
Gabriel Becerra Y.
Ad portas de empezar una nueva contienda electoral que en teoría define democráticamente a los representantes de dos poderes públicos de la institucionalidad dominante –Congreso y Presidencia de la República– el escenario político del país empieza a decantarse con mayor claridad a pesar de los nubarrones que subsisten.

Las contradicciones de clase se amplían y se reconfigura un campo de correlación de fuerzas que determinará en lo inmediato, la continuidad o el inicio de un recambio en el poder establecido. Desde el espacio popular prima el imperativo de agilizar unas transformaciones hacia un gobierno democrático que en las actuales circunstancias no es una quimera, pero tampoco, una certeza a pesar de la existencia o agudización de las condiciones objetivas que se evidencian en la economía, la política y en la creciente inconformidad que se expande en sectores importantes como el campesinado, la juventud, núcleos de trabajadores y franjas populares en algunos centros urbanos.
El tema central del debate político electoral será la paz y las exigencias sociales que agobian a millones de compatriotas. Construir la paz es abrir campo a las reformas sociales y políticas con la intervención popular. No habrá paz si continúa el neoliberalismo rampante en la salud y la educación, entre otros derechos, y es imposible derrotar el neoliberalismo, si continúa la política de la guerra que impide la consolidación de una alternativa al modelo de las elites dominantes.
Las derechas empiezan a destapar sus alfiles. El llamado uribismo, para garantizar su impunidad, no sin complicaciones, orienta sus fuerzas legales e ilegales principalmente a romper el proceso de paz de La Habana a toda costa. Su propaganda al estilo fascista, se simplifica en la repetición del mensaje patriotero de la guerra, la actitud provocadora contra Nicaragua apelando a una falsa defensa de la soberanía nacional, y la demagogia social que no cumplió en sus ocho años de gobierno. Su fuerza será proporcional al miedo que logren imponer en la sociedad. Sus candidaturas son el rostro puro del latifundio, el militarismo y el paramilitarismo, la corrupción y la reacción ultra conservadora que con el Procurador Ordoñez a la cabeza, buscan eliminar cualquier atisbo de progresismo con el deseo de empezar la nueva Regeneración.
La versión santista se propone preservar el poder y reelegirse confiado en el respaldo mayoritario, por ahora, de la maquinaria económica del gran empresariado, sus monopolios informativos y sus instrumentos clientelistas tradicionales –Partido Liberal, Partido de la U, Partido Conservador y Cambio Radical–; pero aun así, el Presidente es víctima de inevitables contradicciones. Un guerrerista y oligarca como él, con tan poco carisma, difícilmente puede lavar su fachada y pretender ahora venderse como el pacificador y vocero de las causas populares. Todas las encuestas evidencian su persistente declive y el pobre desempeño de su equipo de gobierno. En conjunto – uribistas y santistas – son dos caras de una misma moneda enfrentadas coyunturalmente, que profundizan a su vez la crisis de dominación, y facilitan el espacio para la intervención de otras opciones políticas que todavía no irrumpen con la fuerza suficiente.
En estas circunstancias, los factores subjetivos cumplen un papel de gran importancia en las definiciones políticas que se están asumiendo desde el campo de las izquierdas y las fuerzas alternativas. No basta con los cálculos separados de grupo. Hace falta cierto sentido común que la sabiduría popular refleja muy bien en sus opiniones y sus llamados a la unidad. En el campo real por diversas razones ni el PDA, ni el Progresismo solos parecieran estar en capacidad de articular la alternativa política que el momento exige. Mucho menos, si subsisten visiones excluyentes y vanguardistas. Junto a estos componentes se necesita incorporar otras dinámicas de la lucha sociopolítica que hicieron presencia en el paro agrario y las movilizaciones populares del último periodo que incorporaron vastos sectores de la ciudadanía que no es claro se encuentren interpretados por las fórmulas existentes hasta el momento.
No se trata de forzar acuerdos superficiales bajo afujias electorales. Se trata de asumir el escenario político electoral como parte de una realidad más amplia y compleja de lucha socio política y en su contexto, explorar compromisos unitarios que ayuden a reagrupar una opción verdadera de gobierno y de poder para la paz y los cambios democráticos. En esta dirección, deberá pronunciarse la semana entrante el V Congreso de la Unión Patriótica, que poco a poco viene reconfigurando su legado organizativo y político, bajo el horizonte cierto de que si se puede reconstruir la esperanza.
@gabocolombia76