¡Arriba! ¡que no se sepa si es baile o batalla! -Rimbaud
Alberto Blandón Schiller
Como un barquero de ciudad Iván Méndez va remando sensaciones. Así construye estas narraciones que navegan por el humor triste buscando la otra orilla, una esquina donde el entusiasmo y la imaginación permitan cultivar el aire y escarbar en la cotidianidad hasta encontrar el apasionamiento de las palabras.
Son relatos que indagan por la manera de contar un cuento; en ese sentido van más allá de la imagen para mostrarnos el alma de los personajes – el punto en que se pierde la inocencia-. Cada historia es el despojo de la insensibilidad lo cual nos acerca a los sentimientos más profundos.
Hay en estos relatos un llamado a recuperar la palabra y el pensamiento, como el pueblo que aún espera a Eulalio o el andariego que revuelca en la memoria con el aroma del café recién preparado. Son historias para mirarnos en el espejo y aprender de la crueldad; en ese sentido hay en cada relato una puesta en escena que recrea la realidad, que trabaja atmósferas a partir de la observación hasta lograr, desde la potencia del detalle, la verosimilitud haciendo creíbles las historias.
No se trata del espejismo y las baratijas de las frases ligeras y retóricas o de las historias truculentas y lineales. Es la narración desmenuzada y nacida de las barriadas, inmersa en los extramuros, construida con las rasgadas palabras, con el lenguaje que cruje tras la piel de los espejos recuperando el asombro, haciéndonos contertulios en el silencio del gran sanatorio en que se han convertido las ciudades y que habitamos a pesar nuestro.
También se pueden leer estos relatos como siniestras y tenebrosas historias, tal el relato Liz. O adentrarnos en el corazón de un viejo y quejumbroso roble que puede ser un nido, una cuna y una mortaja.
Tras cada relato se va construyendo una especie de acertijo donde las palabras con sus melódicos sonidos iniciales y las imágenes, nacidas por fuera del único libro no son lo que aparentan, van más allá en búsqueda de la liberada frase que en algún momento el desaparecido Eulalio pronunciará para no quedarnos en el silencio enfermizo de la madre que cegada por la luz de la muerte implora una presencia que nunca reconoció.
Un elemento interesante, más allá de la búsqueda de un “nuevo lenguaje”, es el tratamiento del tiempo, que en últimas se convierte en una pregunta, la pregunta por la delgada lluvia, o por las mutaciones digitales o por las aguas que nadan en el mar y por el despojo y la caída que nos aguarda cuando nos desconecten de la red.