Elegía a Rodulfo Fernández

0
1960
Homenaje del maestro Calarcá a Rodulfo Fernández

Eduardo Pulido

El viernes 6 de noviembre, a las 5:00 p.m., falleció en el hospital de Kennedy a los 90 años Rodulfo Fernández, otra víctima del covid-19 que aparece como un número más en las estadísticas diarias.

Hace poco, el 17 de septiembre, celebrábamos de forma virtual su iniciación como hombre nonagenario.

Lo conocí hace casi 20 años, en aquellos días ya era uno de los abuelos históricos del barrio Nuevo Chile de Bogotá y contaba con su verbo fluido y pícaro su participación en las luchas por la vivienda, acompañado de gigantes como Mario Upegui al que apodaba como alias «Sancocho», mostraba su cicatriz hendida en lo profundo de su cuerpo, por cuenta de un atentado de arma blanca, cuya historia se encuentra tallada en una de las partes del libro Las luchas por la vivienda en Colombia de Carlos Arango, quien fue además su gran amigo.

Además de su don en el discurso contaba con una memoria prodigiosa, podía recitar en un solo aliento poemas como Reír llorando de Juan de Dios Peza, recordaba hasta el precio y la editorial del primer gran libro que leyó en su adolescencia: La divina comedia de Dante Alighieri, que leyó tanto en prosa como en verso.

Narraba sus correrías por todo el país desde su juventud y su afecto profundo a su infancia caleña, a la que le dio su espacio para retornar, luego de décadas de distancia, hace tan solo un año, en una despedida definitiva a su ciudad de origen y que hasta hoy comprendimos que lo fue.

Nunca perdió su sentido crítico de la realidad ni su lectura de la actualidad, los últimos días, cuando la lectura se le hacía difícil, los pasaba prendido a las noticias de TeleSur y de actualidad RT. Desparpajado en el habla, un poco imprudente y soberbio, terminaba todo con una carcajada y un comentario balsámico o mordaz.

Fue un melómano hasta el final y no perdía momento para recordar sus noches de bohemia al ritmo de los tangos e impresionaba su amplio vocabulario del lunfardo, aún sus oídos que se apagaron mucho antes que él no le impidieron disfrutar de la buena música y la tertulia recurrente.

Quedan a su legado sus hijos y nietos, todos inscritos en la crítica profunda de la sociedad y conscientes de la necesidad de construir una realidad distinta. Se nos fue el viejo Rodulfo, pero quedan sus historias, y parafraseando a Eduardo Galeano, uno de sus escritores favoritos: «No estamos hechos de átomos, sino de historias» y en ese sentido, Rodulfo se queda aquí entre nosotros.

📢 Si te gustó este artículo y quieres apoyar al semanario VOZ, te contamos que ya está disponible la tienda virtual donde podrás suscribirte a la versión online del periódico. 

tienda.semanariovoz.com