Alfonso Conde
En estos días de reposo, en un recorrido por tierras habitadas por colombianos con marcado acento paisa y con restricciones para la discusión política abierta, fui sorprendido por posturas que escapaban a la imagen previamente construida: para un buen número de mis interlocutores el caudillo Uribe era algo así como el ogro de la película, impulsor de la violencia fratricida como método para garantizar la perpetuación de su sector en el control de la sociedad para su propio beneficio. Hasta allí era ya sorprendente el asunto por cuanto se trata de una zona que le aporta al “iluminado” una buena parte de su votación. Sin embargo, el complemento llegó cuando afirmaron que el candidato uribista, Iván Duque, era en cambio su antítesis y lo calificaban como un muchacho decente cuyas posturas eran claramente distinguibles de las de su mentor y manejador. El voto de esos interlocutores iba a ser depositado sin titubeos por el candidato del Centro Democrático.
La inconsistencia manifestada tiene que ver seguramente con un conocimiento restringido de la política colombiana y con la influencia de los medios regionales. Pero el asunto se agrava cuando se observan “políticos” en ejercicio, militantes activos de los partidos liberal y de la U, que anuncian públicamente su desacato a las decisiones de su partido (en el caso del PL) para promover el apoyo al colectivo que quiere desmontar el acuerdo de paz construido con el concurso activo de su candidato de la Calle. Mientras tanto la U parece debatirse entre Duque y Vargas Lleras. Son los efectos de la mermelada futura de la cual no quieren apartarse los manzanillos de siempre sin importar el futuro del país.
Pero no puede haber tal tamaño de equivocaciones. El candidato de Uribe, Pastrana y Ordóñez, el infante Iván Duque, es candidato porque así lo designó Uribe para gobernar él en cuerpo ajeno. Sus posturas con lenguaje a veces matizado son, sin embargo, aquellas que nacen de las entrañas del titiritero de las cuales solo brotan el odio a toda expresión democrática y el ventajismo para su clase mafiosa. Y aspiran también a la presidencia del próximo Congreso para completar su capacidad de destrucción de nuestra sociedad.
El fascismo local está sirviendo de foco de atracción de casi toda la derecha colombiana y muestra su fortaleza. Mientras tanto la izquierda y los demócratas, que somos la mayoría, continuamos en la feria de los egos repartidos entre diversas opciones cuya unificación, desde la primera vuelta electoral, parece indispensable. Petro, Fajardo, de la Calle, Piedad Córdoba, la FARC, deben sellar la unidad de los demócratas por una nueva Colombia.