Pietro Lora Alarcón
Los espacios para construir un escenario internacional capaz de direccionar la humanidad a formas civilizadas de relacionamiento, alejando la amenaza de la guerra y las agresiones a los pueblos, son ampliados o reducidos en virtud de las contradicciones imperiales, pero también por la acción de actores que tienen vuelo propio y que por su autonomía son referencias políticas disonantes para el gran capital.
Por eso, si por un lado para los Estados Unidos su interés nacional los convierte en responsables de “estabilizar el planeta”, hostilizando gobiernos, condicionando las agendas económicas e impulsando operaciones militares, incluso desde territorios como el colombiano, por el otro se mueven actores estatales que forman un contrapeso a esas pretensiones.
La interpretación de estos fenómenos busca identificar lo peculiar del ámbito internacional, que tiene características singulares y que es fundamental para las fuerzas revolucionarias de las sociedades nacionales, no solo por la tensión dialéctica entre lo interno y lo externo, sino porque determinar los rasgos del modo de producción dominante, sus contradicciones y energías que lo sustentan o con el que rivalizan, resulta imprescindible para desarrollar una táctica adecuada.
En ese marco, el proceso de expansión económica y política de la estructura hegemónica de poder encabezada por Estados Unidos, la Unión Europea y Japón, comprende acciones de control permanente de organizaciones como el Consejo de Seguridad de la ONU, la OTAN, la OMC y el FMI.
Igualmente, pasa por movimientos de cooptación, aislamiento y fragmentación de los actores disonantes que ejerzan el contrapeso sistémico. La estructura los incluye en los grandes foros, haciéndolos aparecer como los nuevos miembros del club de los dominantes, ocultando que su presencia es incómoda, pero inevitable. La segunda se concentra en impedir aproximaciones entre estos Estados y el resto del mundo. La última estimula movimientos y acciones internas que dividan la relación entre pueblos y gobiernos. Aquí no hay mucha medida ni límites que valgan.
Entre los actores disonantes e incómodos que quiebran una armonía expansiva del capitalismo está la República Popular China, que en marzo divulgó su 14º Plan Quinquenal, previendo recursos nacionales para la innovación tecnológica estratégica, las industrias de vanguardia y la reducción de las emisiones de carbono, enfatizando fortalecer su moneda y la infraestructura del país.
El Plan incluye inversiones internacionales y recordemos que se trata de la mayor potencia económica del planeta en términos de calidad del poder de compra y de uno de los cinco mayores exportadores e importadores del mundo, que recibe más de 600 mil empresas extranjeras y que alberga 480 de las 500 mayores empresas multinacionales.
El control rígido del envío de ganancias al exterior fue determinante para crecer en 30 años en 10% promedio de su PIB. Naturalmente, esto mueve todo el ajedrez, y desde luego, China tiene legítimas preocupaciones sobre su seguridad, por eso armas adecuadas hacen parte de su nivel de desarrollo, teniendo en cuenta el territorio y los intereses de otros Estados.
Con toda seguridad China tiene dificultades, pero es un competidor directo para Estados Unidos, y es un factor determinante en cualquier análisis político porque quiebra hegemonías históricas, mueve la balanza, ejerce el contrapeso y entre otras cosas porque, con serenidad y paciencia milenaria dicen oficialmente: “China apoya los esfuerzos realizados por Venezuela para mantener su soberanía, su independencia y su estabilidad interna, y por eso nos oponemos a cualquier interferencia extranjera en los asuntos de Venezuela”.