Libardo Muñoz
Una mano femenina, delicada y suave, empuña con firmeza un revólver Browning, apunta y dispara contra Lenin, por encima de varias cabezas de acompañantes que lo rodean, a la salida de un mitin con unos obreros.
Lenin es alcanzado por las balas, tiene una en el cuello y otra en la espalda.
Aterrorizado, el grupo se dispersa en segundos. Lenin cae boca abajo, muchos no alcanzan a darse cuenta de sus heridas, que son graves, pero alcanza a incorporarse sin ayuda. Cada quien busca de manera instintiva ponerse a salvo.
En una libreta de bolsillo, forrada de cuero negro que siempre le acompaña, Lenin escribe: “viernes 30 de agosto, 1918, reunión en la fábrica Mijelson”.
Ya había ocurrido el atentado contra el jefe de la Cheka en Petrogrado, Moisés Uritsky, y se le aconsejaba con insistencia a Lenin que no fuera a mítines. Pero Sverdlov le dijo a Lenin que los bolcheviques no pueden mostrar temor al enemigo, y que el pueblo no entendería que los comunistas mostraran debilidad.
Social revolucionarios o eseristas, y bolcheviques estaban unidos pero, cuando estalló un motín “izquierdista-eserista” comenzó un choque bastante parecido a una guerra civil.
En el país se respiraba un aire de frustración masiva, pues las promesas del Partido en el programa agrario, no se habían cumplido.
La atmósfera de Moscú está enrarecida y todo parece envuelto en un gran complot clandestino. Pero no es esto lo que va a encerrar al líder de la Revolución en su despacho. Lenin era consciente del ambiente conspirativo que lo rodeaba. Lenin también tenía claro que querían sacarlo del poder.
En agosto de 1918 todo el poder soviético estaba en manos de Sverdlov, pero no oficialmente pues el presidente, la cabeza del gobierno, era Lenin. Hacía falta no sólo matar a Lenin, sino fabricar un culpable del asesinato y firmar una pena de muerte para su autor.
Lenin dirige sus pasos hacia la fábrica Mijelson, va sin escoltas y decidido a dar un discurso. A la salida del mitin, una mujer detiene a Lenin sobre la acera, habla con el algo más de dos minutos, mientras crece el grupo a su alrededor.
Cuando Lenin se aproxima a su automóvil, y se encuentra a pocos pasos del vehículo, se escucha un primer disparo, seguido de otro a los pocos segundos.
Herido, Lenin se levanta
Lenin está en pie, algunos ni siquiera piensan que ha sido alcanzado por las balas. Los Guardias Rojos desenvainan sus espadas y el tumulto rodea a una mujer que es salvada de lo que estaba a punto de ser un linchamiento. La mujer, aún sin identificar, es conducida al Comisariato Militar del Distrito de Zamoskvoretski, los guardias se abren paso a los empujones y la gritería es ensordecedora.
Las primeras versiones oficiales de agosto de 1918, dicen que fue una mujer llamada Fanny Yefimovna Kaplan, conocida fanática eserista, la autora de los disparos contra Lenin. Desde los 15 años de edad, Fanny se hacía visible dentro del movimiento revolucionario. En un comienzo fue simpatizante de los anarquistas, influída por un hombre llamado Viktor Garsky, de quien estaba perdidamente enamorada. Garsky tenía un pasado lleno de sombras, en realidad carecía de convicciones políticas, era un bandido, un delincuente común. Sin embargo, Garsky involucró a Fanny en un atentado con bomba, contra el gobernador general de Kiev, el artefacto les estalló en las manos, Fanny no pudo huir, fue herida y más tarde juzgada. Condenada a muerte, Fanny obtuvo una conmutación a cadena perpetua y a trabajos forzados en la prisión de Akatui, donde casi ciega, fue liberada gracias a una amnistía, declarada en la Revolución de febrero, como una revolucionaria socialista convencida.
Un chivo expiatorio
A Fanny Kaplan la arrestaron después de varios y prolongados interrogatorios, no antes del 31 de agosto ni más tarde del 3 de septiembre. La orden de Sverdlov llega al Kremlin: fusilar a Fanny y desaparecer sus restos. Dentro de una habitación le pegan un tiro a Fanny, rocían su cuerpo con gasolina y dentro de un barril metálico le prenden fuego. No se acudió a un parte médico, como confirmación de la muerte de Fanny, lo importante parecía ser evitar que los testigos del atentado identificaran su cadáver.
Fanny Kaplan sólo hizo acudir medio ciega al lugar y a la hora del atentado a Lenin a la salida del mitin del 30 de agosto de 1918. La deficiencia visual de Fanny la descarta como autora de los disparos sobre un blanco rodeado de obstáculos. Lo que si es cierto es que la Kaplan de alguna manera participó en el complot.
