Economía al vacío

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Parque en la ciudad de Ibagué.

Para junio de 2018, Ibagué se posicionaba como la séptima ciudad con mayor desempleo en el país. Para finales del mismo año, ya había escalonado a la tercera posición según cifras del DANE, con un 13,8%

Carol Báez

Una débil economía, una masa trabajadora informal que nutre las calles y avenidas, una desocupación alarmante, aunada a las necesidades económicas propias de una ciudad de paso, y siendo el municipio con mayor número de casos de embarazos en adolescentes de 10 a 18 años en el Tolima, Ibagué se convierte en un nicho espléndido para la reproducción de la desigualdad imperante en el país.

Más allá de ofrecer alternativas de planificación, las madres adolescentes o las madres jóvenes padecen múltiples formas de segregación social y económica, en un país donde se promueve una economía que pretende mercantilizar la cultura, entregando al sector financiero nacional o transnacional la responsabilidad de capitalizar la sabiduría en el país, como ya se ha venido haciendo con la salud, las cesantías, las pensiones etc. La economía “creativa” no es más que otro apéndice descarado del libre comercio.

Las consecuencias

Lo alarmante de la situación, no es nuestra condición económica, política y social sino las consecuencias sicológicas que acarrea nuestra cristiana y patriarcal visión de sus desencadenantes.

El suicidio de una mujer de mediana edad con su hijo de 10 años, no nos causó reflexión alguna acerca de la frágil condición humana de las mujeres en un mundo desigual, no, las reacciones fueron condenatorias, aplastantes, señaladoras y con un tufillo de grandeza “espiritual” que poco o nada tiene que ver con las condiciones materiales de una mujer enmarañada entre la falta de oportunidades, la asfixia corporativa de los bancos y los préstamos ilegales manejados, no por simples delincuentes, sino por bandas surgidas del paramilitarismo con pasaporte a la extorsión.

No se trata solamente de exigir que la depresión se trate con “coaching del positivismo” ni con regalar anticonceptivos en los colegios, ni con “rebuscarse” la comida vendiendo por catálogo, son las condiciones materiales insatisfechas de la población las que necesitan ser tratadas de raíz, evitando que sucesos como los de “la variante” no solo condenen a una mujer y a un menor a la muerte, sino que eviten que después del deceso siga dándosele muerte por la presión social y por los roles que como madre debía cumplir: aguantar la desidia.

El Estado tiene una enorme carga, no solo con este hecho sino con el detrimento en término de oportunidades para las mujeres que ostentan el lastre cultural de asumir la tarea doméstica (maternal y de cuidado), sin ninguna retribución, la tarea social de ser “exitosas” en un mundo desgarrado, “bellas” en un mundo de plástico y sonrientes aun cuando hasta los labios estén en la tienda de empeño.

Este caso parece volverse pandémico en todo el país y sus raíces no son recientes. En la Bucaramanga de los años 80’s el viaducto García Cadena, fue para mucha herramienta predilecta para el suicidio. Un puente que con la “modernización” de la ciudad divide un gran centro comercial y enormes edificios de vivienda con un barrio deprimido con nombre de santo “San Martín” por esa época sus vecinos miraban sin espabilo los suicidas que cada semana invadían sus periferias. Los puentes viales de éste país, han servido a Odebrecht, a los ineptos medios de comunicación local, pero también han sido el epicentro del tránsito para el descanso en este país de desesperados.