
La movilización de los pueblos latinoamericanos y la historia de las luchas populares en Colombia muestran que los cambios sí son posibles cuando el pueblo está unido
Roberto Amorebieta
@amorebieta7
Uno de los efectos de la más reciente cita electoral en Colombia es que las maquinarias tradicionales y el uribismo ya no las tienen todas consigo. Sin pretender sobredimensionar los resultados positivos que tuvieron las fuerzas alternativas y democráticas –y más allá de los triunfos puntuales– sí debe resaltarse una lenta pero evidente transformación en las opciones políticas de los colombianos. Ahora los politiqueros, las mafias y la ultraderecha miran con preocupación el panorama porque han descubierto que ya no son los únicos ni los principales actores. Su hegemonía está llegando a su fin.
Por supuesto, lo anterior debe entenderse en el contexto de un país que de forma paralela a las promesas de la paz ha sido sometido en los últimos años a todo lo contrario: políticas neoliberales que empobrecen a la gente, corrupción de los más altos miembros del Estado que se oculta con fiscales cómplices, represión a la protesta social y a las identidades juveniles, asesinato de líderes sociales y exguerrilleros, depredación de la naturaleza con megaproyectos, negligencia (por decir lo menos) en la implementación del Acuerdo de Paz, en fin, la lista es larga. Esta contradicción entre lo que el Gobierno dice y lo que hace ha contribuido al desprestigio del propio presidente Duque quien no logra convencer a los ciudadanos porque se muestra ausente, errático y frívolo. Y eso asusta también, y mucho, a los uribistas.
Contra el neoliberalismo
A ello debemos sumar las brisas que soplan por el continente donde el neoliberalismo hace agua por todas partes. En el primer país donde este modelo se impuso, Chile, después de varias semanas, los jóvenes se mantienen en las calles exigiendo no la derogación de la subida en el pasaje del metro sino directamente el cambio de modelo económico y la renuncia del presidente Sebastián Piñera, a quien no le han servido de nada las medidas que ha tomado, como derogar el alza, renovar todo su gabinete o incluso, pedir perdón. Nada. Piñera se tiene que ir.
En Ecuador el pueblo logró tras más de dos semanas en las calles, obligar al presidente Lenín Moreno a huir de Quito, derogar las medidas impuestas y convocar un diálogo nacional como única forma de mantenerse en el poder. Ya conocemos el talante rebelde de los ecuatorianos, con experiencia en deshacerse de gobiernos injustos. Esta vez, a través de una lucha organizada, sostenida y contundente, el pueblo logró poner contra las cuerdas al Gobierno y obligarle a negociar, es decir, a hacer política con y para las comunidades y la ciudadanía.
En Haití el pueblo lleva más de 40 días en las calles exigiendo la renuncia del presidente Jovenel Moïse en uno de los conflictos más importantes que se presentan en este momento en América Latina. A pesar de los más de 40 muertos por la represión, los medios de comunicación internacionales han preferido mirar para otra parte en uno de los episodios de complicidad mediática más vergonzosos de los últimos años. Sobre Haití no se habla, no hay protestas del secretario general de la Organización de Estados Americanos, OEA, no se oye a los periodistas biempensantes reclamar por la represión, no se dedican canciones ni premios Grammy a lo que sucede en Haití. Nada.
En Brasil, el presidente Bolsonaro llamó a encender las alarmas por la inminencia de masivas protestas contra él y su gobierno. Y efectivamente, su popularidad registra bajos históricos y las organizaciones sociales y populares preparan enormes movilizaciones que –esas sí– serán noticia los próximos meses. En Argentina, el pueblo ha echado a Macri por la puerta de atrás y ha puesto en el poder a Alberto y Cristina Fernández. En Bolivia, el presidente Evo Morales ha sido reelegido y la oportunidad ha sido aprovechada para poner en marcha un plan de “golpe suave” o “revolución de terciopelo”, al que ya están haciendo frente los bolivianos con impresionantes concentraciones en defensa de la democracia y el socialismo.
La lista podría continuar: Catalunya, Panamá, Perú, Líbano, Honduras, Francia. Los pueblos se levantan y exigen sus derechos. Ya no es posible mantener más tiempo la farsa del éxito del neoliberalismo cuando todo a su alrededor se desintegra. Ni siquiera los medios de comunicación logran persuadir a la opinión como lo hacían antes. Las personas –en especial las nuevas generaciones– están perdiendo el miedo y las élites se están asustando.
El miedo cambia de bando
¿Y Colombia qué? Un ingenioso apunte en redes sociales sostenía que mientras Ecuador y Chile ya habían despertado, Colombia también, pero estaba sentada en la cama mirando las chanclas. Esa apreciación –bromas aparte– es injusta. Nuestro pueblo se ha movilizado históricamente en defensa de sus derechos dejando un enorme legado de luchas populares que ha permitido construir lo poco que tenemos de Estado Social de Derecho.
Los campesinos, los estudiantes, los trabajadores, el movimiento por la paz, las luchas locales y regionales por proteger la naturaleza, la defensa de los derechos humanos, la reconstrucción de la memoria, el arte comprometido y transformador, la cultura como motor de la conciencia, las mujeres, las identidades sexuales, los indígenas, la juventud maltratada por el Esmad, el movimiento por la despenalización de las sustancias psicoactivas, los animalistas, las expresiones de fe que luchan por la justicia, los skaters, la academia crítica, los valientes periodistas que develan las miserias de los poderosos, todas y todos ellos se encontrarán y se seguirán encontrando en las plazas, las calles y las carreteras de Colombia para exigir sus derechos.
El Gobierno está sobre aviso. Sí, es cierto, se vienen masivas movilizaciones. El 8 de noviembre hay convocada una marcha por la vida y el 21 de noviembre será el gran Paro Cívico Nacional. El pueblo colombiano no aguanta más y el ejemplo latinoamericano –y nuestra propia historia– nos muestran que sí es posible.
Duque, no más. O gobierna para el pueblo o se va. Es así de sencillo. Y también así de complejo.