
Culmina la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, COP26, con resultados insuficientes. Mientras los principales liderazgos del mundo hicieron rimbombantes anuncios sobre la pretendida mitigación de la crisis climática, activistas y organizaciones defensoras de la naturaleza advierten que las negociaciones siguen igual que hace 10 años
Óscar Sotelo Ortiz
@oscarsopos
En Glasgow fueron muchas las contradicciones. Por ejemplo, solo existió el covid para el sur global. Mientras las delegaciones del norte industrializado colapsaban la oferta gastronómica y hotelera en la ciudad escocesa, las personas provenientes de países como Panamá, Perú, Haití o Colombia tuvieron que cumplir cuarentenas estrictas. También fue conocido que los liderazgos del mundo llegaron a la Conferencia de las Naciones sobre el Cambio Climático, COP26, en más de 400 jets, dejando una huella ecológica calculada en 13 mil toneladas de dióxido de carbono liberadas en la atmósfera.
La cita de la COP26 reunió a los principales miembros de la comunidad internacional, a organizaciones no gubernamentales, actores no estatales, gobiernos locales y diversos grupos de activistas de todo el mundo. En medio de cámaras y flashes, en los primeros días se reunieron los “pesos pesados” (sin Rusia y China) para notificar los compromisos para mitigar el cambio climático. Entre ellos el acuerdo de 100 países (donde está Colombia) en reducir para 2030 las emisiones de metano; la noticia de 130 billones de dólares que bancos, aseguradoras e inversionistas pondrán a disposición para la acción climática; y un largo etcétera de anuncios ostentosos.
Pasado el momento de las fotos y el shampoo mediático, sin presidentes ni jefes de Estado, se dio paso a las negociaciones, espacio real donde la política absorbe el debate sobre la protección de la naturaleza. Y como el diablo está en los detalles, el mundo aún no conoce en realidad cómo se hará realidad tanta promesa.
Duque y el blablablá ambiental
Se ha hablado mucho sobre la presencia del presidente Iván Duque en COP26. A las críticas que suscitó la delegación oficial que integraban familiares, altos funcionarios del Estado y excesivas “corbatas” del Gobierno nacional, la prensa corporativa también resaltó el balance altamente positivo de la “diplomacia ambiental”.
En síntesis, se publicita que Duque capturó cerca de 1.200 millones de dólares en planes de financiación, al mismo tiempo que anunció que el país será para el 2050 carbono neutro, que en 2030 se reducirá la emisión de gases de efecto invernadero en un 51% y que el 30% del territorio nacional será área protegida.
Sobre el papel es un balance altamente positivo. Sin embargo, en el país más peligroso para defender la naturaleza y que sigue ratificar el Acuerdo de Escazú, aún no se tiene una ruta clara de cómo se van a lograr tantas promesas, si se tiene en cuenta la alta dependencia económica que tiene el país con los combustibles fósiles como fuente prioritaria de energía. No más para el año 2021, la producción de carbón aumentará en 10.7 millones de toneladas, tal y como lo anunció Fenalcarbón en la misma semana que se inició COP26.
Estás incoherencias han desatado que varios columnistas evoquen el blablablá histórico, un concepto parroquial que se encuentra en Los Funerales de la Mamá Grande de Gabriel García Márquez, donde queda en evidencia la forma como las altas esferas de la política a partir de la oratoria, siempre terminan de espaldas a las necesidades de la gente. Duque y sus pomposos anuncios así lo demuestran: puro blablablá, pero que en este caso tiene el apellido de ambiental.
Lo mismo de siempre
Y como identificamos en la edición pasada, nadie habla de la responsabilidad que tiene el capitalismo en la catástrofe ecológica. Medios de comunicación, columnistas, liderazgos de opinión e influencers de las redes sociales se abstienen de enunciar la responsabilidad que tiene el modo de producción hegemónico a escala global en la crisis climática. Para acercarnos a una lectura crítica de lo que ocurrió en COP26, VOZ habló con el biólogo y edil de la localidad de Engativá en Bogotá, Fidel Poveda.
