Ha muerto Gustavo

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Redacción cultural

Así escueta circulaba la noticia esta semana al saberse que Gustavo Bustamante había muerto. Luego del golpe que se esperaba, se agolpan los necesarios recuerdos de alguien que fue generoso anfitrión durante casi 40 años del Goce Pagano, esa esquina bogotana en la 13A con 24, en donde tres generaciones encontraron la rumba, la conversa crítica, los amigos, los amores y desamores, suficientes para que el Goce y Gustavo sean parte de la memoria que guardamos con cariño.

Gustavo, y cada cual tendrá sus recuerdos, miraba fuerte, daba la mano y  besaba fuerte, sin medias tintas hasta para eso, siempre a su aire se negó a vivir al ritmo de cosas que le eran lejanas y absurdas, pero se entregó feliz a un frenético ritmo de lectura, a incentivar la reflexión, la crítica y la cultura.

Conversas largas se volvían jornadas pedagógicas, donde generoso  hablaba de lo que leía, de lo que le habían compartido. Inflexible en muchas cosas, no lo era en aprender nuevos contenidos, y cuando algo lograba interesarle, le entraba alguna duda, y también si quería derrumbar un argumento usaba el mismo método:  preguntaba y repreguntaba  hasta el agotamiento de los que estaban al otro lado de la barra….  que no de él.

Especial capítulo para las mujeres en, y del Goce. Gustavo siempre tuvo una actitud respetuosa y de exigir respeto real para las mujeres, saludaba los reclamos femeninos y feministas. Había un espacio para elegir llegar sola, bailar sola y dejarnos ser solas.

El Goce acogió muchísima gente, gente  diversa que allí se fundía y se encontraba en una especie de camaradería que Gustavo incentivaba; presentaba gente y planteaba conversaciones, algunas provocadoras y otras, la mayoría, que invitaban a centrarse en las cercanías.

Fue sin duda no sólo un rincón, sino el rincón  de la izquierda bogotana, múltiples espacios de reconocimiento, solidaridad, dolor y también de victorias se vivieron en el Goce. Allí se celebraba y también se lloraba. Noches de rumba en que, con cerrados aplausos a los que invitaba Gustavo, se conmemoraba  la vida de quienes nos arrancaban.

Gracias Gustavo, por tu intelecto, también por tus regaños, por tu invitación permanente a insistir en la vida, y en la vida productiva, pero sobre todo por tu sentido de la amistad. Esa amistad que tus íntimos disfrutaron más que nadie y que algunos presenciamos con admiración profunda a tu lealtad amorosa sin jarabes endulzantes y empalagosos, lo que esta nota emocionada parece no pudo evitar. A tus hijos nuestro cariño.

Que la tierra te sea leve y como alguien certero publicó en redes, “Paz en tu rumba” y paz también en la nuestra.