El español, la lengua de los locos

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Mural “La fusión de dos culturas” de Jorge González Camarena.

El español no solo es un idioma, es una forma de pensar en el que se busca, como el Quijote, romper los límites de la razón europea

Juan David Aguilar Ariza

Zarparon envenenados por el cáliz de una locura desenfrenada. Se lanzaron al mar sin una certeza que les permitiera calentar las noches de aquel frío existencial. Soñaban con la aventura, con la honra, con el oro y las especias. Alucinados, creyeron en los cuentos que les habían contados sus antepasados. ¿Qué demonio los alentaba? ¿Cuál era el vino de su nostalgia que anegaba sus cerebros? En su sueño ibérico nos trajeron su lengua, y con ella, su pensamiento.

Celebramos a Cervantes, celebramos su locura

Estos seres traían resguardadas en sus fardos las formas de asumir la realidad; aquella gesta en sí, era una evidencia del pensamiento, una expansión del mismo, una imposición de su sintaxis filosófica. Solo de estos seres mitológicos, el germen mismo, podía nacer el Quijote. Y desde luego, mucho antes de lanzarse a la aventura, siglos y siglos, existieron los mil y un Hidalgos que se entregaron a los fantasmas, no para conjurarlos, no para escuchar sus voces y cumplir sus mandatos; todo lo contrario, se entregaban en cuerpo y alma a la fantasía, sin importar que, pasados los años, sus nombres fueran escritos bajo el sino irrefutable de lo ficcional.

Nos conquistó Cervantes y su locura, no Shakespeare con sus demonios.  Y se nos olvidó —quizás, suele ser, que en algún momento lo comprendimos—, que su pensamiento, la lengua, el español, traía los tuétanos infestados de locura, que, posiblemente, se fermentó en el trópico de las fiebres palúdicas y dio como consecuencia una raza que nace en las crónicas de indias del mismísimo Antonio Pigafetta, y en la soledad incurable de García Márquez. Nuestra herencia es el delirio.

Celebramos, como niños de escuela, la lengua de Cervantes. Y sí. Deberíamos festejarla con todo lo que ella significa. Es decir, la locura, la aventura, lo mágico, lo milagroso, lo mítico-legendario, lo fantástico.

No fue Hamlet

El pensamiento que se nos impuso lejos está de entablar semejanzas con el pensamiento de la lengua de Shakespeare. Como bien lo dice Harold Bloom, Hamlet es el cimiento de esta conciencia de la lengua hiperbórea. Su naturaleza radica en el pensamiento lógico, en el ensayo europeo, en las meditaciones de Montaigne. Al descubrir al príncipe Hamlet desenfundamos el desasosiego de la vida fundado en el pensamiento racional, porque Hamlet quiere regresar a su universidad de Wittenberg, anhela continuar ahondando en la razón sin importar las consecuencias, quiere cernir la realidad hasta que solo quede la nada. Este personaje sintetiza la estructuración del pensamiento moderno y la razón.

Algunos dicen que Hamlet está loco, los más enfáticos, su madre y su tío, lo creen así porque su pensamiento profundiza en la melancolía. No es sabio, se entrega a deshilvanar la estructura misma de la realidad. Sin embargo, su locura, si es que así se le puede llamar, no se sustenta en lo fantástico, sino en la sobreproducción de pensamiento, en la capacidad de interiorizar el mundo desde la razón y llevarlo hasta el límite.

La ironía del personaje descubre el mundo. Tan profundo se ha inmerso en el pensamiento que le es posible encontrar las contradicciones, lo absurdo, lo irrisorio, y lo vano. Su ironía desarticula, como si reconociera su papel dentro de la tragedia, como si encontrara los bastidores de la existencia que nos condenan a representar un teatro para alguien que no existe; porque otra cosa, muy distinta, sería si el espectador estuviera allí; no obstante, en la soledad de la razón, no hay a quien interpelar. Hamlet, más lúcido que nunca, descubre, que la vida se representa para sí misma «ahí hay una estupenda revolución si supiéramos cómo verla. ¿Costaron estos huesos su crianza solo para jugar a los bolos con ellos? Me duele pensarlo», abre Hamlet la senda del pensamiento en el cementerio.

Si aceptamos que el personaje de Shakespeare está loco, deberíamos considerar hasta qué punto son llevados a término sus objetivos. Los fantasmas que lo convocan son anunciados primero por otros, hay testigos. Seguramente la invención de su conciencia no da sino para racionalizar, para sucumbir ante el silogismo lógico y poner a prueba el pensamiento. Hamlet no inventa nada. Su locura es la desazón del mundo y la obligación de cumplir con su deber: la venganza.

El Quijote de nuestro ADN

Quijada, Quesada, Quejana, o como quieran llamarlo, asume la forma de nuestro pensar. De entrada, Cervantes nos orienta sobre la estructura del pensamiento del aventurero: se da a la tarea de entender, no la filosofía, no los grandes pensadores; no es el gran alquimista que quiere encontrar el absoluto, no, se entrega a desentramar las ideas de Feliciano de Silva, que el mismo autor las señala como embelecos que ni el mismo Aristóteles podría descifrar. Aquí comienza la separación del pensamiento racional, de la modernidad.

El Quijote se entrega a otros menesteres. Su pensamiento está en la ficción y su locura radica en el hecho mismo de entrar a formar parte de la tradición narrativa. Es decir, el autor duda de la realidad, del pasado que se construye con lo que acontece en lo común, y nos enseña que la única forma de inscribirse en la memoria, cualquier tipo de memoria, es a través de la ficción. Así pues, el Quijote del segundo libro, sabe que sus acciones deben corresponder con la ficción (Foucault). Al ser un personaje de una novela de caballería comprende que la realidad solo opera como testimonio del texto y no al contrario.

La gran aventura del personaje de Cervantes no es la venganza, no es una justa causa en el sentido estricto. Es su delirio. Su intención es pasar a la gloria, al recuerdo, el estar presente en un texto, ser leído por otros, ser pasado escrito. Ser un caballero. Y lo logra. El segundo libro comienza con este gran acontecimiento: al Quijote le llegan los rumores del libro que fue escrito donde él es el protagonista. Un doble juego que se permite el escritor con el que se despacha de todo lo que se entiende por realidad. Un personaje de ficción se lee a sí mismo como ficcionado ¿Qué es la realidad sino un testimonio adulterado por la memoria ficcionada, creativa, de todo individuo?

Celebramos el idioma, y celebremos su locura, su verdad mitológica que nos configura como latinoamericanos. Elogiar la lengua de Cervantes es también aplaudir la lucha por las quimeras, la eternidad de los que se entregan a lo falso, la sabiduría de los sanchos en su buen gobierno de la ínsula Barataria, porque eso sí, nuestro verdadero pensamiento es el delirio, la esquizofrenia y el machete. Solo en la capacidad que tenemos de hacernos increíbles, ficción, encontramos la posibilidad de encontrarnos con las cosas (Foucault). Nuestras acciones no se miden por la estructuración del pensamiento, todo lo contrario, en la medida en que podamos superar lo no visto, lo no concebido por la imaginación, encontramos la realización de lo que somos como sociedad. ¿No es acaso esta una forma de explicar nuestros propios males?

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