Gabriel Becerra Y.
@Gabocolombia76
Desde su chacra en Montevideo, donde cumple disciplinadamente con el aislamiento social, el expresidente Pepe Mujica afirmó la semana pasada entre otras frases la siguiente: «Cuando fracasa la política, fracasa la paz”.
Lo dijo a propósito de las múltiples reflexiones que por estos días se realizan para analizar y encontrar salidas y horizontes democráticos a la crisis global que enfrenta la humanidad, en el marco de la reunión del Grupo de Puebla que, a pesar de no poder realizarse presencialmente en Santa Marta, mantuvo a Colombia como su sede y aprobó una valiosa declaración política.
Mujica evidenció uno de los fenómenos más preocupantes de nuestras sociedades y sus sistemas de poder. La falta de eficacia de la política dominante, sus instituciones principales y sus dirigentes para solucionar los conflictos que aquejan a la humanidad, y evitar más desigualdades, autoritarismos y guerras.
A la vez también las incapacidades de los partidos, movimientos o liderazgos alternativos para interpretar, organizar y conducir el descontento ciudadano en una dirección contraria a la de las élites de siempre.
La privatización del poder y sus decisiones cada vez más plutocráticas y corporativas, hacen que, en la mayoría de los Estados,Pa como en Colombia el poder formal recaiga en dirigentes construidos por el marketing y la propaganda, incapaces como Iván Duque, su gabinete y buena parte del Congreso de la República, de desmarcarse de los designios impuestos por el poder real en manos de banqueros, terratenientes y militares corruptos.
En el campo global, Naciones Unidas y la mayoría de sus agencias agudizan su crisis de legitimidad. Es inaudito que, a la fecha, con millones de contagios y cientos de miles de muertos por la pandemia, este organismo no haya logrado convocar una sesión extraordinaria de su Asamblea General para debatir y construir salidas globales centradas en la defensa de sus principios y valores.
Hoy, por ejemplo, nadie garantiza en el mundo que la producción y distribución de equipos como respiradores u otros necesarios para la puesta en funcionamiento de Unidades de Cuidados Intensivos, o la futura vacuna para combatir la enfermedad no terminen siendo el gran negocio de muy pocas empresas capitalistas por encima del derecho a la salud y a la vida de millones de seres humanos.
Más que solidaridad y multilateralismo lo que prima es la ley de la selva, el sálvese quien pueda y el oportunismo con el cual las potencias mantienen los bloqueos y justifican las agresiones.
No se equivoca entonces el viejo Mujica en sus discursos.
Los principales problemas de la humanidad entre ellos el cambio climático, el acceso al agua, el hambre, las desigualdades, el desempleo, la discriminación, la violencia y las guerras no son un destino inevitable o un castigo divino; son principalmente problemas políticos.
Rescatar la política de las concepciones que la han reducido a instrumento de control, manipulación y engaño mediante mecanismos clientelares o simplemente a aspectos procedimentales y electorales es prioritario.
Urge una nueva política para la vida digna, la paz y la emancipación humana, que potencie el espíritu creador, inspirador, deliberante, popular, de sus principales protagonistas: el pueblo trabajador, la juventud, las mujeres, los desempleados, que hoy por miles de millones padecen la peor de las pandemias: el hambre y el miedo.
Necesitamos de esa nueva política para construir la nueva historia y no volver jamás a la normalidad.
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