José Ramón Llanos
En América Latina, el estudio de la historia regional, constituye un testimonio de las formas de violencia e instrumentos bárbaros utilizados por la clase gobernante a lo largo de doscientos años de dominación de los latifundistas y de la burguesía, especialmente el sector burgués que puso el gobierno al servicio del capital financiero nacional e internacional.
En el caso de Colombia, a lo largo de la historia republicana, algunos períodos están marcados por años de cruentas represiones y genocidios, Tal sucedió en el periodo comprendido entre 1946 y 1954, cuando gobernaron los presidentes Mariano Ospina Pérez y Laureano Gómez, a quien el intelectual Carlos H. Pareja apellidó el Monstruo. Lo cierto es que desde los inicios de la República nos cayó la maldición que todavía nos asedia.
El primer plan magnicida que manchó nuestra historia, fue el intento de asesinato del Libertador Simón Bolívar. Después periódicamente se reincidió en esas prácticas abominables: Uribe Uribe, cae muerto con una hachuela, muy probablemente entregada al magnicida por un sacerdote. En 1948 fue asesinado Jorge Eliécer Gaitán y después Ospina Pérez y Laureano Gómez ensangrentaron al país persiguiendo a liberales y comunistas.
Al comienzo del siglo XXI Álvaro Uribe Vélez fortaleció la maldición, involucrando en su gabinete a asesinos y amigos de los paramilitares, como Jorge Noguera, director del DAS, autor intelectual del asesinato del docente Alfredo Correa; el homicida Salvador Arana, sus parientes Mario y Santiago Uribe, acusados de paramilitares. Además, sicarios como Job, entraban y salían del palacio presidencial por la puerta falsa. Miembros del gabinete y altos funcionarios, terminaron en la cárcel, como Diego Palacio, Sabas Pretelt de la Vega, Bernardo Moreno y María del Pilar Hurtado. Otros huyeron al extranjero como Andrés Felipe Arias, y Luis Carlos Restrepo, quienes se mantienen prófugos. Mencionar el resto de sus amigos de la misma estirpe agotaría esta y otras columnas.
Desgraciadamente, con tal de saciar su egolatría, Álvaro Uribe Vélez pretende prolongar la maldición de la cual él y su clase son portadores, tratando de elegir presidente a un joven títere de apellido ducal, al costo para el pueblo colombiano, de sumirnos en una barbarie cruenta interminable.
Pero como no hay maldición eterna, ni pueblo que la soporte, han surgido conciencia y fuerzas políticas decididas a erradicar de Colombia la maldición que nos abate. La Unión Patriótica, los Decentes, Fuerza Ciudadana y aún independientes demócratas, votarán numerosamente por Aída Avella, Román Vega, Gustavo Petro, adalides comprometidos con la tarea de exorcizar y espantar los demonios que el uribismo representa y carga consigo. ¡Basta ya! Llegó la hora de la decencia y la real democracia. Evitemos la prolongación del odio y la violencia.