“Esta no es una guerra, es una masacre”

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La ONU dice que 16 millones de personas en Yemen necesitan atención médica urgente.

Crisis humanitaria en Yemen

Ricardo Arenales

Como la peor hambruna que ha vivido el mundo en los últimos cien años, calificó la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados, Acnur, la situación que se vive en la República de Yemen, un país que extiende su territorio a parte de África y parte del Cercano Oriente, con un gobierno provisional desde 2015, y un conflicto armado de tres años que ha destruido su economía.

Hace unas dos semanas, la organización no gubernamental Save the Children, prendió las alarmas en la comunidad internacional, al asegurar, que desde abril de 2015, cuando inició el conflicto, 85.000 niños menores de cinco años murieron a consecuencia del hambre, un estimativo que sin embargo considera conservador, si se tiene en cuenta que los investigadores no pudieron llegar a algunas zonas.

Por su parte, las agencias humanitarias de las Naciones Unidas advirtieron que otros 14 millones de yemeníes sufren el riesgo de padecer una hambruna, si continúan los ataques a varias poblaciones especialmente a Hodeidah, un importante centro comercial de la región.

Afectada la población civil

El conflicto armado en esa región comenzó cuando en 2015, una de las dos facciones políticas y religiosas en que se divide el país, los hutíes, desconocieron la legitimidad del gobierno, que consideran llegó al poder en forma fraudulenta, sin representar a toda la sociedad. Ese gobierno, sin embargo, ha contado con el apoyo de potencias occidentales como Estados Unidos, Francia y la Gran Bretaña, y en la región es sostenido por Arabia Saudita, aliada a su vez de Israel.

Los países occidentales, a través de Arabia Saudita, integraron una coalición de países árabes para liquidar a la fracción huti, de la que hacen parte Kuwait, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Egipto, Marruecos, Jordania, Sudán y Senegal. Desde entonces, bajo el pretexto del combate a los rebeldes y del eventual apoyo que pueda tener en la población, la coalición cortó el suministro de alimentos, medicinas y comercio por vía aérea y marítima, y ha sometido a crueles bombardeos las zonas insurgentes, resultando que el mayor número de víctimas, como en toda guerra, ha sido la población civil.

Durante cuatro años, el país más pobre del mundo árabe ha sido devastado por los bombardeos. Irán, un país que tiene mucho que ver con el rumbo político que adopte la región, apoya a los rebeldes hutíes, y algunos medios de prensa aseguran que éstos han recibido armas y asesoría militar iraní. Los saudíes a su vez, aprovechan el conflicto para apoyar a las fuerzas que luchan contra el gobierno de Bashar al-Assad en Siria. Arabia Saudita por su parte, compra miles de millones de dólares en armas a Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña.

El dolor de un pueblo

El gobierno iraní es de orientación chiíta, familia religiosa a la que pertenecen los hutíes y hacen notar el hecho de que las facciones rebeldes en Yemen presentan demandas económicas y sociales mediante las cuales buscan sacar a los yemeníes de la pobreza extrema.

Las Naciones Unidas por su parte, ha recordado que a consecuencia del conflicto, más de tres millones de personas han sido desplazadas internas y 300.000 más buscan asilo en otros países. Según la Unicef, la atención médica está al borde del colapso y varios hospitales han sido bombardeados por las fuerzas sauditas. Desde hace dos años existe un brote de cólera que no ha podido ser controlado.

La cifra de niños que carecen de agua potable, saneamiento e higiene es de 8.6 millones. La ONU acusa a la coalición de realizar ataques contra la población civil, lo que viola normas humanitarias básicas y rompe el principio de distinción en los conflictos armados. “Esta no es una guerra, es una masacre”, dijo un organismo árabe defensor de derechos humanos.

Los intereses políticos que se mueven en la región indican que la confrontación no es solo religiosa entre chiitas, liderados por Irán, y sunitas, liderados por Arabia Saudita. Se trata de también de una puja geopolítica, por el control de una zona estratégica, que define si se imponen las fuerzas aliadas de Estados Unidos e Israel, o las que luchan por la independencia y un proyecto nacional autóctono.