En un informe divulgado el 21 de junio pasado, la Acnur dijo que el número de niños y adolescentes refugiados que huyen de la guerra y de los conflictos, alcanzó los 30 millones, cifra récord a la que jamás se había llegado desde la Segunda Guerra Mundial
Alberto Acevedo
Arrinconado por una enorme presión interna, proveniente de los dos partidos tradicionales, con fuerte presencia parlamentaria y de una gama de organizaciones sociales y defensoras de derechos humanos, además del descrédito internacional, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, se vio forzado a firmar, el 20 de junio pasado una orden ejecutiva que revertía otra anterior, donde se dispone la separación de miles de niños de sus padres, que habrían ingresado al país sin la documentación legal.
Aunque para la potencia norteamericana esta no es una práctica nueva, conmovió a la opinión pública la publicación de videos en donde se muestra a niños y niñas de pocos años de edad, enjaulados como animales. Entre las primeras reacciones de condena, estuvieron las de conocidos médicos que recordaron que para un niño o una niña pequeña, no hay nada que dé más miedo que perder a su mamá o a su familia; que quedarse solo frente a un mundo desconocido. Hay una relación directa entre la figura de la madre y el sentimiento de seguridad en el niño.
Y lo que hizo el mandatario norteamericano fue romper brutalmente ese vínculo, en una expresión de odio racial y de xenofobia, sin paragón en los últimos años de la administración norteamericana.
La soberanía por el suelo
En tiempos recientes, se había producido la separación de niños inmigrantes de sus padres, en un intento por desestimular el ingreso de indocumentados a Estados Unidos. Pero como dicen los analistas, para una familia de Honduras, por ejemplo, es menos peligroso el camino migratorio hacia los Estados Unidos, que la vida en los barrios de San Pedro Sula, o de Tegucigalpa, en el país centroamericano.
En estas condiciones, en 2014, algo más de 30 mil menores estaban detenidos en cárceles migratorias de los Estados Unidos; y gobiernos centroamericanos como los de México y Honduras no dijeron nada, agacharon la cabeza, y en el mejor de los casos prefirieron adelantar unas negociaciones de bajo perfil, poniendo por el piso la dignidad y la soberanía nacionales.
Como en la Alemania nazi
En el caso de ahora, la redada es más evidente, cargada de odio desde los mensajes por tuit que emite el inquilino de la Casa Blanca. La jaula migratoria es real y los niños son separados de sus padres y encerrados tras las rejas, con el daño siquiátrico del “síndrome de la privación”, que tanto daño causa en la mente infantil, según dicen los especialistas. Este enjaulamiento, para algunos defensores de derechos humanos, equivale a la palestinización de los mexicanos y centroamericanos en general, y a la israelización del gobierno Trump.
El procurador de los Estados Unidos, Jeff Sessions, por cuenta de Trump, aplica la política de “tolerancia cero”, que intensifica la separación de los hijos de sus padres. En el caso de México, libra una verdadera “guerra demográfica” que comprende la insistencia en la construcción de un “muro de la infamia”, cuyo presupuesto está incluido en la reforma migratoria que el ejecutivo presentó a consideración del congreso.
En estas condiciones, a pesar de la orden ejecutiva del presidente, que conmina a retornar los niños a sus familias, este paso aún no se ha dado, y todo parece indicar que no se va a dar en varias semanas. Los niños fueron trasladados a verdaderos campos de concentración, a la manera nazi, en zonas muy apartadas de los grandes centros urbanos, mientras los padres permanecen detenidos.
Negocio criminal
Y el propio mandatario norteamericano sigue vertiendo su odio contra los inmigrantes, a los califica de ‘criminales’. En efecto, en un tuit, Trump exhorta a no permitir “el error de Europa de dejar que los migrantes cambiaran su culturas violentamente” y critica al gobierno alemán por su política migratoria. “Los peores criminales de la tierra usan a los niños para entrar a Estados Unidos desde el sur”, puntualiza el mandatario en otro de sus mensajes virtuales.
Tomando como referencia un informe de la semana pasada de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, las cifras que se conocen sobre niños migrantes y desplazamientos de familias en el mundo, “son apenas la punta del iceberg”, y además de los fenómenos de violencia que los motivan o de inseguridad social, ponen en evidencia un enorme negocio criminal.
De acuerdo con el informe de esa oficina, en 2016, no menos de 2.5 millones de migrantes viajaron de contrabando en todo el mundo. Las redes de traficantes de personas obtuvieron ganancias superiores a los siete mil millones de dólares, cifra igual a lo que la Unión Europea o Estados Unidos invirtieron ese mismo año en ayuda humanitaria. “En la mayoría de los itinerarios, también se denunciaron asesinatos sistemáticos de migrantes”, además de violaciones, robos, secuestros y esclavitud, dice el organismo de las Naciones Unidas.
Cifras récord
Agrega el informe que la población migrante ha aumentado considerablemente en las últimas décadas. En el 2000 eran 173 millones registrados, en tanto que en 2017 ya ascendía a 258 millones de personas. La casi inexistencia de canales legales para intentar residir en otro país o los altos costos de la emigración regular, empujan a muchas personas a caer en manos de redes criminales. En estas condiciones, el año pasado murieron 6.200 migrantes en su viaje a otro país; el 58 por ciento ahogados en travesías marítimas. Un 19 por ciento debido a las condiciones metereológicas, un 8 por ciento en accidentes en vías, y un 6 por ciento debido a homicidios, precisa el estudio.
Por su parte, la Agencia de las Naciones Unidas para la Infancia, Unicef, aportó una cifra actualizada de niños víctimas de conflictos internos, que huyen a otros países. En un informe divulgado el 21 de junio pasado, dijo que el número de niños y adolescentes refugiados a nivel mundial, que huyen de la guerra y de los conflictos, alcanzó los 30 millones, una cifra récord a la que jamás se había llegado desde la Segunda Guerra Mundial.
El episodio más reciente de rechazo a la población inmigrante se dio hace un par de semanas, cuando el gobierno de derecha italiano se negó a recibir a 629 inmigrantes que viajaban a bordo del barco de rescate Aquarius, que permanecía a la deriva frente a las costas del Mediterráneo. Otros países europeos miraron hacia otro lado, y solo el gobierno socialista español de Pedro Sánchez, decidió acogerlos.