Del infantilismo izquierdista al narcisismo posmoderno

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Movilización en el marco de las pasadas jornadas de protesta en Bogotá. Foto Gabriel Ramón Pérez.

La crisis global lleva a algunos a caer en el pesimismo y la desesperanza. En ocasiones, los deseos por un mundo mejor son más fuertes que la paciencia necesaria para transformarlo. Los revolucionarios deben educarse en la filosofía de la praxis

Roberto Amorebieta
@amorebieta7

Los acontecimientos de los últimos meses en todo el mundo como las manifestaciones multitudinarias contra los gobiernos corruptos o las protestas juveniles contra el cambio climático son claramente una expresión de la profunda crisis que vive no solo el modelo económico neoliberal sino el propio régimen liberal representativo, o ´democracia burguesa’.

Ello quiere decir que estamos en un momento histórico muy interesante porque cada vez es más claro que el modelo de capitalismo salvaje y desregulado se ha agotado y que la ‘democracia liberal’ no es capaz de ofrecer soluciones a las cada vez más precarias condiciones de vida de la mayoría de la gente.

Incertidumbre y claroscuros

En un contexto global de incertidumbre y claroscuros como este, el mundo se convierte abiertamente en un escenario en disputa. Por ejemplo, mientras en América Latina triunfa un golpe de Estado fascista en Bolivia apoyado por Estados Unidos, la izquierda recupera el poder en México y Argentina, se movilizan los pueblos de Chile, Ecuador, Colombia o Haití y Venezuela resiste el bloqueo y empieza a presentar síntomas de recuperación económica.

En el propio Estados Unidos también se ve una polarización entre expresiones políticas radicales. Mientras Trump se esfuerza por mantener alineadas a sus bases con un discurso agresivo y mentiroso y en las calles son cada vez más frecuentes los episodios de xenofobia y racismo, por otro lado, crece el apoyo popular a figuras de izquierda como Bernie Sanders o Alexandria Ocasio-Cortez. En Europa es similar: por un lado, la ultraderecha crece en todo el continente, pero por otro hay fenómenos como los chalecos amarillos en Francia, el exitoso gobierno de izquierda en Portugal, las manifestaciones antifascistas en Italia o el nuevo gobierno de coalición en España.

Exceso de optimismo

La disputa por la hegemonía, por supuesto, no es una tarea fácil y sus resultados no siempre son los esperados. Muchas veces se hace una lectura equivocada de la coyuntura y se sobredimensionan las expectativas. Ello ocurrió, por ejemplo, después del paro cívico nacional de 1977 cuando muchas fuerzas dentro de la izquierda en Colombia se convencieron de que aquel era el momento propicio para la revolución y procedieron a radicalizar sus posturas y sus tácticas. Pero no era tal. En aquel momento no estaban dadas las condiciones y lo que sí sucedió fue que el régimen cometió el mismo error de análisis pero sacando la conclusión contraria: como la revolución parecía inminente, había que intensificar la represión acudiendo incluso al terrorismo de Estado con instrumentos como el Estatuto de Seguridad de 1978.

Este exceso de optimismo en la interpretación de la coyuntura hace que se cometan errores de análisis que suelen llevar a decisiones equivocadas. Es algo que también sucede hoy y que tiene al ciberespacio como escenario privilegiado. Por supuesto, estamos hablando de un ciberespacio donde la avalancha de información es tan abrumadora que impide hacer una reflexión serena sobre lo que sucede. Por ello una de las diferencias entre el momento político de 1977 y el actual es la cantidad de información: entonces había muy poca y hoy tenemos demasiada. Lo paradójico es que ambas situaciones conducen a lo mismo: antes la oscuridad impedía conocer, hoy lo que impide conocer es el exceso de luz.

Impaciencia por el cambio

En ese alud imparable de información encontramos noticias esperanzadoras, preocupantes o directamente aterradoras. En lo concerniente a las luchas sociales, por ejemplo, podemos seguir al minuto las manifestaciones en el Líbano, la represión contra los votantes en Catalunya o conocer en directo los resultados de unas elecciones. Así también, por parte de los cibernautas hay una avalancha de reacciones que terminan formando un batiburrillo de ideas con todo tipo de posturas y opiniones que muchas veces es imposible de asimilar y analizar.

Sin embargo, así como el optimismo en la razón –que Gramsci denominaba despectivamente ‘entusiasmo’– puede llevar a análisis equivocados, con lo contrario puede suceder lo mismo. Entre muchos de los cibernautas que exhiben una ideología progresista se ha vuelto frecuente cierto tipo de pesimismo derivado de la ausencia de resultados inmediatos de las luchas sociales. Es algo así como “no lo obtuvimos todo ahora mismo entonces no hay nada que hacer”. Es una especie de desencanto derivado de la impaciencia por los cambios sociales, los cuales se desean inmediatos.

Contra el infantilismo

Dicha postura expresada en especial por jóvenes se enmarca, qué duda cabe, en la sensibilidad contemporánea caracterizada por la inmediatez, la rapidez y la glorificación de lo efímero. Esto no tiene nada de nuevo. Lo interesante es que –un siglo después– dicha forma de pensar resulta muy similar a la que Lenin denominaba “la enfermedad infantil del izquierdismo”. En su famoso texto de 1920, el líder soviético criticaba las posiciones de los partidos obreros europeos que, ante la burocratización de sus dirigentes, habían optado por radicalizarse al extremo distanciándose de los sectores progresistas e incluso las propias masas obreras.

Ese “izquierdismo infantil” se derivaba de una lectura equivocada del momento político que llevaba a muchos militantes a aferrarse a las tesis del materialismo histórico como verdad absoluta y a asumir al partido no como un medio para la revolución sino como un fin en sí mismo.

Según esa lectura, los comunistas no debían aliarse con los socialdemócratas sino combatirlos, no debían acudir a las elecciones sino hacer la lucha armada, no debían caer en veleidades reformistas sino imponer la revolución. Lenin criticó estas posiciones porque si bien tenían la apariencia de ser dialécticas en el discurso, en la práctica política evidenciaban su carácter escolástico, casi religioso. Para Lenin –como para el propio Marx– la filosofía de la praxis no es un recetario, una verdad revelada ni una profecía histórica. Para ellos, el socialismo no es algo que ocurrirá, es algo que los socialistas harán que ocurra.

Flexibles en la táctica, radicales en la estrategia

Las quejas lastimeras porque el paro del 21 de noviembre y las manifestaciones que siguieron en los días posteriores no cambiaron el país, o las críticas a los nuevos ministros del Gobierno de España por prometer “lealtad al rey” en su posesión, son expresiones de ese infantilismo. Una de las diferencias es que ahora nos encontramos no ante el extremismo de las bases de los partidos obreros, como hace 100 años, sino ante una exacerbación de cierto tipo de narcisismo individualista que pone al individuo como centro del universo y exige satisfacción inmediata a los deseos personales. No obstante, si ahora presenciamos un fenómeno basado en el individualismo, ambas sensibilidades se parecen en que someten la realidad al deseo porque en ninguna de los dos se hace una lectura materialista de la realidad.

Por ello, es tarea de los revolucionarios ser flexibles en la táctica e intransigentes en la estrategia, ceder en lo superficial para transformar lo estructural, ser conscientes de que el purismo no conduce sino a la autocomplacencia y de que la realidad es contradictoria y dialéctica. Eduquemos, pues, en Lenin. ¡Qué falta hace!