El encapuchado, ¿patriota o delincuente?

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El encapuchado es un exponente de la desobediencia civil.

“Bajo un gobierno que encarcela injustamente a cualquiera, el hogar del hombre honrado es la cárcel”, Henry David Thoreau humanista estadounidense

Alberto Acevedo

La investigadora social Paola Antonelli afirma en uno de sus estudios que la capucha es un ícono a través de la historia. Los primeros hombres que la usaron pertenecieron a las sociedades de la añeja Roma o de la Grecia antigua; es decir, estaríamos hablando de 3.000 años atrás.

Durante la Edad Media, muchos monjes llevaban trajes parecidos a túnicas con capa, como parte de un uniforme tradicional. De allí la palabra capucha.  A lo largo de siglos, los individuos la han utilizado como elemento de protección contra la lluvia, el mal clima, como parte de un uniforme tradicional o simplemente para ocultar su rostro.

En épocas recientes, sigue teniendo multiplicidad de usos: como extensión del vestido en una moda exótica, como uniforme del célebre y escabroso grupo racista norteamericano Ku Klux Klan; la utilizan los cargueros del Santo Sepulcro en las procesiones de Semana Santa en Popayán; pero también el Hombre Araña, Batman, Robin, el Jocker, los indígenas zapatistas de Chiapas, algunos cantantes de rock y hasta los asaltantes al Banco Central de España en La casa de papel.

Cóncavo y convexo

También ha tenido, por décadas, un uso sexual, en la medida en que uno otro contendiente en las escenas de alcoba podría elevar al máximo el éxtasis en la relación, si se coloca casi al punto de la asfixia con una capucha. Es probable que la hayan utilizado los amantes furtivos del buque carguero “Suspiro”, que viajó hace unos días de Cartagena a San Andrés, protagonizando escenas amatorias colectivas, que, desafortunadamente contribuyeron a la expansión del contagio del coronavirus en nuestras dos mayores islas del Caribe.

Las capuchas las usan los cuerpos élite de asalto de la policía y el ejército, para operaciones especiales o de orden público y, no nos digamos mentiras, con el objeto de que no sean identificados los uniformados. Como en el viejo dicho de que, “el que la debe la teme”, se cuidan por anticipado de cualquier acusación o investigación por violaciones de derechos humanos o por cualquier homicidio, (verbigracia Dilan Cruz) que de antemano van a calificar como “daño colateral”.

Organismos especiales de la inteligencia militar, a menudo, suelen hacer operaciones de ‘trabajo sucio’, y entre su indumentaria se encuentra la capucha como uno de sus elementos preferidos. Y, en este panorama, ¿cómo encajan las capuchas que utilizan los estudiantes, universitarios y de secundaria, en las manifestaciones callejeras?

Disfrutando la libertad

En cada jornada de movilización estudiantil, son demasiadas las cámaras que los vigilan, y demasiados los traidores (soplones) que esperan agazapados para delatarlos ante los servicios de inteligencia. Ya es frecuente, que al lado de las tanquetas de la policía que lanzan gases o chorros de agua, esté el oficial de inteligencia filmando cada escena, para posteriores tareas de identificación, valga decir, de criminalización de la protesta social. En este sentido, gracias a la capucha, la persona ejerce una forma de libertad.

La capucha permite una forma particular de gozo juvenil, y esto puede molestar a quienes no quieren dejar de lado la moral hegemónica. La capucha crea una identidad colectiva, solidaria, libertaria, gozosa. Y los seres humanos disfrutan gozando la libertad.

A finales del año pasado, en medio de tormentosas jornadas de protesta estudiantil, en Hong Kong y Chile se presentaron sendas iniciativas legislativas para penalizar la actividad de los encapuchados. En el caso de Hong Kong, la norma rápidamente fue declarada inconstitucional pues los jueces consideraron que va más allá de la restricción de las libertades individuales. Cualquier agente de policía puede detener a una persona que utiliza capucha en un lugar público, indicaron los magistrados, sin necesidad de que exista la tipificación de un delito como tal.

Defender el anonimato

Pero, “consideramos que está claro que la medida excede lo que es razonablemente necesario para lograr el objetivo de la aplicación de la ley, la investigación y el enjuiciamiento de manifestantes violentos, incluso en las circunstancias violentas imperantes en Hong Kong”, dijeron en ese momento los integrantes del Tribunal de Primera Instancia.

Diferente fue la situación en Chile donde el gobierno del presidente Sebastián Piñera presentó a consideración del congreso una ley anticapuchas, que recibió aprobación en primera instancia en el senado de la República. La medida recibió de inmediato el repudio de importantes sectores de la sociedad. La ONG Derechos Digitales, publicó en su página web un manual sobre la importancia de “defender el anonimato”.

El abogado de esta ONG, Pablo Viollier, dice que “tapar la cara es un derecho fundamental. A nadie se le puede castigar dos veces por la misma conducta. Si tú rompes un paradero encapuchado, haber tapado tu cara fue un medio para cometer el destrozo. Se te debe castigar por el delito que cometiste, no por el medio empleado”.

Sin ‘palanca’

La otra discusión que se da es el rol de los encapuchados en el movimiento estudiantil. El movimiento estudiantil es polifacético, variado, por momentos ascendente. Hay varios movimientos estudiantiles. En Colombia, por ejemplo, varias federaciones estudiantiles. Y se discuten las diferencias de actuación entre los estudiantes propiamente dichos y los encapuchados.

Para María José Cumplido, licenciada en Historia, esa diferencia es puramente ideológica, pero ambos sujetos hacen parte de un mismo movimiento estudiantil. Son parte de un todo, pero luchan desde esquinas diferentes y utilizan medios distintos para conseguir su objetivo: una educación de calidad, pública y gratuita.

Hay un ingrediente adicional que debería ser objeto de estudio: el descontento. No son los hijos de los ricos los que salen a las marchas, al tropel. En el caso de las universidades públicas, son los hijos de los pobres y de la clase media. Muchachos a los que se les prometió un futuro de éxito y de superación. Llegan al mercado laboral y éste les cierra las puertas, porque no acreditan experiencia o porque no tienen una ‘palanca’ para conseguir un empleo.

En el terreno de las luchas juveniles, el encapuchado no es un delincuente. Son sujetos que ven en la lucha violenta, en la desobediencia, que tanto defendió Henry David Thoreau, un llamado de atención en un país injusto y altamente excluyente. Que saben que el agente del Esmad nunca los ha protegido, nunca les ha tendido la mano. Con sus acciones extremas están gritándonos que el problema es más grave y más urgente de lo que parece y su solución va más allá de una simple reforma estudiantil y, por consiguiente, más allá de un decreto represivo del gobierno.

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