Frank Borzage: un fundamentalista romantico

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“¿Qué sentido tiene prolongar, posponer las cosas? ¿Por qué darme tus labios hoy y tu cuerpo mañana?”, Ernest hemingway

Juan Guillermo Ramírez

Durante los años diez del pasado siglo, mientras la incipiente industria cinematográfica americana se iba asentando bajo el sol de California, uno de sus pioneros, el director Thomas H. Ince, contrató a un joven actor de veintiún años que se convertiría más tarde en uno de los más personales directores de la industria estadounidense, Frank Borzage.

Contemporáneo de John Ford, King Vidor o Raoul Walsh, a pesar de su interesante e irrepetible filmografía, la cual contiene algunos de los momentos más bellos del séptimo arte, es probablemente uno de los directores menos recordados de su generación, una generación que hizo grande al cine estadounidense. Director cuidadoso y sensible, con una inteligencia genuina a la hora de colocar la cámara, elegante en la sencillez y habilidoso como nadie para hacer que los actores rebosaran emoción ante la cámara, supo desde sus primeras películas mudas trasmitir a través de sus personajes una ternura y una grandeza de emoción difícilmente igualables. Las relaciones de pareja, la intimidad, la guerra o la pobreza fueron alguno de los temas centrales de su filmografía, pero sobre todo el amor, contenido de alguno de los momentos más bellos e intensos de sus películas, fue tratado con una profundidad y una autenticidad poco común.

Frank Borzage debutó como director en 1915 abarcando su larga carrera seis décadas durante las cuales se convirtió en uno de los grandes nombres de la cinematografía. Su obra está asociada a los grandes estudios de Hollywood: Metro, Fox, Warner Bros o Paramount, cuando el cine era ya una de las primeras industrias del país y vivía sus años dorados. A sus personajes les dieron forma actores como Gary Cooper, Spencer Tracy, Joan Crawford o Marlene Dietrich. Por su maravillosa y delicada película El séptimo cielo, fue el primer director en la historia en ganar un Oscar en su categoría en 1927, año de la primera edición de estos paradigmáticos galardones. Volvería a recibir el mismo premio en 1931 por Una chica francesa. En cada película de Borzage encontramos un plano, un gesto o una mirada que nos emociona y aunque sólo fuese por eso ya es un director a descubrir o a reencontrar en una sala oscura. Algunas recomendaciones para disfrutar de su obra: de la época silente, la citada El séptimo cielo, Humoresque considerada por el realizador ruso Eisenstein su mejor película, o Una gran señora. Durante los años treinta y cuarenta, época de plenitud de su carrera, rodó su famosa película Adiós a las armas con un joven Gary Cooper y con el que colaboró en varias ocasiones, Deseo que produjo el magnífico director Ernst Lubitsch, quien se encargaría también de la supervisión artística y Moonrise considerada por los críticos su última gran película.

Frank Borzage es un caso único dentro del cine estadounidense y ha sido largamente postergado por buena parte de la crítica, que lo acusó durante mucho tiempo de ser un director blando y sentimental. Dueño de una sensibilidad muy distinta a la dominante en el cine de Hollywood y exponente de un romanticismo sin concesiones, dentro del cine de su país sólo puede reconocer cierta afinidad con algunas películas de King Vidor, aunque el tono de ambos directores es muy diferente. Con una carrera iniciada en 1916 que se prolongó por más de cuatro décadas, realizó casi un centenar de películas, la mayoría de ellas en el período mudo. A diferencia de otros realizadores que desarrollaron progresivamente sus constantes temáticas y estilísticas, en su caso estas ya aparecen en Humoresque (1920), su primer film importante. Como ningún otro director en la historia del cine, Borzage es el cineasta de la pareja y el amor en términos que solo cabe calificar de absolutos. Sus amantes, generalmente enfrentados a un entorno social adverso, recorren la pantalla como poseídos, entregados de manera incondicional a un sentimiento que se convierte en el motivo excluyente de su existencia, y esa pasión casi alucinada que los devora los transforma, a pesar de ser casi siempre personas comunes, en seres extraordinarios. La alegría de los encuentros y el dolor de las separaciones nunca se transmitieron con tanta intensidad como en las películas de Borzage.

