En Europa en el siglo XVII, tres de cada cuatro procesados por brujería y condenados a la horca eran mujeres. La mujer era débil y sucumbía ante la tentación del diablo, decían los fundamentalistas de la época
Alberto Acevedo
Un grupo de estudiantes de la escuela media North Andover Middle School, de Massachusetts, con edades promedio entre 13 y 14 años, conmovidos cuando en una clase de civismo conocieron la historia de Elizabeth Johnson, condenada por brujería en 1693 en el célebre caso conocido en Estados Unidos y el mundo como el de ‘las brujas de Salem’, han pedido a un tribunal norteamericano exonerar de culpas a la mujer.
El caso del juicio por brujería, fue conocido por los estudiantes en una clase magistral de la profesora Carrie Lapier, de esa institución, y los educandos tomaron la iniciativa de reunir firmas y reclamar de las autoridades locales la promulgación de un decreto mediante el cual Jonhson sea exonerada de los cargos de brujería y asociación con el demonio, por los que fue acusada y condenada a muerte.
En el caso de esta mujer, condenada a la pena capital junto a otras 150 personas en el célebre proceso de Salem, localidad situada a unos 25 kilómetros de la escuela North Andover, la sentencia nunca se ejecutó. Pero, a diferencia de otros casos, las acusaciones contra Johnson nunca fueron anuladas oficialmente. En su momento recibió un indulto, pero no exoneración. Los estudiantes ahora consideran que el nombre de Johnson debe ser limpiado y su nombre reivindicado, aunque han pasado 328 años desde la arbitraria condena.
La última de la lista
Los estudiantes han escrito cuartas a políticos locales. Una de ellas llegó a manos de la senadora Diana DiZoglio, que se interesó por el tema. Los mismos estudiantes ayudaron a la senadora a redactar un proyecto de ley que permita la absolución total, aunque tardía, de Johnson.
En los juicios de Massachusetts, entre 1692 y 1693, más de 150 personas fueron acusadas de brujería. Al menos 30 de ellas declaradas culpables y 19 murieron ahorcadas, la mayoría mujeres. 29 de ellas fueron exoneradas. Elizabeth sería la número 30 y la última de la lista, pero nunca consiguió ese perdón.
En los territorios que hace tres centurias se ubicaba lo que hoy se conoce como Massachusetts, vivían colonias de puritanos supersticiosos, militantes de un extremo conservadurismo, que llegaron a América provenientes de la Gran Bretaña, huyendo de la discriminación en su país. Y aunque se libraron de ese estigma, en su mentalidad pacata reinaban el miedo a los peligros ocultos en los bosques donde se asentaban.
¿Tenían alma las mujeres?
Habían llegado con una fe absoluta y total en Dios, y con la creencia medieval de que cualquier fenómeno natural inexplicable era un castigo divino. Y cualquier dolencia del cuerpo que no pudiera curarse con ungüentos o la oración, era diabólica.
En medio de tal derroche de fundamentalismo, sobresalía la situación de sometimiento total de las mujeres a los hombres. Ellas debían dedicarse solo a las labores domésticas y del campo y a la crianza de los hijos. En ese medio se consideraba que las mujeres eran débiles de espíritu y de constitución. Tanto que por aquella época se realizó un concilio de la Iglesia en el que se debatió si las mujeres tenían alma. Así eran los colonos de Nueva Inglaterra, formados en los principios del calvinismo.
El crudo invierno, el miedo a un ataque de los indios o de animales salvajes del bosque, el clima de superstición y la extrema religiosidad, eran el caldo de cultivo en Salem para que se desatara la paranoia.
El comienzo
La historia de las brujas de Salem comienza en el invierno de 1692, cuando una de las hijas de Samuel Parrish, el nuevo reverendo, cae enferma. Sufre horribles convulsiones, presenta altísima fiebre y dice cosas incoherentes. La única explicación de la situación la encuentran en el libro “Memorable Provideces”, que relata el caso de brujería de una lavandera en Boston, con los mismos síntomas.
Poco después, otros chicos y chicas enfermaron de lo mismo. Decían que sentían como mordeduras y picaduras en la piel y hablaban en idiomas que nadie entendía. Se retorcían en contracciones que, a los ojos de los habitantes de Salem, parecían diabólicos. Todo ello era obra de Satanás, pensaban los próceres de la localidad. Debía haber brujos entre ellos.
Resultado de esto, entre junio y septiembre de 1692, 14 mujeres, entre los cinco y los 80 años de edad, cinco hombres y dos perros, fueron encontrados culpables de brujería y ahorcados en público.
Investigaciones actuales indican que pudo haber existido una especie de enfermedad mental, situaciones de abuso constante de los niños, sumados a las creencias de la época y a la ingesta de un hongo del centeno que producía una enfermedad: ergotismo. La infección con el hongo producía una especie de histeria. Y tales reacciones fueron confundidas con posesiones diabólicas.
Años de injusticias
A lo largo de ese siglo, en toda Europa, el 75 por ciento de los procesados por brujería y llevados a la horca, fueron mujeres. La brujería era un delito relacionado con el sexo. La mujer era débil y sucumbía ante la tentación del diablo. Muchas víctimas eran curanderas y comadronas. Vivían generalmente en áreas rurales. En las ciudades pocos fueron los casos de brujería registrados.
Cuando los estudiantes de la clase del colegio de Massachusetts conocieron la historia, se interesaron tanto que decidieron actuar, dice la profesora Carie Lapier. “Parte de nuestra introducción a la clase de civismo en general se basa en la idea de la identidad, los valores, los estereotipos y el discurso civil. Así que ver la situación de Johnson desde este punto de vista, ayudó a los estudiantes a desarrollar perspectiva y empatía por su caso”, dijo la profesora.
Por su parte la senadora DiZoglio, autora de la iniciativa legal, dijo: “Es el momento de terminar el trabajo y limpiar el nombre de Elizabeth Johnson de una vez por todas. Los estudiantes han compensado años de injusticias”.