La febril actividad diplomática del Grupo de Lima, tras recibir instrucciones de Rex Tillerson, busca cumplir el trabajo de zapa que no pudo hacer la oposición derechista en Venezuela y ambientar el terreno para la intervención golpista en el vecino país
Alberto Acevedo
La labor de desestabilización que finalmente no logró cumplir el sector más recalcitrante de la derecha venezolana, parece haberlo asumido desde el exterior el denominado Grupo de Lima, que integran 14 países latinoamericanos, surgido a instancias de la Organización de Estados Americanos, OEA, después de que esta no consiguió la mayoría de votos necesaria para aplicar la denominada ‘Carta democrática’ al gobierno de Nicolás Maduro.
El Grupo de Lima, además, recibió un impulso con la visita reciente a varios países del continente, del Secretario de Estado norteamericano, Rex Tillerson, que en ciudad de México habló desenfadadamente de la intervención militar en Venezuela, una propuesta rechazada por varios gobiernos de la región.
En este escenario, la actuación más destacada del Grupo, en los últimos días, fue la reunión de cancilleres celebrada en Lima el 13 de febrero pasado, con la presencia del mandatario peruano, Pedro Pablo Kuczynski, en la que atribuyéndose funciones que sólo corresponden a la Cumbre de las Américas en pleno, excluyen al presidente Nicolás Maduro de su participación en el foro regional, previsto para los días 13 y 14 de abril, desconocen los resultados de las próximas elecciones generales en el país bolivariano e instan a su gobierno para que en lo inmediato permita el ingreso de un “corredor humanitario” que enfrente el desabastecimiento de alimentos y medicinas, producto éste del bloqueo financiero y la guerra económica desatada por Estados Unidos y los grandes centros de poder occidentales.
Contradicciones
De esta manera el Grupo de Lima se consolida como el frente externo de la oposición venezolana; pero también como el perro faldero de la política exterior, intervencionista, de los Estados Unidos en el continente.
Esta posición es en absoluto contradictoria con las exigencias de los gobiernos de los países que integran el Grupo de Lima y las demandas, hasta hace pocas semanas, de la oposición venezolana. Unos y otros estuvieron reclamando a gritos, durante más de un año, la convocatoria a elecciones generales en Venezuela de manera inmediata, bajo el auto convencimiento de que la permanencia de Maduro en el poder era cuestión de semanas. Esa, por cierto, fue la consigna de los grupos ultraderechistas que durante tres meses de guarimbas, incendiaron edificios, quemaron personas y mataron policías, a tiempo que pedían la intervención directa de tropas norteamericanas.
El coro era unánime
Reclamaron espacios de diálogo para los grupos de oposición, a fin de que se tengan en cuenta sus demandas y propiciar de esta manera una salida a la crisis. Pero cuando se instaló la mesa de conversaciones en República Dominicana, con el arbitraje de varios expresidentes, ninguno de los países que hoy integran el Grupo de Lima se interesó siquiera por la suerte de una negociación.
Y cuando, finalmente, se produjo un documento de entendimiento, que incluía precisamente la convocatoria a elecciones presidenciales para abril próximo; estando el señor Tillerson de visita en Colombia, desde Bogotá se produjo una llamada telefónica que provocó el retiro fulminante de los negociadores de la oposición, sin ninguna razón aparente.
La Asamblea Nacional, ahora en desacato, había exigido “elecciones generales” en Venezuela, en cuestión de meses. El secretario general de la OEA, el señor Almagro, amenazó con aplicar la Carta Democrática, si el gobierno de Caracas no adelantaba, en un plazo de 30 días, las elecciones presidenciales. En abril del año pasado, el Departamento de Estado demandó convocar elecciones generales, antes que una consulta sobre la Asamblea Nacional Constituyente. El mismo presidente Trump reclamó “elecciones libres y justas”.
“Iré a Lima”
Pero cuando el Consejo Nacional Electoral anunció que la fecha para estas elecciones era el 22 de abril, entonces ninguno de los gobiernos que siguen las orientaciones del Departamento de Estado yanqui aceptó la fórmula. Ya no quieren elecciones en Venezuela.
En cambio insisten en la fórmula de un “corredor humanitario”, que es una forma velada de intervención militar de Estados Unidos. De nuevo amenazan con aplicar la Carta Democrática. Los presidentes del Grupo de Lima guardan silencio sobre los anuncios de Tillerson de una aventura militar intervencionista de su país. No dicen una palabra sobre la asfixia económica y el cerco financiero al gobierno de Maduro en Venezuela.
Por su parte, el mandatario de los venezolanos respondió de manera contundente a este panorama de provocaciones y amenazas. “¿Es que me tienen miedo?”, preguntó Maduro. Y respondió: “Llueva, truene o relampaguee, llegaré a la Cumbre de las Américas” en la ciudad de Lima. “En Venezuela no manda el Grupo de Lima, manda el pueblo”. “Aquí manda el pueblo, no Kuczynski ni Santos”, puntualizó el gobernante en diferentes momentos de su respuesta a las maniobras anti venezolanas del Grupo de Lima.