Con los altos niveles de audiencia que hoy tiene esta producción televisiva, vale la pena indagar por qué el éxito en el público, tal y como lo alcanzó 17 años atrás
Óscar Sotelo Ortiz
@oscarsopos
Con el sigilo propio de una aventura clandestina, Norma Elizondo (Danna García) se acerca con elegancia a la humanidad de su enamorado, el ahora albañil Juan Reyes (Mario Cimarro); su expresión delata un ladino deseo por transcender los encuentros que a media luz han ocurrido y que solo la pareja dimensiona. Sin perder la mirada coqueta que no sorprende al rudo obrero, entrega una nota y se retira.
Horas después los dos amantes se reencuentran en algún lugar de una ciudad sin nombre, alquilan una habitación de un hotel y se entregan a los goces mundanos del deseo, escena que es acompañada por la versión en balada de ‘Fiera inquieta’, canción oficial de la telenovela. Aunque la audiencia esperaría algo propio al frenesí de los anteriores acercamientos, el esperado episodio es una oda a la ternura del amor prohibido en medio de una historia intensa cargada de emociones.
Batiendo récords
Alcanzando un techo en rating de 14.3 puntos, el fragmento del capítulo anteriormente descrito se transmitió en televisión nacional el pasado viernes 17 de julio en medio del confinamiento.
El “reencauche” de la telenovela colombiana ‘Pasión de Gavilanes’ (2003) casi década y media después de su lanzamiento, está batiendo nuevamente récords en audiencia, no solo en la parrilla convencional de la noche, sino también en la plataforma Netflix, que la ubica en el último mes como la tercera producción más vista en todo el país. Es decir, públicos tan distintos como el tradicional consumidor de televisión, así como nuevas generaciones cautivadas por el boom de las series, están viendo la “telenovela de la noche”.
Por lo tanto, vale la pena preguntarse cómo un “refrito” alcanza los números que hoy está logrando. ¿Por qué ‘Pasión de Gavilanes’ embruja hoy con tanto éxito a la gente tal y como lo hizo hace 17 años? La respuesta es sencilla, pero al mismo tiempo compleja, se resume citando un viejo proverbio popular: el diablo está en los detalles.
Vieja guardia
Sin temor a equivocarse, ‘Pasión de Gavilanes’ es una pieza de culto de un género que hoy se resiste a su extinción: la telenovela. Es importante identificar que el éxito de este formato ha construido poderosas industrias culturales desde la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días en países como México, Venezuela, Colombia, Brasil o Chile.
El valor agregado para esta particular producción lo imprime el estilo único del misterioso escritor colombiano Julio Jiménez. ‘Pasión de Gavilanes’, que es una adaptación para Latinoamérica de la telenovela Las aguas mansas (1994), se centra en la vida de los hermanos Reyes (Juan, Óscar y Franco), familia que busca vengar la muerte de su hermana Libia (Ana Lucía Domínguez) pero que termina involucrándose sentimentalmente con las hermanas Elizondo (Norma, Sara y Jimena), hijas del responsable.
Coloquialmente se podría decir, que con pueblos culturalmente “noveleros” como los latinoamericanos, ‘Pasión de Gavilanes’ cae como anillo al dedo. La telenovela, que combina de manera magistral drama, comedia y romance, se ajusta al formato de culto y el público vieja guardia así lo reconoce.
La estructura
Es importante identificar que ‘Pasión de Gavilanes’ confecciona una historia que evoca dinámicas ajustadas al viejo siglo XX que se resisten a ser superadas. La espacialidad socioeconómica donde se desarrolla la telenovela está articulada a la anacrónica estructura de la hacienda y todo aquello que emerge del imponente mundo de los caballos. Todo esto se desarrolla en un país ficticio, pues este nunca es enunciado ni identificado a lo largo de la extensa trama.
Esta última característica no puede limitar el análisis. En Colombia, por ejemplo, la existencia de este modelo hacendatario ha sido la causa de importantes estallidos sociales por el derecho a la tierra para quien la trabaja, así como el engranaje perfecto para la proliferación de fenómenos como el paramilitarismo o el narcotráfico. Sin embargo, en ‘Pasión de Gavilanes’ el modelo no genera grandes tensiones ni fenómenos ilegales.
Ahora bien, la historia sí deja expuestas las desigualdades sociales propias de la estructura económica. La existencia de ricos, muy ricos (hacendados, ganaderos, empresarios, etc.) se contrasta con la vida de la muchedumbre empobrecida (servidumbre, peones, albañiles, vaqueros, trabajadoras explotadas de entretenimiento, etc.).
Lo cultural
Esta conflictividad social, que entre otras cosas recrea el relato clásico del amor divido por clases sociales entre el hombre pobre y la mujer adinerada, carece del protagonismo de un sujeto colectivo que busca cambios. De hecho, lo plebeyo-popular se proyecta como algo burdo mientras el sueño constante de las gentes marginadas es lograr no solo la ostentosa riqueza sino también el prestigio que confiere.
Aunque es una producción colombiana, ‘Pasión de Gavilanes’ se esfuerza en construir una atmosfera cultural de lo latinoamericano con el propósito de generar consumos en todo el continente, con especial énfasis en Estados Unidos. Sobre este acápite lo simbólico juega un papel fundamental.
Los protagonistas -ya sean principales o secundarios- representan valores culturales alrededor de distintos estereotipos propios de la cultura latina. La combinación del estilo musical tex-mex, que interpreta la sensual Rosario Montes (Zharick León), con la estética del cowboy “chicano” (los hermanos Reyes) y la exaltación de la belleza propia de la mujer latinoamericana construyen un fuerte y enigmático sentido de identidad.
Sociedad patriarcal
En el transcurso de la historia se encuentran de manera constante manifestaciones de la sociedad patriarcal. Indiscutiblemente todo lo que simboliza el Bar Alcalá así lo demuestra, siendo este el más evidente, pero no el único, de los ejemplos.
La representación, tanto estética como social de la masculinidad ruda, brusca y con un alto nivel de belleza como modelo estándar de “hombría”; el hito de la violación sexual que sufre Norma y el tratamiento revictimizante que le da tanto su mamá Gabriela Acevedo (Kristina Lilley), como su esposo Fernando Escandón (Juan Pablo Shuk), exponiendo la normalización de la violencia en la institución del matrimonio conservador; o el hecho que el personaje homosexual de la novela, Leandro Santos (Sebastián Boscán), no pueda demostrar sus gustos abiertamente, reflejan que en la totalidad de la producción existe un paradigma social, político y cultural propio de una sociedad profundamente machista, que es legitimada incluso por personajes queridos como el abuelo Martín Acevedo (Jorge Cao).
Sin embargo, existe un respiro de emancipación. El rol que desempeñan las mujeres, en especial las hermanas Elizondo, es de abierta confrontación a la institución que en la vida cotidiana ejerce una particular opresión sobre sus cuerpos y sentimientos, siendo el detonante de la rebeldía la prohibición del amor.
En conclusión, ‘Pasión de Gavilanes’ como producto de la industria cultural atrapa por la historia original de amores y odios, así como por la construcción vibrante de personajes que glorifican la estructura clásica del género de la telenovela. De igual forma, tanto el orden socioeconómico como la anestesiada conflictividad de clases generan apropiación en diversificados públicos con la premisa, “después de tantos problemas, es posible salir de la pobreza”. Finalmente, gracias a un sincretismo extraño pero efectivo, se evoca a una producción cultural de lo popular que toca las fibras de la identidad colectiva latinoamericana, así sea representada como burda o estrafalaria.
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