Se han hecho gigantescos anuncios y se han firmado muchos compromisos, pero aún se desconoce cómo llevarlos a la práctica. ¿Podemos confiar en todo lo que se dice en COP26?
-En la COP26 se habló lo mismo de siempre. Y lo mismo de siempre es que hasta ahora han existido muchas declaraciones, muchos propósitos y no se ha cumplido absolutamente nada. Es la verdad. COP26 tiene un vicio de entrada. Ellos pretenden que a punta de declaraciones políticas se corrija la calamidad natural y eso no es posible. La única forma para corregir es asumiendo el problema de la naturaleza. Es decir, la restauración ecológica es una decisión política, pero la autonomía de los seres vivos no es manejable ni comprensible ni orientable por los intereses geopolíticos del capital.
¿Por qué ha sido tan difícil reglamentar el Artículo 6 de los Acuerdos de París sobre la financiación climática, que se estima es de 100 mil millones de dólares?
-Yo estoy convencido que contrarrestar radicalmente la crisis climática contribuirá a acabar el capitalismo. Pero independientemente de eso, la burguesía es codiciosa e insaciable. Impiden que se destinen 100 mil millones de dólares, que son una limosna si se compara con la riqueza de los 10 ricachones del mundo, fortuna acumulada que está tazada en 1.549.000 millones de dólares.
Alternativa radical
En esta COP26 se ha planteado la meta de evitar a toda costa que el planeta se caliente 2.7°C para el 2100. ¿Por qué produce tanto temor ese número?
–Esa meta obedece sencillamente a una resignación y es la de Los Picapiedra. ¿Qué pinta la historia de Los Picapiedra? Que toda la historia de la humanidad ha sido capitalista, una cosa ridícula que corresponde al patrón de pensamiento hegemónico. Toca resignarnos a que el capitalismo es y será y punto final. Es un mensaje paralizante e inmovilizador, fatalista y mentiroso, porque el problema para la biosfera es de menor cuantía. Han existido oscilaciones térmicas mayores, incluso de 2.7°C de temperatura media, y la biosfera ha sobrevivido a eso. Pero el problema es que eso no ha ocurrido en este periodo de civilización.
Hay ciertos sectores de la sociedad a los que les asusta más que el capitalismo desaparezca, a una posibilidad real que la especie desaparezca como ser civilizado. No están diciendo que hay una biota que nos ha enseñado que el clima la modifica y que ella se modifica con el clima. Se plantean metas económicas, montos astronómicos de dinero y la orientación a cambiar hábitos de consumo. Pero no se habla de reconocer los patrones naturales, tanto estructurales como funcionales como composicionales, con el detalle requerido en la medida de la propia diversidad intrínseca a los biomas. Nunca se habla de eso. Como no se habla de restaurarlos.
En la Bolcheradio estuvo un “técnico” que nos dijo que el debate sobre el cambio climático no debía ser politizado. ¿Cuál es tu opinión frente a esta afirmación?
-El debate es político, pero la naturaleza no. Acierta y se equivoca a la vez. El debate sí es político pero las decisiones deben ir en esa orientación de reconocimiento hacia los derechos de la naturaleza. Para que eso se dé hay que meterle ciencia a la discusión. Lo fundamental es entender el mundo vivo. El tema del cambio climático es estratégico. Tenemos que reconocer que somos seres vivos y somos especie. Que utilizamos varios grados de organización como hábitat y toda la biosfera. Desde ese punto de vista, es una cuestión estratégica. Solo declarar la preocupación por el calentamiento, no basta, incluso es paralizante. Nos cagamos del susto y el capitalismo se comió el mundo. En tanto seamos poder en el Estado tenemos que garantizar inversión en ciencia y autonomía de las personas que componen la comunidad científica. Necesitamos una alternativa radical a esta catástrofe.