Estados Unidos no está en condiciones de librar una guerra abierta en América Latina para defender sus intereses estratégicos. Pero intentará enfrentar a unos latinoamericanos con otros, para lo cual cuenta con gobiernos cabeza de playa, como el de Bolsonaro o el de Iván Duque
Ricardo Arenales
“No tenemos tiempo que perder en lo que se refiere a nuestra seguridad nacional y política exterior (…) Necesito un equipo preparado desde el primer día que me ayude a reclamar el asiento de Estados Unidos a la cabeza de la mesa, a reunir al mundo para hacer frente a los mayores desafíos que enfrentamos y a promover nuestra seguridad, prosperidad y valores. Este es el punto crucial de este equipo”. En estos términos se refirió el electo presidente Joe Biden en el discurso de instalación de uno de sus equipos de trabajo, previo a su posesión como nuevo inquilino de la Casa Blanca.
A primera vista, no hay diferencias entre el slogan de Trump, de ‘América primero’ y el de Biden de ‘Estados Unidos a la cabeza de la mesa’. Al fin y al cabo, Joe Biden es representante del viejo establecimiento que implementó la globalización y las políticas aperturistas en favor de la diplomacia de la guerra y los generosos contratos al complejo militar-industrial, no solo como senador sino como vicepresidente, durante los últimos 45 años.
Es bueno recordar que en su condición de senador patrocinó estratégicas intervencionistas como el ‘Plan Colombia’ y la llamada ‘guerra contra el terrorismo’; contribuyó a propalar las fake news que sirvieron de excusa para invadir a Irak en 2003 y auspició la ‘guerra preventiva’ para desestabilizar a Siria y empujarla a una guerra civil de la que aún no ha podido salir.
En las Malvinas
Desde luego, la gestión de Biden no ha sido ajena a la política latinoamericana. En reciente entrevista a un medio colombiano, recordó que solo en el lapso en que se desempeñó como vicepresidente de la administración Obama, visitó 16 veces la región, y en la mayoría de esos viajes incluyó a Colombia.
Lo que no mencionan mucho los medios es que Biden, dándole la espalda al Tratado de Asistencia Recíproca, TIAR, que obliga a la solidaridad con un país latinoamericano agredido por fuerzas extranjeras, respaldó la intervención militar de la Gran Bretaña en la guerra de las Malvinas, y como senador presentó una resolución de apoyo al Reino Unido.
En esta línea de acción, que en lo fundamental no va a distanciarse mucho, ni del legado de Obama ni del de Trump, porque en esencia la política norteamericana hacia América Lactina parte de un consenso bipartidista, el presidente electo intentará reconstruir el andamiaje internacional, socavado por Trump y retornará a la política exterior de Obama. Vale decir, impulsará el multilateralismo, la cooperación internacional y retomará la colaboración con sus aliados europeos.
El tema de los migrantes
Ya Biden ha anunciado que volverá al Acuerdo de París, activará la membresía con la Organización Mundial de la Salud, OMS, regresará al acuerdo nuclear con Irán y revitalizará la Organización Mundial del Comercio, OMC. En lo relativo a sus vecinos de la región, anuncia enfoques distintos a los de Trump. Uno, relativo al Triángulo Norte de Centro América (Guatemala, Honduras, El Salvador), en el que se plantean ayudas a una zona donde se viven extremos de violencia, altos índices de homicidios, desapariciones, reclutamiento forzado por parte de pandillas y extorsiones. El gobernante prometió una ayuda de cuatro mil millones de dólares para atender causas de la emigración.
Otro tema diferencial, según analistas, es el relativo a la tríada Cuba, Venezuela, Nicaragua, donde se espera una flexibilización en las sanciones a esos países y el intento de instaurar mecanismos de diálogo, en lo que la óptica norteamericana llama el ‘mejoramiento’ de los mecanismos de participación democrática. En esto hay un juego de conveniencias.
Lo primero es el reconocimiento de que la política de boqueo económico, de asfixia diplomática y financiera, ha fracasado. El endurecimiento de las sanciones no provocó ni la desestabilización, ni alzamientos populares que condujeran a cambios de gobierno en ninguno de estos países.
¿Flexibilizar?
En cambio, para tormento de su estrategia de “América primero”, la política de boicot y aislamiento de los Estados Unidos facilitó una mayor presencia de China y Rusia en los mercados latinoamericanos.
En el caso de Cuba, Biden insinúa que continuará con la política anunciada por Obama en la Cumbre de las Américas de Panamá en 2015, consistente en flexibilizar el embargo y lograr una ‘apertura democrática’ mediante negociaciones diplomáticas. Un anuncio semejante, puede convertirse en cantos de sirena, si se tiene en cuenta lo que el gobernante hace en la práctica, donde se observa un doble juego.
De un lado, ha nombrado como Secretario de Estado a Antony Blinker, el arquitecto del levantamiento del embargo a Cuba durante la administración Obama. Pero al mismo tiempo designa como nuevo Director para el Hemisferio Occidental del Consejo de Seguridad, un cargo clave para las relaciones con América Latina, a Juan Sebastián González, un caracterizado ‘halcón’ de ultraderecha, un político de origen colombiano que en entrevista antes de las elecciones dijo: “imposible ignorar que Nicolás Maduro es ahora un dictador, que ha perdido toda legitimidad por el sufrimiento que le ha infligido al pueblo venezolano”.
Hora de actuar
Para González, la crisis humanitaria que vive Venezuela no es producto del criminal bloqueo económico que impone Estados Unidos, sino “es culpa de los que manejan el país”. Una posición similar, de odio y desprecio por el derecho a la autodeterminación de los pueblos, la expresa el funcionario con respeto a Cuba, una dictadura que hay que erradicar.
Estados Unidos no está en condiciones de librar una guerra abierta en América Latina para defender sus intereses estratégicos. Pero intentará enfrentar a unos latinoamericanos con otros, para lo cual cuenta con gobiernos cabeza de playa, como el de Bolsonaro en Brasil y el de Iván Duque en Colombia. Esto lo hizo Biden en su época de senador, cuando apoyó a los “contras” en Nicaragua.
Es bueno recordar que Biden llega de la mano de las grandes corporaciones, para reformular el sistema capitalista post-pandemia. Elementos de ese nuevo orden económico mundial que persigue es el impulso a la reconversión tecnológica, el control de los recursos naturales y el combate a los enemigos externos que atenten contra la estabilidad financiera y la seguridad de los Estados Unidos. Y en el control de los recursos naturales juegan las enormes riquezas naturales de países como Bolivia y Venezuela. No es pues, hora de hacerse ilusiones. Es hora de vigilar y de actuar.
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