En medio de la crisis del balompié femenino, lo conquistado por el América Femenino en la Copa Libertadores es heroico. Nos llenan de orgullo y dan ejemplo de disciplina, tenacidad, y alegría
Federico García
@garcianaranjo
Fueron solo dos llegadas durante todo el partido, tan solo dos aproximaciones al arco que con pundonor defendió Katehrine Tapia, la redimida expolicía y ahora convertida en ángel de la guarda de la portería escarlata. Solo dos veces las jugadoras de Ferroviária, el exitoso equipo femenino brasileño, pudieron acercarse a los predios de las diablas. Y fueron dos goles. Es lo dramático que tiene el fútbol. Tu equipo controla el juego, ataca sin descanso, arrincona al rival y te hace soñar con el título, pero la suerte juega malas pasadas y la esquiva Copa se queda un año más fuera de las vitrinas del equipo rojo.
La final de la Copa Libertadores fue asumida por las jugadoras del América femenino y por la hinchada -sedienta como ninguna otra del título continental- como una batalla por el honor y la gloria. Tras haber dejado en el camino a Corinthians, el mejor equipo femenino del continente, las diablas rojas afrontaron la final con profesionalismo, valentía y amor por la camiseta. No cejaron un segundo en su empeño, dejaron en el campo de juego todo el sudor y demostraron hasta el final por qué con toda seguridad serán reconocidas como uno de los mejores equipos del mundo.
Heroínas
Varias de las jugadoras merecen un reconocimiento especial por su talento y entrega. La venezolana Joemar Guarecuco, delantera formidable que se cansó de batir arcos rivales en el campeonato colombiano y dio el paso a la final con un golazo ante Corinthians que será recordado como una bofetada a la soberbia y un monumento a la genialidad.
La escurridiza delantera Manuela González, imposible de marcar por las defensas rivales, pícara, incómoda y definitiva en los momentos cruciales. La imponente central Daniela Arias, quien con su liderazgo organizó la defensa e hizo al equipo impenetrable mientras iluminaba el campo de juego con su sonrisa sincera.
La veloz Liseth Ocampo, aguerrida defensora que enloquecía a las rivales con sus gambetas y jugadas. La venezolana Leury Basanta, veloz y contundente en la defensa e impasable en la marca. La imprescindible Jessica Caro, líder del medio campo, organizaba el equipo a su alrededor y daba confianza a sus compañeras con impecables quites y precisos pases. Y así podríamos seguir: la experimentada Carolina Pineda, la talentosísima Sara Sofía Martínez desplazándose graciosamente por el medio campo mientras eludía rivales, la punzante Gisela Robledo, imposible de detener cuando se disparaba hacia el arco rival…
Catalina Usme
Todas aportaron como hormigas a este proyecto colectivo llamado América femenino, pero merece una mención especial su capitana, Catalina Usme. Catalina fue el alma del equipo. Su evidente liderazgo, su sacrificio, la mística que pone en todas sus acciones dentro y fuera del campo de juego, la forma como abraza a sus compañeras, como las escucha, como las aconseja o las reconviene cuando es necesario, en fin, la forma como cuida y motiva a su equipo son muestra no solo de su enorme estatura futbolística sino de su inmensa calidad como ser humano.
Tras un año de dificultades para todo el mundo, este logro de las muchachas es un bálsamo que nos recuerda la importancia de la solidaridad y el trabajo en equipo. Gracias chicas por ser la luz en la oscuridad y por inspirarnos a seguir luchando. El capítulo que ustedes han escrito ya forma parte de esta historia de amor llamada América de Cali. Ya tendremos oportunidad de ganar otra Copa, pero por ahora lo más hermoso es que están ustedes. Son lo mejor que tenemos.

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