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Se acercaba Semana Santa, 11 estudiantes de la Universidad Nacional de Colombia aguardaban ansiosos en “la entrada de la calle 26” a que llegara el bus que los transportaría a su destino. Los estudiantes, equipados con carpas, botas y menaje, serían llevados a una Colombia profunda que pocos citadinos conocen. “Es mi primera salida con la universidad, en ingeniería de sistemas no tenemos salidas”, mencionó Juan a sus compañeros que estaban listos para emprender una experiencia que trasciende lo visto en libros y conferencias.
Estos estudiantes, al comenzar el semestre, habían inscrito la cátedra Ingenio, Ciencia, Tecnología y Sociedad. Desde el 2014 la asignatura se ha ofertado ininterrumpidamente como una materia de libre elección que busca generar capacidades para la interacción de diversas poblaciones, reflexionar de manera crítica la implementación de tecnologías y desarrollar proyectos en entornos reales con problemáticas sentidas hacia la construcción de una sociedad más incluyente.
Este pedacito de universidad partió de Bogotá a través de un viaje por carretera, con la bendición de los coloridos paisajes colombianos, hasta Barrancabermeja. Al llegar, los estudiantes se encontraron absortos con la imponente refinería del puerto petrolero, dejando un incómodo silencio, similar al silencio cómplice que muchos colombianos tienen frente a la compleja dependencia de combustibles fósiles y el grave impacto ambiental que conlleva este sistema de extracción para el país.
Arduas jornadas
El día siguiente el itinerario orientaba estar muy temprano en la sede de la Asociación Campesina del Valle del río Cimitarra – Red Agroecológica Nacional (ACVC -RAN). Irene Amaya, presidente de la Asociación, fue la encargada de recibir con entusiasmo a los estudiantes y “agradecerles, porque es importante que nos acompañen, en una historia que tiene más de 22 años de defensa del agua y la vida”. Ella, con la sabiduría que deja el trabajo, sabía que venían unas jornadas de enseñanza/aprendizaje en ambos sentidos, donde los estudiantes llegarían a apoyar una larga experiencia en organización y apropiación comunitaria territorial.
La travesía siguió, pero el agrietado camino y las lluvias recientes habían desanimado a Leonardo León, el profesor a cargo de la salida, de continuar en el bus de la universidad. Era momento de cargar unas camionetas 4×4 para continuar adentrándose hacia la serranía y cruzar después en una “chalupa” el río Cimitarra hasta la vereda Puerto Matilde. Esta vereda, perteneciente al municipio de Yondó, en los límites de los departamentos de Antioquia y Bolívar, fue el punto de encuentro entre campesinos, universitarios y excombatientes.
La visita de los estudiantes se enmarca en el proyecto “Emisoras comunitarias de bajo costo” del profesor de ingeniería José Ismael Peña Reyes, ganador de la pasada Convocatoria Nacional de Extensión Solidaria 2017 «Ciencia, Tecnología e Innovación para la construcción de tejido social». Proyecto co-diseñado entre el Grupo de Investigación en Tecnologías e Innovación para el Desarrollo Comunitario y la ACVC-RAN con la finalidad de diseñar, implementar y consolidar elementos constitutivos físicos y teóricos que permitan la puesta en marcha de una emisora comunitaria en la zona.
Durante tres días, la cotidianidad de los habitantes de Puerto Matilde, de los estudiantes y de algunos excombatientes de las FARC del Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación cercano se interrumpió por los talleres acerca de la radio y de su historia: se recordó la antigua Radio Sutatenza, se resaltaron las potencialidades de una emisora comunitaria, se hizo un recorrido por la normatividad jurídica colombiana al respecto y por los elementos que constituyen una radio. Asimismo se aplicaron dinámicas como “sea locutor por cinco minutos”, “la soga y las ondas”, “el experimento de Hertz”, entre otras, que sirvieron como excusa para entablar diálogos entre los diferentes actores.
Viaje de regreso
Como se espera que el proyecto construya puentes de comunicación entre las veredas vecinas, la visita de los estudiantes hizo aflorar las experiencias y aprendizajes de niños, jóvenes y viejos que se reunieron para escuchar y ser escuchados. La comunidad asumió con compromiso su participación en los talleres. Por ejemplo, en un ejercicio de la preparación de una emisión, los participantes improvisaron hablando de temas como la reforestación, de los requisitos para el manejo orgánico de cultivos, del control biológico de plagas, entre otros.
Ya de regreso en Bogotá, al ser devueltos a los grandes edificios y ruidos de la ciudad, a esa “entrada de la 26”, recobra otro sentido el ser estudiante. El compromiso de la universidad pública con los territorios lejanos de las grandes urbes, olvidados por el Estado, espectadores de una gran riqueza ambiental, se vuelve más importante que nunca.
Estos 11 estudiantes de ingeniería, derecho, geología, sicología, trabajo social, química, física y agronomía tuvieron la oportunidad de reconocer en el campo realidades distintas, visiones que se agudizan con la mirada de quien conoce su tierra y la ha defendido. La Colombia profunda que no aparece en los mapas y que tiene los brazos abiertos para quien llegue con respeto hacia la naturaleza.