El show Navalny

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Alekséi Navalni. Foto YuriI Kochetkov

Ricardo Arenales

A pesar de que está vinculado a la escena política rusa desde hace 20 años, no fue sino a partir de su supuesto envenenamiento, el año pasado, que el nombre de Alexei Navalny ocupó las primeras páginas de casi todos los noticieros de la prensa occidental, que influye fuertemente en la formación de opinión pública en el mundo.

En el pasado reciente, Navalny fue presentado en los mismos medios de manera contradictoria. Algunos lo calificaron de “despreciable” racista de extrema derecha, otros de “liberal” pro occidental, y no pocos de luchador por la libertad.

Ex alumno de la Universidad de Yale, en Estados Unidos, Navalny entró a la vida política rusa en el año 2000, al integrarse al partido Yabloko, de tendencia liberal. Por presentar serias diferencias con su radicalismo de derecha, el partido lo expulsó al poco tiempo. Casi de inmediato ingresó al grupo ultranacionalista “Marcha rusa”, que evoca las épocas del zarismo y se le vio al lado de grupos neonazis y cabezas rapadas.  Para entonces, en unas declaraciones suyas comparó a las minorías étnicas del Cáucaso con las cucarachas.

Metamorfosis

“Si bien las cucarachas se pueden matar con una zapatilla, en el caso de los humanos se recomienda una pistola”, dijo el joven político en un video. En otra ocasión se expresó en contra los migrantes de Asia central: “Hay que expulsar los grupos de inmigrantes legales o ilegales, que se arrastran hasta nuestros vecindarios como bestias”.

En 2013 se postuló como candidato a la alcaldía de Moscú, y con una retórica nacionalista obtuvo el segundo lugar en la votación. En esa ocasión, algunos medios lo presentaron como el político anti-Kremlin. Navalny se muestra hoy como el líder liberal que propone erradicar la corrupción y desarrollar vínculos más estrechos con las potencias occidentales.

Algunos analistas consideran que el gobierno de Putin es un régimen bonapartista, con manifestaciones de perpetuación en el poder. Un régimen así lleva inexorablemente a expresiones de corrupción. A los ojos de Estados Unidos, que al comienzo del mandato Putin se hacía ilusiones con el gobernante, ahora lo considera demasiado independiente y amenazador.

Un proceso poco contado

En este contexto, el objetivo de la actividad de Navalny se insinúa como de denuncia de la corrupción oficial, tanto económica como política. Convoca manifestaciones públicas que son declaradas ilegales, y se dice que como consecuencia de ello enfrenta varios procesos judiciales.

Esta forma de mirar las cosas tiene tanto de ancho como de largo. Lo real es que hay otra historia que los medios occidentales no cuentan. Navalny está en la cárcel, no por ser un disidente, ni siquiera por su militancia en grupos de extrema derecha pro fascistas. Ha sido puesto en prisión porque en 2014 un tribunal lo declaró culpable por haber defraudado, junto con su hermano Oleg, a la empresa de cosméticos francesa Yves Rocher Vostok, en la suma de 26.8 millones de rublos.

A Navalny se le impuso además una multa de 500.000 rublos y quedó claro que la defensa podía apelar la sentencia. Fue sometido a prisión domiciliaria, pero al menos en seis oportunidades incumplió citaciones judiciales, y finalmente violó el régimen de prisión con beneficios. En esas condiciones, otro tribunal sustituyó la detención domiciliaria por una de prisión efectiva intramural, y el 17 de enero pasado se hizo efectiva su captura.

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