
La cuarentena ha enseñado muchas cosas, sobre todo, a hacer cambios en el funcionamiento de las familias. El planeta pospandemia exige una capacidad de adaptación a nuevos roles y responsabilidades en las casas
Juan Carlos Hurtado Fonseca
@Aurelianolatino
Todos los días entre semana, Héctor Iván Hurtado Ruiz, de nueve años de edad, debe levantarse a las seis de la mañana para iniciar una nueva jornada de clases virtuales, que empiezan una hora después. Las mañanas bogotanas son frías, por lo que su madre debe prepararle un desayuno calentito para que esté enérgico.
En otra parte de la ciudad, Eva Luna Almenares Flórez, de once años, antes de las seis está lista para practicar gimnasia en un improvisado espacio que le han preparado sus padres y luego comenzar labores escolares, a través de tecnologías de la información y la comunicación, TICs.
A Héctor Iván le gustan por igual las clases virtuales y las presenciales. Lo que sí extraña es la compañía de sus amigos, motivo por el que más le gustaría volver al plantel educativo. “Lo que más me hace falta es jugar atrapadas, correr, jugar congelados, escondidas y fútbol”, comenta y recuerda que en los últimos días en los que pudo ir a estudiar, al juego de atrapadas lo habían renombrado como “Coronavirus”.
El niño, que cursa cuarto grado, indica que le hace falta su puesto en el salón y estar rodeado de sus amigos y profesores. Actualmente, su mamá se ha convertido en su mejor compañía para jugar. Con ella se recrea con carros y dinosaurios, y acomodaron los muebles del apartamento para que pueda rodar en su monopatín.
Por otra parte, sobre su nueva vida, Eva Luna, quien cursa sexto, dice que las clases virtuales están bien, aunque preferiría asistir a la institución: “Me gustaba levantarme, prepararme para ir al colegio y ahora no tengo tanto entusiasmo por eso… me gusta más estar con mis compañeros y profesores”.
Eva no solo extraña las clases presenciales. Expresa que también le hacen falta los tiempos y espacios de juego con sus amigos: “Nos habíamos inventado un juego con mis compañeros en los que alrededor de una casita intentábamos atraparnos. También en el colegio practicaba voleibol y gimnasia”.
A Eva le molesta que por la modalidad de clases por dispositivo electrónico y ante la cantidad de estudiantes, los profesores no pueden atender las dudas de todos: “Uno pide la palabra, pero la mayoría de los profesores no pueden contestar todas porque son demasiadas, por eso me gustaba más estar en el salón porque así le pueden ayudar más a uno”.
Ahora en su hogar, sus tiempos en los que no está en labores de estudio, los distribuye en ver televisión, jugar con su hermano o hacer ejercicios.

ante la imposibilidad de practicarla en un lugar adecuado. Foto Claudia Flórez
Los cambios y sus efectos
Por las redes sociales circulan videos en los que madres desesperadas se quejan de la cantidad de trabajo que les dejan a sus pequeños, lo que les demanda tiempo para ayudarlos, asesorarlos y muchas veces hacerlas.
Una gran cantidad de ellas se muestran más estresadas porque deben responder por esas responsabilidades, aunque también por las del teletrabajo y por las que son propias del hogar. Un gran porcentaje de ellas son madres cabeza de hogar y tienen varios hijos.
Ahora bien, el confinamiento está produciendo cambios no solo en la economía, sino en la cotidianidad de los hogares porque el lugar de estudio y trabajo es el mismo de descanso, por ende, los niños son afectados.
Ante esto, la psicóloga clínica María Camila González, experta en infancia, explica que las consecuencias de la cuarentena varían dependiendo la edad de los infantes. De uno a cinco años sufren la pérdida de rutina, de que los padres no les puedan dedicar mucho tiempo de manera exclusiva y de la ausencia de la estimulación que recibían en los jardines infantiles. “Además, hace falta la socialización porque empiezan a desarrollar hábitos de lenguaje, trabajo colaborativo, experimentación de sensaciones, compartir y seguimiento de reglas e instrucciones. Los espacios en casa tampoco estaban diseñados para ellos, por ser exploradores que cogen todo. Son dependientes y eso genera estrés en los padres que no pueden atenderlos”.
En la infancia media, de seis a diez años, hay una comprensión mejor y están en una socialización con pares, por eso su afectación. El tiempo de exposición a pantallas que están teniendo en esta, como en la anterior edad, es excesivo: “Muchas veces hay una sobrecarga y agotamiento, están manejando altos niveles de estrés tanto de ellos como de los papás porque también hay una expectativa de resultados que ya no es lógica, el mundo cambió, y hay que entender que las dinámicas y los resultados también”.
La exigencia se da por mantenerse en los mismos propósitos de entrega de resultados, lo que genera agotamiento físico y estrés: “Aunque son nativos digitales, no estaban acostumbrados a las pantallas para el aprendizaje. También hay afectaciones fisiológicas a nivel visual, en las posturas, por el sedentarismo; las casas no estaban adaptadas para ellos y no se les permite el juego de correr, el juego brusco y eso les hace mucha falta”, indica María Camila.
Los preadolescentes son quienes mejor proceso de adaptación al confinamiento han tenido. La profesional explica que en esta edad ven las cosas con mayor seriedad, entienden mejor la pandemia y tienen más sensaciones de miedo a la enfermedad y a la muerte; y aunque no son tan conectados a las pantallas, les afecta. “El estar en un único lugar es más fácil, extrañan los espacios sociales”.
Adaptación al cambio
Para María Camila González, las familias deben adecuarse al nuevo tiempo, entender que el mundo cambió y para eso explica algunos retos que se deben tener. “Hay muchas familias que no han entendido que hay un nuevo estilo de vida y quieren funcionar con la estructura anterior. Estamos en un momento de transición donde todos estamos aprendiendo y en esos procesos uno no se debe enfocar en los resultados. Si bajamos las expectativas se alivia el sistema familiar; si no se pudieron enviar las cincuenta tareas que nos pidieron, está bien. Por eso los colegios también han sido sensibles”.
Asimismo, aconseja que se deben enviar notas a los colegios pidiendo más tiempo o menos tareas, porque si esas instituciones no se retroalimentan no pueden saber lo adecuados que son sus métodos.
“Ya no es tan importante tener el aseo del apartamento al día, en todos los sentidos hay que bajar las expectativas porque se puede estar sobrecargando a mamá, a papá o al sistema y puede generar que mamá se enferme y ahí se complica todo. Hay que repensar roles, responsabilidades. Hay que darles tiempo a los niños, al trabajo y a la pareja. Los niños y adolescentes deben tener nuevas responsabilidades. Si no, todo el mundo se enloquece”, concluye la psicóloga, quien agrega que la pandemia está dando clases para la vida como el autocuidado, el trabajo colaborativo, el entender que el otro también es importante para mi bienestar, es decir, que se aprenden cosas que valen más que matemáticas, química o física.
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