Dos décadas de impunidad en las que altos mandos militares del Batallón Contraguerrilla nº 46 coadyuvó a paramilitares a realizar la masacre más grande del Catatumbo. Las víctimas exigen verdad y justicia
Carolina Tejada Sánchez
@carolltejada
En La Gabarra, un pedazo de tierra en medio de la selva, a una hora y media del municipio de Tibú, con dificultades de acceso y difíciles condiciones de vida para su población, se maquinó una disputa violenta de los grupos armados ilegales. El pecado de su población fue vivir en una zona estratégica para las rutas del narcotráfico, estar ubicado en las inmediaciones del oleoducto Caño Limón-Coveñas, rodeado por uno de los principales afluentes de agua, el río Catatumbo y contar con el abandono del Estado, que dejó en bandeja de plata, a los grupos armados, el sueño y la esperanza de un mejor vivir de su gente.
Han pasado 20 años de aquella masacre que marcó la historia de esta región del departamento de Norte de Santander, limítrofe con Venezuela. Los sobrevivientes aún recuerdan aquel año de 1999, cuando cerca de 200 paramilitares arribaron desde el Urabá cordobés, en helicópteros y camionetas de las fuerzas militares, sobre esos caminos polvorientos del Catatumbo que se vuelven barro cuando llueve, y practicaron diversos vejámenes contra la población civil.
Algo grave iba a pasar, denunciaba la población, desde el mes de mayo a las autoridades regionales y nacionales, y pasó. El sábado 21 de agosto el excomandante del Batallón Contraguerrilla nº 46, teniente Luis Fernando Campuzano, permitió la entrada de este grupo criminal al casco urbano. Ese día cambió la vida de la región e inició “el camino de la muerte”.
El ingreso de estos grupos de autodefensas, comandados por Jorge Iván Laverde Zapata, alias “El Iguano”, bajo órdenes de Salvatore Mancuso y Carlos Castaño, tenía como objetivo conquistar la región del Catatumbo. Así lo expresó el mismo jefe paramilitar en una de sus versiones libres luego de acogerse a la ley de justicia y paz.
El relato de una tragedia
–Carmen, ¿tú vivías en la Gabarra cuando ocurrieron los hechos?
–Sí señora, tenía quince añitos.
Carmen García, una de las sobrevivientes de la masacre, quien hoy es una lideresa social, le contó a VOZ que el temor por la llegada de estos grupos paramilitares inició el 29 de mayo de 1998, “cuando hubo la primera masacre en Carbonera. La gente comentaba que había enfrentamientos entre los paramilitares y las guerrillas y que venían hacia La Gabarra. Eso decían, aunque nosotros no teníamos mucho conocimiento de que eran los paramilitares”.
Carmen hace referencia a la primera masacre cometida por los paramilitares en el municipio de Tibú, para esa fecha asesinaron a 18 personas. Cuenta que el mayor temor de la población, en el mes de agosto, fue cuando “la policía y el ejército abandonaron el pueblo. Habíamos quedado sin seguridad y eso nos preocupada mucho como ciudadanos. Era la primera vez que nos quedábamos sin fuerza pública. Escuchábamos lo que decían las noticias sobre masacres en algún lado del país, entonces estábamos alerta, pero también pensábamos que los medios exageraban”.
Recuerda que, para ese entonces, la preocupación no era tanta hasta el 21 de agosto: “Yo estaba con unas amigas en un local que se llamaba “Cocina roja”, que era una fuente de soda. Pero, en el pueblo nunca mataban gente, si pasaba algo, era muy lejos. Pero ese día, al frente de donde yo estaba, hubo una discusión entre tres personas y uno de esos señores sacó un arma y mató a dos muchachos que eran hermanos. Era como a las dos de la tarde, pero uno nunca había visto a alguien morir así”.
Así empieza el calvario de una joven de quince años, que jamás había visto una muerte violenta tan cerca, hasta que la desidia y las balas tocaron su vida: “Nosotras empezamos a recoger las sillas del local a las seis de la tarde. El ejército, en ese entonces, tenía dos días de haber regresado a la base de La Gabarra, yo estaba trapeando el piso y me fui a dejar el trapero afuera y de pronto vi que el ejército hizo unos disparos y empezó a tirar unas bengalas al aire. Le dije a mis compañeras que eso debía ser por los muertos”.
En las investigaciones judiciales, se sabría más adelante, que esas bengalas de las que hablaban de manera inocente, eran la señal del ejército para que los paramilitares atacaran al pueblo.

