el Libertador Simón Bolívar de su primer exilio en Haití (país en el que debió refugiarse después del atentado que casi le cuesta la vida en Jamaica) y conocer la rica experiencia del proceso revolucionario independentista en la isla, produce el Decreto de Carúpano y el Manifiesto de Ocumare (junio y julio de 1816), en que además de establecer que “la guerra a muerte cesa de nuestra parte”, dicta la libertad de los esclavos, condicionándola a la incorporación a la lucha por su propia emancipación. Esto permite que la enorme masa esclavizada, que hasta la víspera había servido las banderas del rey en las hordas de Boves y demás partidas, se incorporara a la pelea por la independencia.

Pero, además, a diferencia de lo acontecido en España (donde el rey Fernando, recién liberado de manos del régimen napoleónico, en lugar de jurar y aceptar la Constitución de Cádiz, se apoyó en un golpe militar encabezado por el general Elío, para restablecer la monarquía absolutista), Bolívar, al arribar de la segunda expedición de Haití, el 28 de diciembre de ese mismo 1816, produce el llamado a que realicen las elecciones al Congreso en un país dominado militarmente por el régimen colonial.

Consejo de Estado

La legalidad y legitimidad con que Bolívar inviste a la república en armas, lo lleva en su condición de comandante supremo del ejército de Venezuela y la Nueva Granada, a crear el Consejo de Estado en noviembre de 1817 (por la imposibilidad de convocatoria del Congreso); es el mismo decreto que designa a Angostura como capital provisional. Y es justamente el Consejo de Estado, como órgano legislativo provisorio, a instancias de Bolívar, el que convoca a las elecciones libres y directas en las guarniciones militares y en las poblaciones liberadas, para constituir el Supremo Congreso de Angostura, cuya convocatoria y reglamentación se insertan en el Correo del Orinoco número 14, del 24 de octubre de 1818.

Sabido es que el Congreso de Angostura, al examinar las propuestas del Libertador Presidente establece los cimientos legales y jurídicos de la República de Colombia, crea una estructura político-administrativa y militar y traza los lineamientos generales para la invasión militar a la Nueva Granada, en cuyo desarrollo descollarán las batallas de Paya, Tópaga, Pantano de Vargas y Puente de Boyacá.

Pero antes de la victoria en la Batalla sobre el Puente de Boyacá, por disposición directa del Libertador, se refuerzan con hombres, armas y orientación las guerrillas que actuaban en todo el oriente de la Nueva Granada, lo que genera acciones de retaguardia, algunas de ellas tan heroicas y definitorias como la llamada «Batalla del Pienta», o mejor masacre del río Pienta y Charalá. Estas acciones, junto a la sin igual solidaridad demostrada por poblaciones enteras como Socha, son parte esencial de la Campaña Libertadora de la Nueva Granada, así algunos historiadores y políticos, por suerte ya pocos, se obstinen en soslayarlo.

Terminada la Batalla del Puente de Boyacá, en el río Teatinos y por la senda que conducía a Santafé de Bogotá, sobre el campo de combate, quedaron apenas poco más de un centenar de muertos (de ellos trece patriotas) y un poco más de 200 heridos; pero en él fueron apresados más de 1.600 soldados realistas, incluyendo toda la oficialidad chapetona, 38 hombres. Es decir, la batalla no fue en sí una carnicería, pero con ella quedó abatido el restante ejército realista asentado en Bogotá y unas tropas dispersas en otros lugares, incluyendo las comandadas por el coronel Lucas González, autor de la masacre de Charalá y el Pienta.

Carta al virrey

Culminado ese combate que ponía término a la campaña iniciada el 23 de mayo, cuando Bolívar expuso el plan de invasión a Nueva Granada en la aldea de Setenta, es decir, 78 días antes, desde Bogotá el propio Libertador dirigió una carta al escapado virrey Juan Sámano, a quien propuso un intercambio de prisioneros, esencialmente paisanos patriotas, por realistas aprisionados en Boyacá, siendo la magnanimidad de tal monto que planteaba el canje de 12 paisanos por el general Barreiro.

Sámano no respondió y huyó del país, primero a Jamaica y luego a otras latitudes; y de manera inconsulta, contraviniendo las exactas instrucciones del Libertador, expresadas en la carta al virrey, en el Decreto de Carúpano y el Manifiesto de Ocumare de 1816 y en la práctica en Puente de Boyacá, donde no hubo degollina pese a la vigencia del “Decreto de Guerra a Muerte” de 1815, el vicepresidente F. de P. Santander, encargado en Bogotá, ordenó fusilar, el 11 de octubre, a toda la oficialidad española, aduciendo la guerra a muerte.

Cabe anotar que el único prisionero del Puente de Boyacá ahorcado ese mismo día y en lugar cercano, fue el traidor Francisco Fernández Vinoni, quien había entregado la fortaleza de Puerto Cabello en 1812.

La batalla del 7 de agosto de 1819 alcanzó tales resonancias épicas, que menos de cinco meses después, el 1° de enero de 1820, en España se alzaron militarmente altos oficiales (encabezados por los coroneles Riego y Quiroga) a los que se intentaba embarcar para América al mando de 20.000 soldados en una nueva aventura de reconquista. La revolución liberal en España (que luego sería ahogada en sangre por la naciente Santa Alianza), se produjo como consecuencia de la derrota española en la Campaña Libertadora, en especial del 7 de agosto, y de la ulterior, pero acelerada derrota y expulsión de las tropas realistas de nuestro territorio.

Consideraban los liberales españoles como sacrificio innecesario enviar a nuevos reclutas, jóvenes, a morir en nuestras tierras, y por eso además “instruyeron” a su comandante en esta parte del mundo para buscar acercamiento con los “insurgentes”, con los “sediciosos”, para hacerlos entrar en el redil del reconocimiento y sumisión a la “monarquía constitucional” (lo que desde luego, nunca sería aceptado); y por eso mismo sacaron de las mazmorras a patriotas presos en la península, entre ellos don Antonio Nariño, liberado en marzo de ese mismo año, quien pronto regresaría para asumir la vicepresidencia de Colombia la Grande en el Congreso de Cúcuta de 1821, no sin antes denunciar en Europa los crímenes de los españoles, y en especial, de Pablo Morillo.

Como consecuencia del triunfo en Boyacá y de su influjo en el trienio liberal en España, se logró plasmar el primer convenio serio, pionero del Derecho Internacional Humanitario: el tratado de regularización de la guerra, segundo de los Tratados de Trujillo, suscritos por Pablo Morillo, en representación de la monarquía española, y Simón Bolívar, presidente de la República de Colombia, en noviembre de 1820.