Erick Hobsbawn, la historia y la revolución

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Eric Hobsbawm 1917-2012.

Yebrail Ramírez Chaves

En Alejandría –la legendaria ciudad fundada a mediados del siglo IV a. C., en la zona occidental del delta del Nilo, por el joven rey de Macedonia, Alejandro Magno, luego de vencer al rey persa Darío III– nació hace cien años el historiador marxista Eric Hobsbawm, exactamente el 9 de junio de 1917. En aquellos tiempos (1882-1946) Egipto estaba bajo el dominio del imperio británico, por lo que Hobsbawm tuvo nacionalidad inglesa de inmediato.

Su vida y obra

Poco tiempo después del nacimiento de Hobsbawm, él y su familia se instalaron en Viena, donde transcurre su infancia hasta 1931, año en que muere su madre Nelly Grün (dos años antes había fallecido su padre Leopold Hobsbawm). Luego, Eric y su hermana Nancy se trasladan a Berlín para vivir con sus tíos. Mientras Hitler accedía al cargo de canciller de Alemania en enero de 1933, Hobsbawm hacía su primer contacto con la obra de Karl Marx. En ese mismo año, meses más tarde, la familia se radica en Londres, y tres años después Hobsbawm inicia sus estudios universitarios en el King’s College de la Universidad de Cambridge, donde se doctoró en historia, luego de una breve pausa por la Segunda Guerra Mundial, en 1946 con una tesis sobre la Sociedad Fabiana, precursora del Partido Laborista. También en 1936 se vincula al Partido Comunista hasta su disolución en 1991.

Finalizado su doctorado, Hobsbawm se une a un conjunto de historiadores marxistas, entre los que se destacan Edward Thompson y Cristopher Hill, para fundar el significativo Grupo de historiadores del Partido Comunista. Fue este el momento en que la historiografía marxista inicia su ascenso hacia las cumbres más honrosas del pensamiento revolucionario. Se formó así una brillante pléyade de historiadores, especialmente anglófonos, cuya fuerza intelectual radicaba en Marx y Engels.

En 1948 publica su primera obra, El punto de inflexión del trabajo, y en 1959 sale a la luz Rebeldes primitivos, donde analiza las “formas ‘arcaicas’ o ‘primitivas’ de la agitación social” como el bandolerismo, las sectas religiosas obreras o las sociedades secretas del sur de Europa. De esta manera, a finales de los años cincuenta del pasado siglo se ubican las raíces del periodo más fecundo en investigaciones y escritos de Hobsbawm “para la eternidad”. En ese momento emerge de su máquina de escribir la magnífica tetralogía “La era de…” que lo inscribió en la cuadro de honor de los historiadores más importantes e influyentes del siglo XX, a saber: La era de las revoluciones: Europa de 1789 a 1848; La era del capital: 1848-1875; La era del imperio: 1875-1914; Historia del siglo XX (The Age of Extremes: the short twentieth century, 1914-1991 es el título original en inglés).

En esta trayectoria Hobsbawm enriqueció la comprensión de la historia desde una mirada marxista.

La historia según Hobsbawm

En aquel Grupo de historiadores comunistas se definieron las concepciones básicas de su actividad académica. Tenían por fundamento transformar las interpretaciones habituales y predominantes de la historia, que la reducían a las acciones y a la psique de los grandes personajes, haciendo especial énfasis, por el contrario, en la premisa del materialismo histórico según la cual la “historia la hacen los hombres, pero en condiciones heredadas a ellos por las generaciones precedentes”, por lo que la historia es siempre una creación colectiva, el resultado de la acción recíproca de los hombres y de éstos con la naturaleza; la historia, además, se ha desenvuelto en medio del antagonismo de clases (hasta ahora) y de una forma social concreta. En otras palabras, la interpretación de la historia debe partir desde abajo.

Hobsbawm comprendía que la historia es un acaecer profundamente contradictorio, pues los hombres son a la vez sujeto (aquí radica su poder y libertad potencial) y objeto (y aquí su servidumbre, necesidad y sujeción en acto) de ella. Para él, “sin la distinción entre lo que es y lo que no es (…) no puede haber historia”, cerrando las puertas a una concepción relativista. No se trata de priorizar una mirada retrospectiva idealista, donde prima el “si x hubiera hecho esto, habría acontecido y” o “si a tal vez hubiera actuado de otra forma, b no hubiese respondido así”; se trata, más bien, como diría en Historia del siglo XX, de “comprender y explicar por qué los acontecimientos ocurrieron de esa forma y qué nexo existe entre ellos”.

Es igualmente sugerente que Hobsbawm hable del “largo siglo XIX” (1789-1914) y del “corto siglo XX” (1914-1991). Esta afirmación tiene su sustento teórico en la concepción marxista del tiempo como tiempo histórico más que cronológico. Para Marx el tiempo social debe comprenderse como devenir histórico, es decir, en y por la historia y no fuera de ella. No intuitiva e individual sino praxeológica y social. No es que Hobsbawm se desplomara en el ingenuo planteamiento, por ejemplo, de que la caída del “socialismo real” representó el fin del siglo y de la historia. Más bien indica que los siglos históricos o eras no se limitan al calendario, pues esto implica la no comprensión crítica del significado preciso de los acontecimientos y de las acciones de la humanidad que no responden única ni principalmente a las fechas establecidas. De ahí que la Toma de la Bastilla y la Revolución Industrial constituyan el acto (más que la fecha) inaugural del triunfo del capitalismo y la sociedad burguesa, la génesis de la “larga era del XIX”.

La esperanza en la revolución

Eric Hobsbawm, hasta el final de sus días, mantuvo nutridas esperanzas, sostenidas por su constante investigación histórica, en la capacidad humana para las transformaciones radicales a fin de una reorganización social basada en la justicia e igualdad social. Resulta elocuente al respecto que uno de sus últimos libros lo titulara Cómo cambiar el mundo. Marx y el marxismo. 1840-2011, cuya columna vertebral es una reflexión, a partir del rastreo del impacto póstumo que tuvo el pensamiento de Marx, sobre el futuro de la humanidad en el siglo XXI.

Además, sus múltiples visitas a América Latina (que le impulsaron a desarrollar valiosos estudios sobre nuestro continente, e investigaciones específicas principalmente sobre Colombia, Perú y Argentina), desde los años sesenta del pasado siglo, fortalecieron su espíritu crítico y anticapitalista. Para este historiador amante del jazz –escribió para la revista New Statesman varios artículos sobre jazz con el seudónimo Frankie Newton, en homenaje a aquel gran trompetista comunista de Billie Holiday–, América Latina constituye un verdadero “laboratorio del cambio histórico”, un “continente creado para socavar las verdades convencionales”.

Poco antes de morir, Hobsbawm decía que quería ser recordado como “alguien que no solo mantuvo la bandera volando, sino que demostró que al agitarla se puede lograr algo”. Su bandera era la revolución. Su esperanza era que “el futuro nos depare un mundo mejor, más justo y más viable”. Que el centenario del nacimiento del gran historiador signifique el rejuvenecimiento de la esperanza.

@Yebrail_Ramirez