“Llegaron los paracos”
“Estábamos hablando y empezamos a escuchar disparos por todo lado, la gente corría y gritaba ¡llegaron los paracos, llegaron los paracos!, pero nosotras no veíamos nada, porque lo que hicimos fue cerrar el local donde estábamos y ahí se encontraban dos adultos que nos dijeron que no saliéramos a la calle, pues era peligroso. Nos quedamos ahí, nos agachamos al lado de unos tanques y, sin darnos cuenta, ya estaban en frente de nosotras”, recuerda Carmen, con angustia.
La Gabarra era un lugar pequeño, de calles cortas, en donde casi todas las personas se conocían. En frente de la fuente de soda, en donde se encontraban Carmen y sus amigas, había una residencia cuyas puertas también cerraron al escuchar los disparos y los gritos de la gente.
Allí llegaron los paras a tocar la puerta. Carmen relata que los paras le decían a la dueña del lugar que abriera y “la señora no respondía, al final abrió la residencia, le preguntaban a la gente que cuántos guerrilleros había ahí, de repente alguien dijo ¡vámonos!, vámonos!, pero fumiguen a esta gente, y eso fue lo que hicieron. Solo se escuchaban disparos y lamentos que al día de hoy me dejaron traumatizada, siempre he tenido pesadillas”.
Los hombres armados desaparecieron en sus camionetas, en medio de la oscuridad, y ya entrada la noche. Las personas que, al menos ese día, “quedaron ahí heridas, gritaban, era una cosa tremenda, ¡tenaz! Fue un calvario, ya tipo media noche todo quedó en silencio. Solo se escuchaba el aullido de los perros. Después, tipo seis de la mañana salimos para donde nuestras familias y vimos todos los muertos que había ahí enfrente y en las esquinas. Fue algo fatal, la gente corría y lloraba”, asegura Carmen.
Los disparos, que no solo fueron en la residencia, acabaron con la vida de 38 personas en el pueblo. Sin embargo, unas sesenta más fueron arrojadas en el cementerio. De esa noche del calvario, como lo expresa Carmen, “siguieron matando a toda la gente y ya no la dejaban en el pueblo, sino que tenían una camioneta que se llamaba “la última lágrima”, entraban y recogían a las personas, las llevaban hacía el kilómetro 60, allá las encerraban en la que ahorita es “La casa de paz” y las torturaban, las mataban y luego las enterraban”.
La inseguridad se acrecentó, los costos de los alimentos subieron, ningún transportador quería llegar al “camino de la muerte”, como finalmente se le llamó a la vía que desde Tibú conducía a La Gabarra. Estos grupos también abrieron el camino para ingresar a la ciudad de Cúcuta.
En el municipio del Zulia, a la entrada de la capital, la cultura narcoparamilitar, poco a poco, se empezó a sentir, asimismo, el miedo que generaban los camiones que iban hacia esa zona con ataúdes, o salían con muertos para alguna morgue. Los choferes eran obligados por los mercenarios a cargar en sus carrocerías a las personas que asesinaban. Otros, relataban cómo habían quitado de la vía a un vendedor de agua o cómo habían bajado de una estaca a un conductor muerto para poder pasar, pues a las personas las asesinaban y las dejaban a la vista como advertencia; no querían colaboradores de la guerrilla o a quienes transportaran un gramo de coca sin su permiso, a esos los mataban, los arrojaban al río, los desaparecían. El control del narcotráfico estaba coronando en la región.
Años de impunidad
Luego de dos décadas de la justicia solo se sabe que han condenado como coautor de estos hechos al excomandante del Batallón Contraguerrilla nº 46, teniente Luis Fernando Campuzano. La condena a cuarenta años fue impuesta por la Corte Suprema de Justicia el 12 de septiembre del año 2007.
Para Carmen han sido años de impunidad “no han hecho nada por reparar a las víctimas, ni por darle una respuesta a las familias que sobrevivimos”, dice y cuestiona, además: “¿Qué era lo que buscaban en el pueblo? Porque allá no mataron guerrilleros, mataron fue gente inocente y nosotros siempre hemos querido saber la verdad”.
Las víctimas y sobrevivientes de La Gabarra vienen remembrando estos hechos, con el fin de expresar la necesidad de la búsqueda de la verdad y de la justicia. Así lo hicieron saber en un evento regional al que asistieron el comisionado de la verdad, Saúl Franco, y delegados de la Comisión de Desaparición Forzada, el pasado 17 de agosto. Como víctimas, insistieron en pedir “respuestas al ejército que estaba allá en ese entonces, que se prestó para esa masacre. Ellos deben pedir perdón a los familiares, por lo que hicieron o permitieron hacer”. También comentaron, con temor, como lo mencionó Carmen, que hay nuevas amenazas de estos grupos y que “en estos momentos todavía tenemos miedo de una nueva represalia de los paramilitares”.