Alberto Acevedo
Un estudio de un grupo de científicos mexicanos, basado en el comportamiento de los seres vivos sobre el planeta en los últimos 500 años, reconoce que hay especies de vertebrados que pueden desaparecer de modo natural para, en la generalidad de los casos, dar vida a otras nuevas. Conforme a ese comportamiento, desde el año 1900 hasta hoy, debieron haber desaparecido nueve especies de vertebrados de modo natural. Pero la realidad es bien diferente: han desaparecido 468 especies de vertebrados.
Este fenómeno, que nos indica que estamos ante una extinción masiva de proporciones colosales, no obedece a la presencia de seres extraterrestres con inmenso poder de destrucción, como los aliens, ni por efectos de meteoritos o la propagación de plagas de origen cósmico, como en las películas Armagedón, o el Día de la Independencia, que seguramente todos hemos visto.
En este caso, somos nosotros mismos, los seres humanos, quienes hemos pisado el acelerador de la destrucción de otras especies. Con la destrucción de bosques, hábitat natural de muchas especies, con la contaminación de los mares, la agricultura extensiva, la tala de árboles, la pesca sin control, destruimos estas especies. Con la paradoja de que, por ejemplo, en la destrucción de bosques, hemos extinguido especies que ni siquiera las llegamos a conocer, y ahora jamás podremos hacerlo.
La cadena alimentaria
Hay además, eventos en que la destrucción de una única especie de una planta, puede desatar la destrucción de la cadena alimentaria de todo un ecosistema desde su base. Y lo hacemos sin pensar que este ciclo fatal pueda repetirse en nosotros mismos, poniendo en riesgo nuestra propia existencia.
La posibilidad de detener estos ciclos de destrucción, que son apenas una muestra de los daños medio ambientales causados por el hombre, sumados a los efectos del calentamiento global, fue malograda, cuando el pasado primero de junio, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, anunció al mundo su decisión de retirar a esa nación del Acuerdo de París, que busca disminuir la emisión de gases de efecto invernadero.
El retiro del respaldo de Trump a esos acuerdos, en los que está comprometida la voluntad de 195 naciones, tiene consecuencias políticas, económicas y de orden geoestratégico. Estados Unidos es el país más contaminante del planeta, desde la Revolución Industrial y el segundo mayor emisor de gases de efecto invernadero, después de China.
Trump presume de cumplir sus promesas de campaña, pero en el caso de los incumplimientos del acuerdo de París, acude a argumentos que no son ciertos. Dice que lo hace para proteger al ciudadano norteamericano, al empleo y a la economía de ese país. En realidad responde a los intereses de los sectores industriales del carbón, y de la industria extractiva, altamente contaminantes, dos de los más atrasados y retardatarios de los Estados Unidos.
El carbón no es la panacea
La industria norteamericana del carbón, ya no genera tantos empleos como en el pasado. Entre otras cosas, porque está altamente automatizada. La industria eólica y de combustibles limpios, está generando más empleos que las de combustibles tradicionales.
Trump ha dicho además, que el retiro de los Acuerdos de París, es coyuntural. Que examinará a corto plazo un eventual reingreso al acuerdo, sobre la base de una renegociación de los términos de participación de los Estados Unidos. Alemania, Francia y otras naciones occidentales, han respondido de inmediato a la Casa Blanca, que los acuerdos de París no son negociables. Además, no hay en la decisión de Trump preocupación alguna por los temas medioambientales. Su intención de reactivar proyectos de extracción petrolera, carbonífera y el uso de áreas protegidas, además del recorte de recursos a las ciencias climáticas, muestra que el mandatario no tiene ninguna preocupación por el medio ambiente.
La reacción en el mundo ante los anuncios de Washington, ha correspondido a la gravedad de los hechos. China y la Unión Europea trabajan ya en el texto de un acuerdo para liderar acciones climáticas y comerciales. India y Brasil, dos de las naciones más contaminantes, han pedido no retroceder en el mantenimiento de los acuerdos de París.
Reacción interna
En cuanto a la política doméstica norteamericana, el rechazo ha sido igualmente vigoroso. 68 alcaldes de ciudades norteamericanas, en representación de 36 millones de ciudadanos, se han comprometido a adelantar programas que desarrollen el espíritu de París en materia de defensa del medio ambiente.
Estados Unidos no solo pierde crédito entre sus ciudadanos. El anuncio de Trump aleja a la potencia norteamericana de la posibilidad de liderar en el futuro la transición del modelo energético de combustibles fósiles y podría entorpecer las negociaciones en esta dirección en el futuro cercano. Algunos de los denominados tanques de pensamiento, estiman que además, Estados Unidos puede reducir su influencia sobre cualquier otro tema en el mundo.
Según estos analistas, no se cumplirá el slogan de campaña de “Estados Unidos primero”, como dijo Trump en su discurso de posesión, sino que estará a la cola de muchos acontecimientos. Expertos en el cambio climático, dicen por su parte que Estados Unidos “no tienen absolutamente nada que ganar y sí mucho que perder”, con el retiro de los Acuerdos de París.
Consecuencias económicas
En esta apreciación coincide Teresa Ribera, directora del Instituto para el Desarrollo Sostenible y las Relaciones Internacionales, cuando asegura que la nación norteamericana “se estaría sumiendo en el aislamiento, frente al multilateralismo existente desde la Segunda Guerra Mundial”.
Para el portavoz de Cambio Climático del prestigioso Instituto Elcano de Madrid, Lara Lázaro, “esta medida implica acabar con decenas de acuerdos bilaterales, relacionados con la transición hacia un mundo bajo en carbono, y cedería influencia estratégica a otras potencias, que están esperando a asumir el liderazgo en la materia, como es el caso de China, India y la Unión Europea”.
Inclusive, la decisión de Trump traería graves consecuencias en la economía global. Las sequias, la escasez de agua, debilitarían el crecimiento. La producción económica mundial podría reducirse en un 20 por ciento, estiman analistas económicos.