La experiencia neoliberal en Perú no es diferente a la del resto de países de la región, pues el capital financiero se valió de un gobierno antidemocrático y violento para imponer a la fuerza la apertura neoliberal. Y como Colombia, Perú quedó al margen de la ola de gobiernos alternativos que se presentaron en América del Sur durante los años 2000. Además, en las últimas décadas la capacidad de movilización de los sectores populares peruanos ha sido débil.
Este panorama cambió en el lapso de un año. En noviembre de 2020 estallaron masivas protestas contra la decisión del Congreso, una institución que los peruanos perciben como corrupta, de destituir al presidente Martín Vizcarra. Y en junio de 2021 Pedro Castillo, un maestro rural y líder sindical sin carrera política ganó la presidencia con un programa que propone el aumento de la inversión social, incrementar las cargas impositivas sobre el patrimonio y las utilidades de los más ricos y la inclusión de los indígenas y los campesinos.
Castillo enfrentaba a Keiko Fujimori, la hija del criminal expresidente Alberto Fujimori. Aunque el régimen aperturista de Fujimori se caracterizó por una tremenda corrupción, por la limitación de la democracia y la violación de los derechos humanos, su figura sigue influyendo en la política peruana actual. Keiko ha sabido aprovechar la imagen de su padre para construir su propia carrera política.
Así, en 2016 estuvo cerca de alcanzar la presidencia, cargo que perdió en una cerrada elección con el también neoliberal Pedro Pablo Kuczynski. Keiko se dedicó a minar el gobierno de Kuczynski denunciándolo continuamente por corrupción… mientras que al mismo tiempo ella enfrentaba cargos de financiación ilegal de su partido en relación con Odebrecht.
Pese a ello, Keiko, con un fuerte apoyo de la gran prensa peruana, pudo presentarse en las elecciones presidenciales de 2021. Pero pocos contaban con el ascenso meteórico de Castillo.
El 11 de abril de 2021 Castillo ganó la primera vuelta con 2.724.752 de sufragios, o sea, el 19% de los votos; apenas cinco meses atrás, las encuestas señalaban que la intención de voto por el profesor llegaba a tan solo un punto porcentual.
Castillo ganó la simpatía de varios sectores de la sociedad peruana en una campaña que proponía fortalecer la educación y la salud públicas, dotar de más herramientas al Estado para intervenir en la economía y frenar el saqueo del país. Además, le hablaba directamente a la población indígena y mestiza rural, excluida de las agendas políticas tradicionales.
En tal forma Castillo no solo escaló en las encuestas, sino que se hizo a un lugar entre los votantes, a pesar de las campañas de desprestigio de los medios, que fueron desde calificarlo de comunista -un fantasma que sigue recorriendo Nuestra América-, hasta relacionarlo con Sendero Luminoso.
La campaña mediática empeoró para la segunda vuelta. Fujimori, que logró el 13% de los votos en primera vuelta, se convirtió en la esperanza de todas las fuerzas reaccionarias que buscaban parar a Castillo. Hasta el antifujimorista Mario Vargas Llosa, autoproclamado paladín de la libertad quien no se sonroja al abrazar neonazis ibéricos, llamó a votar por Keiko, e incluso insinuó la necesidad de un golpe de Estado ante una eventual victoria de Castillo.
Pero Castillo se impuso, primordialmente gracias al voto rural: en el interior andino y en el sur del país, en departamentos como Cusco, Apurimac, Huancavelica y Ayacucho, ganó con más del 80% de los votos. Quechuas y Aymaras resultaron fundamentales en la segunda vuelta.
El miedo que promovió la gran prensa no fue suficiente para darle la victoria a Keiko, que recogió buena parte del voto urbano, especialmente el de las zonas más exclusivas de Lima.
Castillo encara ahora varios retos. Más allá de las acusaciones de fraude de Fujimori, el presidente electo deberá enfrentar un congreso adverso donde la derecha, en cabeza del fujimorismo, buscará por todos los medios boicotear las iniciativas de gobierno. Además, su partido, Perú Libre, enfrenta casos de corrupción, algunos de los cuales hacen parte de la llamada lawfare, estrategia que probablemente se recrudecerá conforme avance la nueva administración. Por otra parte, veremos cómo las polémicas originadas por la visión conservadora del profesor frente a temas de género y familia, se irán desenvolviendo durante su gobierno.
Lo cierto es que con Castillo se abre un espacio de disputa entre el campo popular y el neoliberalismo, y resultará crucial en el futuro inmediato. Los elementos positivos y exitosos del gobierno del maestro peruano se convertirán en referentes de América Latina.
Ni un golpe de Estado, reclamado por los sectores militaristas, ni las marrullerías de Keiko Fujimori impedirán el canto del cisne de la extrema derecha peruana. Excelente ofrenda en el bicentenario del Acta de la Independencia.