¿Dolex o Minoxidil pa’ la cabeza?

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Muchos medicamentos ‘nuevos’ lanzados por la gran industria farmacéutica, se posicionan en el mercado gracias a costosas campañas publicitarias, cuando no son más que el mismo medicamento tradicional con distinto nombre

Alberto Acevedo

No es intención de esta nota periodística hacer una apología de los dos medicamentos objeto del titular de la misma. Tampoco una condena. En realidad, el autor no tiene elementos científicos a disposición para optar por uno u otro camino. Aunque en el caso del primer fármaco, se acude con frecuencia a su uso cuando hay fuertes dolores de cabeza, y en el segundo, se llega de manera residual, cuando algunos caballeros galanes han agotado cuanto menjurje encuentran en el mercado para frenar la caída del cabello.

Lo mejor es no acreditar el uso de ninguno de los dos, previendo excesos, que es lo más sano. Ni siquiera lo recomendaríamos al joven y talentoso editor de este semanario, a quien largas jornadas de investigación periodística la arrebatan preciosas horas de sueño y amenazan con acabar su frondosa cabellera.

El titular es un ardid -manes del oficio periodístico- para llamar la atención de nuestros lectores en torno a un fenómeno que viene sucediendo en el mundo entero alrededor de la producción de fármacos, que se distribuyen a través de droguerías y recetarios de los facultativos, de los que no se tiene un conocimiento fiable.

Viejas fórmulas

Hace poco tiempo, un estudio francés de un grupo de investigadores analizó el valor clínico de los medicamentos que llegaron al mercado entre 2002 y 2011, y encontró, para sorpresa general, que apenas el 8 por ciento de ellos ofrecía algún beneficio para la salud. Otro 15 por ciento representaba productos que desencadenaban más peligros que beneficio para la salud, y un 77 por ciento restante, productos que no ofrecen ningún tipo de beneficio para los consumidores, vale decir, placebos.

Además, muchos medicamentos ‘nuevos’, según el estudio, lanzados por la gran industria farmacéutica, gracias al pago de costosas campañas publicitarias, no son más que copias de medicamentos anteriores. Basta detenerse en los comerciales de nuestra televisión y llaman la atención las fórmulas ‘forte’, para males extremos, que son eso, copias de recetarios anteriores o con una mínima modificación, y que se venden a precios carísimos, pero que permiten al productor obtener una nueva patente y millonarias utilidades.

Muchos farmaceutas y comercializadores se guían por los estándares de la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos, FDA, fuertemente penetrada por los intereses de las grandes productoras de fármacos. La FDA a menudo exagera los beneficios de las drogas que aprueba, y menosprecia las secuelas que desarrollan, afectando a futuro la seguridad y la vida de los pacientes.

Círculo vicioso

En el caso colombiano, es conocido que, en el tratamiento de enfermedades complejas, los fármacos recetados afectan el funcionamiento del hígado o los riñones de los pacientes. Por tanto, deben tomar medicinas adicionales para controlar hígado y riñones. La combinación de ambas fórmulas, desencadena gastritis o reflujo, para lo cual el enfermo deberá tomar nuevas medicinas y aclimatar su estómago.

En todo esto, lo más grave es la proliferación de medicamentos que antes que curar, agravan la salud de los pacientes. La FDA, por ejemplo, dio el visto bueno al consumo de Vioxx, recetada para la artritis. Esta medicación causó la muerte a más de 60 mil personas, según lo comprobó el doctor David J. Graham, en estudio que publicó en 2006 en la revista norteamericana ‘Fraud’.

Los estudios científicos de la FDA son dudosos, en dependencia del dinero que reciben de las farmacéuticas. Esta organización utiliza las estadísticas de la salud de manera sesgada. “Verá, cuando la FDA revisa una nueva droga, da por sentado que es segura y luego, de manera deshonesta, le solicita a la compañía productora que demuestre que no lo es. La FDA ve a la industria farmacéutica como a su cliente, cuyos intereses debe proteger y promover. Ve su misión como sacar al mercado la mayor cantidad posible de drogas, sin importar si son necesarias o dañinas”, precisa el doctor Graham.

Nexos criminales

“Con Vioxx, teníamos buena información de pruebas clínicas y epidemiológicas que mostraban que la droga aumentaba sustancialmente el riesgo de sufrir ataque cardíaco o muerte súbita”, dice el médico investigador Graham. “La FDA revisó un estudio que sugería que el fármaco podría triplicar el riesgo de morir por asma, pero la FDA aprobó la droga”. En 2011, una investigación estimó que solo en ese año en Estados Unidos, unas 128 mil muertes pudieron ser atribuidas al asma.

No es raro en Estados Unidos que un panel de médicos, encargados de evaluar la seguridad de un producto farmacéutico, tenga vínculos financieros con la empresa que lo fabricó. Un artículo de The Independent, publicado en 2018, indica que “la mayoría de los doctores que vigilan la aprobación de drogas de la FDA, recibe pagos de las compañías que monitorean”.

Desafortunadamente estas prácticas de alguna manera contaminan también a la Organización Mundial de la Salud, la estructura especial más grande de las Naciones Unidas, que tiene como misión promover la salud en el mundo. Las OMS se financia con aportes de los gobiernos, pero también de la empresa privada.

Pensando en sus ingresos

Recientemente, el gobierno de Trump anunció que suspendía aportes oficiales a la OMS. Fue noticia mundial. La prensa, sin embargo, poco dice acerca de que uno de los mecenas más importantes de la OMS en la última década es la Fundación Bill y Melinda Gates, y que el capital de la Fundación proviene de las ganancias de grandes empresas farmacéuticas, químicas y productoras de alimentos.

Esta fundación, por razones de negocios, prefiere apoyar vacunas y medicamentos patentados, antes que productos genéricos, de libre acceso y de menor precio. Así, cuando la OMS inicia campañas mundiales de vacunación, con vacunas patentadas, se benefician tanto los productores como los accionistas. Así la filantropía de la Fundación Bill y Melinda Gates ve llegar de regreso, multiplicados, sus generosos aportes, a costa de la gente.

La discusión en torno a medicamentos letales en el mercado no es nueva. Entre 1958 y 1963, el mundo se estremeció con los efectos de la talidomida, un sedante que causó malformaciones en el feto de miles de mujeres embarazadas. El uso indiscriminado de la ranitidina, del ibuprofeno, el naproxeno o el diclofenaco, o lo que es peor, la mezcla de algunos de ellos, aumentan el riesgo de accidentes isquémicos o cerebro vasculares. Este es un drama que crece en la medida en que los gobiernos abandonan las políticas de salud pública y delegan en las transnacionales de las medicinas, ávidas de incrementar sus ganancias.

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