Sonia Truque Vélez
La novela Donde nadie me encuentre, de Piedad Bonnet es una honda indagación sobre la disolución del ser. Germán, el protagonista, es un joven angustiado, que se debate entre ser gregario y a veces disgregario. Decide como catarsis escribir sus hechos, sin censura. Ha pasado por varios hospitales psiquiátricos y aburrido de entrar y salir estudia filosofía, se gradúa y hasta trabaja como profesor. Es brillante en sus reflexiones, pero la incapacidad de comunicarse con fluidez y permanencia le niegan el amor, como le sucedió con Ola¸ a quien pierde por su obstinación o el recuerdo de sus viajes, joven mochilero, viaja con poca plata, y llega a conocer de cerca el asunto de las bandas de contrabandistas de la costa atlántica y se salva de morir en una masacre sucedida en la bodega que cuidada como trabajo.
Gabriel de treinta y un años, desde la infancia ha sentido desapego por la vida. Un ansia de huir de su presente, de su pasado, acompañado de sus pérdidas: la de su madre, la de Helena, su hermana, que se convierte en compañía inasible; sus rechazos al padre alcohólico que desprecia profundamente: “Mi padre se olvidó de nosotros. Estoy seguro que trabajaba, y sin embargo mi imagen de él es la de un hombre sentado en un sillón ovejero, viendo la televisión con un whisky en la mano y los ojos enormemente líquidos.”, a los estudios de filosofía, que, no obstante, termina, pero siempre el vacío, en su búsqueda de un lugar donde acomodarse.
Y es que lo difícil de sufrir un trastorno psiquiátrico radica justamente en esa incapacidad de hacerle entender a alguien más lo que le ocurre. Los que lo han sufrido dicen que puede explicar lo mejor que puede ese trayecto al vacío, ese miedo quebradizo que agobia cuando atraviesa una línea imaginaria en tu mente que lleva más allá de lo que se asume normal, pero resulta muy difícil hacerlo con el suficiente detalle como para hacerlo creíble. Incluso realista.
Algunas novelas como La Montaña mágica de Thomas Mann, abordan el tema de las enfermedades mentales; también está Señora Daloway, de Virginia Wolf, que como sucede en la de Bonnet, es la depresión el tema central o como en La campana de cristal de Silvia Plath donde angustia y depresión se juntan.
Sin ser propiamente autobiográfica, escrita en primera persona, le permitió adentrarse en esa mirada hacia los jóvenes entre 22 y 35 años, edad que ella define como “un tiempo muy duro de definiciones. Así que hay mucha gente que de alguna forma le aportó al personaje sin que esta sea una historia particular. Todo esto me llevó a construir un personaje que no conozco. Este personaje me dio muchísimo trabajo, por la brecha generacional y también la cuestión de que sea un personaje masculino. Pero creo que de eso se trataba. Nunca imaginé que quien hiciera ese proceso fuera una mujer”.
También dice que se inspiró en vidas como las de Van Gogh, Alejandra Pizarnik, “Hölderlin caminando descalzo en invierno de una ciudad a otra. El tema del caminante me interesó mucho. Cuando viajo y veo muchachos al borde de la carretera caminando con cierto frenesí, andando hacia ninguna parte. Siempre me he preguntado ¿Qué pasa ahí? Todo eso es al final la frontera”.
Otra referencia fueron los habitantes de calle, siempre los observa y se pregunta ¿Cuándo se produjo esa hendidura?
La novela tiene un antecedente totalmente personal que logró sacar del silencio y convertirlo en prosa en Lo que no tiene nombre, donde el tema es el suicidio de su hijo.