Poeta, escritor, pintor y guerrillero, su muerte no puede borrar su irreverencia incómoda para el Establecimiento, que nunca le perdonó su insumisión
Redacción VOZ
Ha muerto Jesús Santrich. Los detalles de su muerte aún no se conocen en su totalidad y tal vez nunca se conozcan. Circulan todo tipo de versiones acerca de lo sucedido, pero ninguna ha sido confirmada. Solo se sabe que murió, según una declaración de la propia Segunda Marquetalia, rápidamente tumbada de internet, en una emboscada en territorio fronterizo entre Colombia y Venezuela en la Serranía del Perijá. A Santrich lo acompañaban dos personas, quienes también han perecido en la acción. El Gobierno venezolano no ha hecho una declaración formal y el Gobierno colombiano no se ha comprometido con ninguna versión, más allá de sugerir que hubo un combate entre grupos irregulares.
Quedan muchas preguntas que seguramente nunca tendrán respuesta. ¿Por qué se desplazaba únicamente con dos personas? ¿Iba de incógnito? ¿Se dirigía a alguna reunión? ¿Le pusieron una trampa? ¿Quién es el responsable de su muerte? Entre las versiones sobre la autoría del hecho se mencionó inicialmente al ejército colombiano, luego a la Guardia venezolana, luego al grupo liderado por Gentil Duarte y luego al grupo delincuencial Los Mercenarios que opera en la región de Maicao. Incluso se llegó a sugerir que había sido un grupo de asesinos profesionales contratados expresamente para asesinarle. En otras palabras, nadie lo sabe.
La persona
Seuxis Pausias Hernández Solarte, como se llamó hasta su marcha a la insurgencia, fue un hombre caribe hasta la médula, hijo de una pareja de maestros quienes lo criaron junto a seis hermanos, le enseñaron el amor por la literatura y le imprimieron el compromiso social que lo caracterizó siempre.
Miembro de la Juventud Comunista y licenciado en Educación de la Universidad del Atlántico, formó parte de la Unión Patriótica desde su fundación en 1985 hasta 1990, cuando partió a la insurgencia. Ese año, su mejor amigo y mentor, Jesús Santrich, dirigente de la JUCO y biólogo de su misma universidad, fue asesinado por unos detectives del DAS, lo que impulsó a Seuxis a incorporarse al XIX Frente de las Farc y adoptar el de su amigo asesinado como nombre de guerra.
Seuxis fue un hombre sensible, lector infatigable -mientras su salud se lo permitió-, amante de los vallenatos, poeta, escritor y pintor. Autor de tres libros: Versos Insurgentes (2007), Cuentos y diez relatos Tayronas (2008) y De Beethoven a Marulanda: el asunto de las raíces románticas del marxismo fariano (2012). Un humanista. Hablaba en lenguas y logró entablar una relación de mutuo respeto con los mamos de la Sierra quienes, ante la arremetida paramilitar de los años noventa, por pedido de Seuxis brindaron refugio a miles de familias que huían de la persecución.
El guerrillero
En la insurgencia, desarrolló su trabajo revolucionario en los departamentos de la Costa Atlántica, fue uno de los comandantes del Bloque Caribe y llegó a conformar el Estado Mayor Central de las Farc. Allí fue definitiva su labor como ideólogo y educador y fue uno de los fundadores de la “Voz de la Resistencia”, la red de emisoras clandestinas que las Farc construyeron a lo largo y ancho del país, como componente fundamental de la guerra psicológica que hacía frente a la desinformación propagada por las emisoras del ejército.
Durante las negociaciones de paz en La Habana, el papel de Seuxis fue fundamental en la redacción final del Acuerdo pues como miembro del equipo negociador fue uno de los autores de la versión final del documento. Además, impulsó el enfoque de género que puso al Acuerdo a la vanguardia en los avances por el reconocimiento de los derechos de las mujeres. Nunca antes se había incorporado el enfoque de género a un acuerdo de paz. Formó parte además del grupo de diez exguerrilleros que ocuparían las curules en el Congreso de la República, fruto también del Acuerdo de Paz.
Seuxis fue un líder formidable. Poseedor de un carisma arrollador, se ganó el cariño y el respeto de la guerrillerada que lo veía como un padre. Poseedor también de un temperamento irreverente, no temía enfrentarse con quien fuera y burlarse de sus contradictores en su cara. Fue un enfant terrible.
Su estética, su discurso, su atuendo y su sola presencia llamaban la atención y rompían esos formalismos que se hallan más allá del afecto y la fraternidad sincera. De una cultura amplísima, que iba desde los autores clásicos, pasando por la literatura latinoamericana hasta los conocimientos ancestrales de los pueblos originarios, era un interlocutor que atrapaba, capaz de durar horas y horas en disquisiciones sobre el país, el arte y la poesía.
La figura
Tal vez la faceta más conocida y más polémica de Seuxis fue la de figura política. Tras el comienzo del proceso de paz, su irreverencia le granjeó rápidamente la animadversión del Establecimiento e incluso de muchos sectores del “centro bienpensante” que lo veían demasiado altanero, demasiado altivo, demasiado orgulloso. Varias veces, en agrias entrevistas con periodistas de los medios corporativos, se le llamó la atención por su carácter rebelde que no se ajustaba a las formas tradicionales de la política en Colombia, y él, corrosivo como era, solo atinaba a burlarse de los mojigatos periodistas.
Tras el grosero entrampamiento del que fue víctima por parte de la Fiscalía, la policía y la DEA -que pretendían extraditarlo a Estados Unidos con el fin de sabotear el Acuerdo de Paz- pudo recobrar su libertad y posesionarse como representante a la Cámara. Aquellos días dieron para varias anécdotas que reflejaron su talante y que fueron registradas en estas mismas páginas, como la camiseta de ETA que lució una persona el día de su liberación o el patético show que montaron los representantes de la Alianza Verde cuando asistió a la plenaria de la Cámara.
Finalmente, la evidencia de que el proceso judicial en su contra avanzaba a pasos agigantados en un país donde cualquier trámite judicial tarda años, le hizo darse cuenta de que había sido víctima de una traición por parte del Estado colombiano, que le extraditarían a como diera lugar -algo que la guerrillerada nunca admitiría- y que ello significaría el fin del Acuerdo de Paz. Todo en medio de los aplausos de una “opinión pública” que ya había sido convenientemente entrenada por los medios de comunicación para temerle y odiarle. Seuxis regresó así a la guerra, motivado por lo mismo que ha empujado a todos a la guerra en este país: el miedo a morir en vano.
Y murió en su ley. Altivo e irreverente, se hizo incómodo para el Establecimiento que lo sacrificó porque nunca pudo soportar su talante transgresor e indomable. Ese mismo Establecimiento que se tambalea hoy por cuenta de los miles de jóvenes que en la calle reclaman sus derechos. Seuxis es sin duda un personaje que la historia deberá reivindicar cuando por fin los vencidos formen parte de ella. Fue un hombre contradictorio como todos, humano como todos, pero transgresor como ninguno.
Tuvimos diferencias políticas pero eso ya no importa. Descansa en paz, Seuxis. Que la tierra te sea leve.