¿El fin del uribismo por sus propios medios?

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El Centro Democrático, lejos de ser una colectividad que persigue acuerdos programáticos, tiene en el círculo más cercano a Uribe un ambiente hostil donde las disputas por el poder son frecuentes

Con la proliferación de candidatos y alianzas de derecha, queda claro que el uribismo está perdiendo su influencia en la opinión pública

Pablo Arciniegas

Contrario al Pacto Histórico por Colombia, hasta el momento la estrategia de Uribe de cara al 2022 es mantener a su partido dividido, esperando que del canibalismo emerja un reemplazo tan leal como Carlos Holmes Trujillo. Pero a estas alturas es muy complicado y se han visto claros síntomas de desesperación, como la supuesta presión que la bancada del Centro Democrático hizo para que Tomás Uribe fuera candidato, además de los intentos de proyectos de Ley que buscaban extender por dos años la administración Duque.

El caso es que mientras el uribismo se dilata, en otros sectores de la derecha nacen las coaliciones y los nuevos aspirantes. Desde febrero, el Partido Conservador, que no tuvo candidato en las presidenciales pasadas, dijo que presentaría una opción independiente para el próximo año y que esa podría ser Martha Lucía Ramírez. Mientras que los medios están hablando de una coalición cristiana, en la que figuran Vivianne Morales y Jimmy Chamorro. De hecho, un ente de tres cabezas: Peñalosa, Char y Federico Gutiérrez, es el que hoy pretende el respaldo del “centro”, que ha estado huérfano a raíz de las irregularidades encontradas en Hidroituango, en las que resultó involucrado Sergio Fajardo.

Esta proliferación de precandidatos y alianzas oficialistas, que consideran que también tienen oportunidades de gobernar, deja ver un uribismo que ya no es capaz de aglutinar, que va perdiendo el poder de escoger al próximo presidente del país a discreción. Y si bien, el Acuerdo de Paz y los hallazgos de la JEP le han dado duros golpes ideológicos, no hay que olvidar que la decadencia siempre tiene un origen interno.

Ya no será quien él diga

Con el proceso por falsos testigos con petición de preclusión por el fiscal ad hoc Jaimes, Uribe compró tiempo, pero también adquirió un favor. Nada raro en él, que lleva toda su vida haciendo precisamente eso: política. Sin embargo, en su afán por gobernar en cuerpo ajeno a través de Iván Duque, no estimó que la poca idoneidad para ser presidente que tenía el muchacho con el que compartía pasabocas en el Congreso, le iba a jugar en contra.

Porque hoy el Gobierno de Colombia no solamente ha favorecido a una minoría de poderosos con sus reformas tributarias o ha utilizado el miedo para legitimarse y repartido puestos por todas las embajadas y oficinas públicas (como también hicieron sus predecesores), sino que es terriblemente impopular, debido a que se atrevió a criticar con la publicidad lo que finalmente terminó haciendo. Y las audiencias no olvidan que en 2018, por ejemplo, había vallas de Duque donde decía “más trabajo, menos impuestos”.

El punto es que para alguien que depende tanto del estado de la opinión como Uribe, la favorabilidad es vital. Es lo que le permitió reelegirse y también ganar el plebiscito del 2016. Y si su situación jurídica dependiera de esa favorabilidad, seguramente no tendría abierta ninguna investigación. Pero lo que no ha tenido favorabilidad es la elección de su sucesor, porque primero no gustó Santos, que a los ojos de sus seguidores resultó un traidor, y tampoco ha gustado Duque, quien para esos seguidores no inspira autoridad y no ha hecho más que caer en escándalo tras escándalo, desde la ñeñepolítica hasta utilizar el Archivo General de la Nación para imprimir un libro de la primera dama.

Obviamente, todo esto le pasará factura a Uribe en el 2022, cuando le busque respaldo a su candidato y los otros partidos oficialistas le recuerden que va por el segundo strike y que mejor le queda negociar su bendición por fuera del Centro Democrático, para así mantenerse alejado de la Fiscalía. De modo que es probable que el candidato de la derecha para las próximas elecciones no será, al 100 %, el que diga Uribe.

Un uribismo más grande que Uribe

El Centro Democrático lejos de ser una colectividad que persigue acuerdos programáticos, tiene en el círculo más cercano a Uribe un ambiente hostil, donde las disputas por el poder son frecuentes. La única regla de ese club, como advierte una película, es demostrar quién es el más uribista, y a Duque, en su periodo como congresista, le sirvió adoptar el comportamiento del alumno favorito del profesor, muy diferente a la del senador Carlos Felipe Mejía (hoy precandidato del CD), que fácilmente pierde el temperamento cuando se trata de defender a su jefe político.

Lo cierto es que esa zalamería le bastó al actual presidente para vender una imagen del “menos barra brava”, como lo llamaba el columnista Daniel Samper Ospina, y, así, conquistar votos de “centro”. Pero, lo que hoy están esperando los seguidores de Uribe es a alguien más radical, ya que para el 2022 se tratará de “salvar al país”. Por lo que estrategias políticas como las de la congresista Paola Holguín, que fundó ‘Los Paolos’, su secta interna en el partido, pueden ser determinantes para construir un uribismo más grande que Uribe.

Después de todo, no es descabellado que la presión por obtener el aval que da la mayor popularidad en las elecciones presidenciales pueda venir de adentro y más en un país como Colombia, donde la tradición política enseña que a los gobernantes no les cuesta perseguir a sus promotores. No hace más de quince días, por ejemplo, la senadora María Fernanda Cabal le reclamó a Iván Duque por reunirse con Rodrigo Londoño, líder del partido Comunes, y de paso lo rotuló de santista.

Es claro, entonces, que de esa inquisición por saber quién está o no con el líder, no se salva nadie, ni siquiera el mismo Álvaro Uribe que puede terminar en el banquillo por no ser lo suficientemente uribista, ya sea por su actual proceso en la Fiscalía o en otro escenario legal, so pena de no entregar su respaldo, así sea a un candidato que no es de su total confianza.

El debate tiene que evolucionar

Es lamentable que el debate de toda un ala política de Colombia gire en torno al extremismo y a las cábalas políticas, como las llamaba Álvaro Salom Becerra en su novela Al pueblo nunca le toca. Pero este hecho deja en evidencia cómo la clase dirigente nunca ha utilizado el poder para construir un proyecto de país ni para llegar a un acuerdo sobre las políticas que se deben implementar para que se dé una verdadera industrialización y libre competencia del mercado, principios que irónicamente debería defender la derecha.

La discusión, en cambio, está más enfocada en quién va a heredar la popularidad de hombre que cada vez se queda más solo, y no en temas claves para la agenda del país como el cambio hacia una nueva matriz energética que nos aparte de los riesgos del cambio climático o mecanismos sociales que nos ayuden a construir una memoria que explique la desigualdad tan enraizada que perdura en la sociedad colombiana.

Hace 16 años, con su primera reelección, Álvaro Uribe fabricó un monstruo que hoy parece ser más grande y temible que él mismo, y aunque su astucia lo ha ayudado a evitar ser juzgado hasta ahora, no es garantía de que pueda vivir tranquilo. Además, no solo su círculo más cercano puede estar conspirando contra él, sino que las víctimas de sus persecuciones y atrocidades no han arrojado la toalla, y como sucedió en su audiencia de preclusión, con la demanda al fiscal Jaimes, estarán listos para agotar el ordenamiento hasta que haya justicia. O que quede en evidencia frente al mundo que en Colombia el principio de la seguridad jurídica, que tanto alerta a los uribistas, no existe.

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