La película de Netflix pareciera una propuesta feminista que pretende romper con los estereotipos de género. Sin embargo, la cinta no transgrede el modelo hegemónico del patriarcado
Renata Cabrales
El feminismo mal entendido es perjudicial para el movimiento de mujeres que propende por un mundo más equitativo. Cuando hablamos de luchas y reivindicaciones, las artes en general son una herramienta fundamental para expresar las ideas y conceptos en diferentes lenguajes, para cuestionar los modelos culturales hegemónicos a través de la transgresión y la subversión.
Por eso, es necesario entender la ideología feminista al utilizar cualquier tipo de lenguaje artístico con la idea de transgredir el modelo hegemónico heteropatriarcal, para no hacer todo lo contrario: reforzar estereotipos al pretender rescatar “espacios femeninos”.
Si hablamos de cine, vale la pena recordar a Laura Mulvey, quien en su obra Placer visual y cine narrativo (1981), analiza, desde una perspectiva psicoanalítica, el cine convencional para demostrar cómo la presencia de las mujeres en la pantalla grande cumple una función de objeto del deseo masculino, lo que no quiere decir que este fenómeno no esté presente en otras disciplinas estéticas.
Dumplin
Dumplin es una comedia estadounidense dirigida por Anne Fletcher, con un guion escrito por Kristin Hahn, dos mujeres. Además, la historia está basada en la novela homónima de Julie Murphy y es protagonizada por Danielle Macdonald y Jennifer Aniston, esta última, con una pésima actuación, por cierto.
La película narra la vida de la joven texana Willowdean (Danielle Macdonald), cuya madre (Jennifer Aniston) es una exreina de belleza que organiza audiciones para un reconocido certamen de belleza. Dumplin, es además un cruel apodo por el cual la joven es llamada por su propia madre, de manera peyorativa debido a su obesidad.
La joven fue educada por su tía Lucy, pues su madre no tenía tiempo para la crianza de su hija debido a sus numerosas ocupaciones como exreina de belleza y directora del certamen. Por lo tanto, su tía Lucy, quien también tenía problemas de obesidad, se encargó de reforzar el carácter de la joven, de manera que tuviera amor propio y se aceptara tal y como es haciendo caso omiso de las burlas y matoneo de sus coetáneos; de tal modo, que siempre que la niña se sentía mal por su apariencia física, esta le repetía una frase muy singular con el fin de reforzar su autoestima y ayudarle a desarrollar su personalidad, sin tener en cuenta los estereotipos de belleza impuestos por una sociedad sexista y misógina: “descubre quién eres y hazlo a conciencia”.
Abolir la opresión
La tía fallece y la joven debe luchar durante la adolescencia contra dichos estereotipos, pero en algún momento de su vida malinterpretó las enseñanzas de su tía, pues quiso rebelarse contra su madre, y toda la sociedad, inscribiéndose en el concurso de belleza para demostrar que las chicas con sobrepeso también pueden ser reinas.
Y ahí encontramos el error de una obra que pudo ser un buen referente feminista: no se trata de que las mujeres que no encajan dentro de los estereotipos de belleza impuestos concursen en reinados de bellezas para demostrar que también lo pueden hacer: se trata de abolir los certámenes de belleza, que han sido pensados precisamente para satisfacer la mirada masculina, justo de lo que hablaba Mulvey en su artículo sobre cine y psicoanálisis.
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