Paradójicamente, a pesar del carácter individualista que supone a priori esta postura, en sus filmes está muchas veces presente el contexto social y político que condiciona las conductas de los protagonistas: la Depresión económica, el incipiente nazismo. Por supuesto que esa actitud tan extrema y radical para la concepción predominante en Hollywood convirtió a Borzage en una rara avis dentro del cine norteamericano y a sus films en productos extrañamente intemporales. En lo estilístico hay un elemento que se destaca en sus películas y que se antepone incluso a la elegancia de sus movimientos de cámara: la iluminación. Una luz difusa que parece desprenderse de los personajes y que ilumina los ambientes, sórdidos o elegantes, en los que se desarrolla la acción. No hay en la historia del cine antecedentes de un uso continuo similar de la iluminación, y si el tono evocativo e irreal de sus films se adapta de alguna manera a la estilización visual del cine mudo, con la llegada del sonoro se convierte casi en una provocación y lo coloca ante la crítica norteamericana como un realizador anacrónico. Sin embargo, la visión actual de las películas de Borzage lo ubica en la primera línea del cine norteamericano y como uno de los directores más radicalmente modernos de ese cine. Los subvalorados trabajos posteriores a la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra, en los cuales Borzage, siempre fiel a su credo estético, aparecía más en contravía que nunca con respecto a los films hollywoodenses de la época. En los films mudos, el director pudo trabajar con un infrecuente grado de control sobre sus películas, y pertenecen a esa época obras tan bellas como la mencionada Humoresque; la parcialmente recuperada The River, un prodigio de erotismo, muy valorada por los surrealistas, y sus dos títulos más emblemáticos de ese período: El séptimo cielo y Ángel de la calle, ambas con la misma pareja protagónica, Janet Gaynor y Charles Farrell. La primera es arrebatadoramente poética y de un intenso lirismo, y la segunda, más recargada a nivel melodramático y con notorias influencias del expresionismo alemán: hay que decir que, mucho más que con el de cualquier realizador americano, el cine mudo de Borzage tiene puntos de contacto con el de Murnau y no solo porque Janet Gaynor también fuera protagonista de la extraordinaria Amanecer.

De la década del 30 y con problemas de censura, se destacan algunos títulos como Liliom, adaptación de una obra de Ferenc Molnar, que luego rodó Fritz Lang y que fue uno de sus más estrepitosos fracasos de crítica y público, Adiós a las armas, una adaptación de la novela pacifista de Hemingway que Borzage transforma en una historia de amour ‘fou’, con una secuencia final delirante y la música de Tristán e Isolda omnipresente en la banda de sonido. Man’s Castle, No Greater Glory y Little Man, ¿What Now? son películas en las que el entorno social adquiere gran peso. La primera es una historia de amor entre dos personajes cercanos a la picaresca en un contexto sombrío, los años de la Depresión en una Nueva York alejada de la opulencia y las luces, mientras que No Greater Glory, otra adaptación de Molnar, en la cual un grupo de niños desarrolla una serie de juegos en los que representan el rol de militares, es una película notoriamente crítica del triunfalismo y el nacionalismo. En cuanto a Little Man… es una de las obras del director en las que aparece su recurrente obsesión por Alemania, y detrás de su estructura de comedia romántica es uno de los primeros films que cuestionan al incipiente nazismo. Además, es la colaboración inicial del director con la maravillosa Margaret Sullivan, la heroína borzagiana por excelencia. Living on Velvet es uno de esos films inclasificables que oscilan entre la comedia y el drama, ambientado en los círculos de la burguesía, pero con un protagonista masculino que es un perdedor escapado de una novela de Scott Fitzgerald. Green Light y Disputed Passage son dos comedias médico-religiosas basadas en novelas de Lloyd C. Douglas, en los que se fusionan los enfrentamientos éticos con sensibles historias de amor. Otro film en el que el drama y la comedia se alternan es The Shining Hour, una película con una formidable puesta en escena en la que las relaciones sentimentales exceden la pareja para extenderse a un grupo de personajes. Pero tal vez los tres títulos esenciales de ese período sean La historia se hace de noche, un relato de un romanticismo desaforado; Tres camaradas, una adaptación libre de la novela de Erich Maria Remarque que en manos de Borzage se convierte en una melancólica reflexión sobre el amor y la amistad, y Tormenta mortal, en la que el ascenso del nazismo sirve de trágico marco a la historia de una pareja dispuesta a cualquier sacrificio para poder estar juntos. En los años posteriores, las películas de Borzage se van espaciando, pero todavía hay lugar para I’ve Always Passed (1945), un film que oscila entre el delirio y el kitsch más desenfrenado, y la notable Moonrise (1948), una de las obras mayores del director, que de alguna manera prefigura a La noche del cazador. La revisión de la obra de Frank Borzage permite encontrarnos con un director extraordinario, dueño de un universo absolutamente intransferible y personal: lírico, poético, intenso y apasionado, en el que, como nunca en la historia del cine, el Amor (con mayúscula) y los sentimientos y emociones que este provoca se convierten en el eje esencial de las relaciones humanas.