¡Fue más fácil hacer la guerra!

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Las prótesis del viejongo. Foto Marcos Guevara.

La confrontación armada es la actividad más cruel inventado por algunos colectivos para dirimir los conflictos, es más primitivo por cuanto se utiliza la fuerza de las armas para someter al enemigo. Esta modalidad de la violencia es por esencia el modus operandi del Estado colombiano

Rubín Morro

Las armas han estado asociadas al desarrollo de la humanidad, a la destrucción de los adversarios y en muchos casos a su sometimiento. Las guerras se hacen, la paz se construye, pero en ese proceso la constante ha sido un escenario de complejidad e incertidumbre en la implementación de lo firmado en el acuerdo de paz de La Habana entre el Estado colombiano y las extintas FARC-EP.

La política exterior norteamericana tiene sus bases conceptuales en la Doctrina de la Seguridad Nacional: fascismo, agresión a los pueblos, violación a la soberanía, intromisión en los asuntos internos de los países, represión a organizaciones democráticas, guerra psicológica y la concepción de “enemigo interno”.

Sobre esta base todos los gobiernos y sus Fuerzas Militares desde hace 70 años, han utilizado las armas para defender sus intereses, no los de la Nación; sino de quienes han ejercido siempre el poder absoluto, mediante la persecución política sistemática, el desplazamiento, el crimen, el terror y, como si esto no fuera suficiente, la exclusión social, la judicialización de la protesta y la cárcel.

Contradicciones

Conclusión: Fue más fácil hacer la guerra que construir la paz. Los resultados son catastróficos; más de 200 mil muertos, cerca de 100 mil desaparecidos (más que todas las dictaduras militares en Latinoamérica), partidos políticos víctimas de genocidio como la Unión Patriótica, entre otros, la muerte de varios candidatos presidenciales en cincuenta años.

Importante recordar el asesinato a hachazos del general Rafael Uribe Uribe, el 15 de octubre de 1914, demócrata, diplomático, precursor del trabajo social y sembrador de ideas socialistas. Tuvo que pasar más de siete décadas para que un presidente reconociera el conflicto social y armado en Colombia.

Hacer la guerra no necesitó acompañamiento internacional de las Naciones Unidas, no necesitó plebiscito y menos para aprobar o desaprobar la confrontación. Tampoco fue necesario que la Corte Constitucional se ocupara de su legalidad y se buscara el apoyo internacional, excepto a los Estados Unidos para que instruyera a los altos mandos y jefes operativos en prácticas criminales y clandestinas en defensa de su orden vigente.

Los Estados Unidos han estado involucrados en esta guerra, y cada vez su presencia es mayor. Ahora mismo están llegando tropas gringas, dizque para capacitar a las tropas colombianas en la lucha contra el narcotráfico y apoyar la paz, cuando en realidad son pasos más cercanos a la agresión del hermano pueblo de Venezuela.

Los responsables

Fue fácil el aplastamiento de los disturbios en Colombia, luego del magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán, miles de muertos nos sumergieron en años de terror. Los guerrilleros que se entregaron con las armas fueron asesinados, sus familias perseguidas, pueblos incendiados y la población devastada por la epidemia de la bayoneta, el machete y “el corte de franela”.

Luego se modernizó con el uso de la motosierra y el taladro para las torturas en las instalaciones de las Fuerzas Armadas del Estado y sus hordas asesinas que siempre han existido como herramienta contrainsurgente. Muchas generaciones de hombres y mujeres que lucharon por sobrevivir y por un país digno fueron asesinados en nombre de la “libertad y el decoro” de una clase excluyente y mezquina en el poder.

Por eso las causas de esta guerra tienen como determinador el mismo Estado y sus gobiernos. Son ellos quienes han declarado la guerra al pueblo. Una ofensiva orientada desde sus oficinas sin medir ninguna consecuencia en la población y cuando ésta se alza en armas, en defensa de la vida, entre otras cosas, haciendo uso del legítimo derecho universal a la rebelión armada, nos califican de bandoleros y terroristas, cuando nunca la insurgencia es la causa, sino el efecto de las equivocaciones y abusos del Estado y sus gobiernos de turno.

Compromiso intacto

Qué complicado es construir la paz en cualquier parte del mundo. Y más empinado es el camino en la tierra de Macondo, sobre todo cuando fue el Estado quien firmó un tratado de paz con la extinta guerrilla de las FARC-EP, y es ahora quien levanta los más altos obstáculos para su eficaz implementación.

El saldo que ha dejado hasta ahora la implementación son cientos de líderes y lideresas asesinados, más de 40 de sus familiares y 200 firmantes del acuerdo de paz cuya esperanza por construir un país distinto fue aniquilada por las balas de los enemigos del cambio.

Además, aún persiste una guerra terca que agudiza una crisis social espantosa en medio de una pandemia que golpea intensamente a la mayoría de población vulnerable confinada y con hambre ante un gobierno insensible que solo reactiva su economía y preserva sus privilegios del gran capital.

Pero somos hijos e hijas de las adversidades y nos ha tocado sobrevivir en los umbrales siniestros de la guerra. Hoy de cara al proceso de paz con enormes complejidades de exterminio, estigmatización e incumplimientos, no nos amilana, y por el contrario seguiremos luchando y cumpliendo con el compromiso adquirido con la sociedad colombiana en la construcción de la paz.

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