Hubo otro sospechoso: Sverdlov, mano derecha de Lenin, a quien podría beneficiar su muerte. En un interrogatorio le preguntan a Fanny Kaplan: “Si usted no disparó, por qué asistió al lugar del atentado”? La mujer se encogió de hombros y respondió con otra pregunta: “¿qué falta hace saber eso”?
Fanny fue usada desde 1906, con 16 años, enamorada de un bandido común, había estado en prisión por un crimen que no cometió, lo hizo por Garsky. Era el chivo expiatorio perfecto.
El 30 de agosto de 1918 a Lenin le dispararon dos personas: el chekista Alexander Protopopov y la militante Lidia Konopliova. El 8 de julio de 1922 hay un juicio especial para los eseristas derechistas de Moscú. Los documentos de ese proceso permitieron saber quienes prepararon el atentado a Lenin y quien disparó: el militante eserista Grigori Semionov organizó el atentado y envió a la fábrica a la asesina Lidia Konopliova, militante y amiga de Semionov, quien disparó a Lenin. Grigori y Lidia desde 1918 sirvieron en la Cheka, y ese mismo año entraron a los eseristas, como provocadores profesionales. Todos fueron fusilados en 1937, incluido otro implicado llamado Konstantin Usov.
Se desangra Lenin
Entre quienes dieron las primeras versiones del atentado a Lenin está el conductor de su automóvil, Piotr Guil, quien en sus primeras versiones afirma haber visto una mano femenina que apuntaba y que después de disparar dejó el revólver en el suelo. Cada versión de Guil era diferente de la anterior, pero resultó cierto que se trataba de un revólver Browning, encontrado después, tenía cuatro cartuchos de seis posibles. Expertos de la época concluyeron en que de esa arma, fabricada por John Browning, en Bélgica, en 1902, no salieron más de dos disparos, pero en la chaqueta de Lenin se encontraron tres agujeros. Debía encontrarse una explicación del tercer orificio. “Las marcas de bala en la chaqueta no coincidían con las heridas del cuerpo” dijo un analista en ese momento.
Las pruebas se encontraron, más cerca que nadie en el momento del atentado, se encontraba otra mujer que en la ruta de Lenin de la fábrica al coche, discutía sobre la justicia bolchevique. Cuando hubo que explicar los tres agujeros de bala en la chaqueta de Lenin, se recordó cómo esta mujer, llamada Popova, resultó herida. Esa versión fue apoyada por el Estado Soviético.
Lenin recibe un tiro en el cuello y otro en un pulmón. Las dos heridas son mortales. No hay tiempo que perder pues Lenin se desangra. De pie, entra al carro y desde la puerta pide serenidad a todos.
Entre el lugar del atentado y el Kremlin hay diez minutos en el automóvil, al llegar sube sin ayuda los 52 escalones que hay hasta el tercer piso.
Un cirujano de la época, Vladimir Rozanov sube para conocer el estado de Lenin, quien se niega a acostarse y a estar quieto.
Rostros ansiosos rodean al médico y a Lenin que tampoco deja de hablar a pesar de que el médico se lo exige para poder auscultar el tórax.
El parte médico dice: “el hombro fue fracturado, otra bala perforó el vértice del pulmón izquierdo y el cuello de izquierda a derecha, el proyectil se detuvo junto a la articulación externo costo clavícular derecha”.
El cirujano Rozanov describió a Lenin como de una complexión compacta, “muestra una cianosis de los labios” le toma el pulso en la mano derecha, de nuevo el herido trata de hablar y el médico le ordena que se calle para no malgastar energías. Lenin tuvo una enorme hemorragia en la pleura, el derrame fue absorbido rápidamente, el brazo fracturado se mantuvo con una férula de abducción y convenía que el herido estuviera de pie para que los huesos se reacomodaran, y para eso sirvió la terquedad del herido que hacia sonar sus fuertes pisadas en una habitación pequeña.
Ese día, Lenin tenía la acostumbrada reunión de Comisarios del Pueblo, a pocos pasos de donde se encontraba. En el orden del día estaban: vías férreas, transporte de alimentos y creación de fondos para la alimentación infantil.
Lenin jamás se atrasaba para esa reunión de los viernes, pero ese día el médico lo envió al campo, orden que aceptó a regañadientes.
“Bueno, esto le puede pasar a cualquier revolucionario” dijo Lenin antes de partir. Cuatro días después su mejoría era notoria y estaba de regreso al pequeño desorden de su escritorio, leyendo Pravda, entre tinteros y apuntes del día.