Óscar Sotelo Ortiz
@oscarsopos
Es probable que uno de los avances más significativos que ha dejado el proceso de paz, es la posibilidad que se abre para que la gente común y corriente pueda acercarse sin prejuicios y de una forma directa a cualquier excombatiente, y confrontar el relato distorsionado construido por las élites y sus medios de comunicación, no solo de las FARC sino también del conflicto armado que intentamos superar.
En nuestra visita al ETCR Antonio Nariño en Icononzo, Tolima, en el marco de la primera escuela comunista conjunta entre FARC y PCC, pudimos construir de manera extraordinaria un espacio donde las discusiones y debates, se combinaban con un reencuentro generacional donde primaba el intercambio de experiencias y la fraternidad entre los participantes. Logramos escuchar en las voces anónimas de la guerra, la otra historia, la construida colectiva e individualmente por una organización de mujeres y hombres abnegados en la lucha por la Nueva Colombia, ya sin armas pero con la potencia inconmensurable de sus ideas.
Al iniciar la escuela, un hombre se presenta “Mi nombre es Fermín Betancur Medina, pero todos me dicen el camarada Libertad”. De baja estatura, con corte de cabello militar y acompañado siempre de su compañera y su hijo, asistió a toda la escuela, anotando, interviniendo, aportando. Accedió a darnos esta entrevista en VOZ, convencido que en su relato está la historia de las FARC, movimiento insurgente que considera es su propia vida.
–¿Por qué, camarada Libertad?
–El nombre Libertad me lo colocaron en el 2001. Yo estaba preso y salí por el intercambio humanitario. Llegamos el 16 de junio a La Macarena e inmediatamente teníamos la tarea de nombrar la escuadra. Surgieron otros nombres, pero el camarada Mono (Jorge Briceño) tomo la iniciativa y llamó a la escuadra Libertad, y desde ese momento nos comenzaron a identificar así. Ya en el periodo después del Caguán, la gente me comenzó a identificar así, el camarada Libertad.
–¿Cuál es la historia de Libertad?
–Yo nací en un pueblito de Santander llamado Enciso. Pero a raíz de los problemas de la violencia en esos tiempos, mi padre nos trasladó a un pueblo que se llama Málaga también en Santander en lo que se conoce como la provincia García Rovira. Mis primeros años de primaria los hicimos en una vereda de Enciso llamada Santa Helena. Luego en Málaga, en la vereda Marsalla hicimos hasta el quinto primaria que lo iniciamos en la Escuela Marco Fidel Suarez. Después inició la universidad de la vida.
–¿Cómo es su ingreso a las FARC?
–Mi padre trabajaba con la organización de comunidades campesinas, más específicamente con la ANUC. Eran cinco líderes, tres coordinaban con las FARC y dos coordinaban con el ELN. En el 84 estos tres líderes viajan a la región del Sumapaz, específicamente a El Duda, y duran más de un mes. Al regresar, llegan con la propuesta de construir FARC en la región. Mi padre era un rebelde, y gracias a su cercanía a Felipe Espinel, quien era un dirigente campesino de Arauca, comenzaron los contactos con FARC, que terminan en su compromiso por construir movimiento insurgente en la región. Fundamos el frente 45 y nuestra vida cambió.
–¿Cómo fue esa experiencia inicial en las FARC?
–La vida nunca ha sido fácil y más en esas épocas. Pasar de ser un joven malagueño a un guerrillero fue un proceso difícil. La clandestinidad y disciplina en esas épocas eran más estrictas, lo cual nos permitía formarnos con más niveles de compromiso. Construir FARC en la región fue planificado, primero comenzamos a asistir a cursos y capacitaciones, y ya después regresábamos a la región a ejecutar el plan de trabajo. En febrero del 88, allanan nuestra casa, lo cual nos pone en alerta; pero en octubre de ese mismo año, aparece muerto mi padre. La situación se complicó y decidimos pasar de lleno al movimiento insurgente.
De ahí salimos para Saravena, Arauca y duramos unos dos años para volver a la región. Después tuvimos contacto con unos encuentros latinoamericanos que se hicieron en Facatativá orientados por unos curas progresistas seguidores de monseñor Óscar Arnulfo Romero. Con ellos tuvimos la oportunidad de llevar la propuesta a las FARC en Arauca, donde proponíamos territorialmente avanzar en el trabajo de masas a partir de la coordinación con la pastoral social y obrera. Tuvimos una buena experiencia en Arauca, Boyacá y los santanderes, donde un grupo de jóvenes trabajaba conjuntamente con los curas, construyendo pastoral revolucionaria.
–¿Cómo cae preso el camarada Libertad?
–Yo caí preso en el marco de dos situaciones. La primera fue un trabajo de organización que teníamos con unos campesinos tabaqueros y paperos que se reunían en una asamblea de más de 1000 personas, espacio donde inteligencia nos identificó. La segunda situación fue un hostigamiento a Concepción, Santander, y el asalto a la Caja Agraria. El hostigamiento existió y la plata se la llevó FARC. Yo estaba en la asamblea y alcancé a fugarme por el río, me hirieron y me capturaron.
Ya la cárcel fue otro momento de mi vida. Al momento de capturarme, estuve en la clínica tan solo cinco días e inmediatamente el Ejército me traslada a un calabozo donde estuve incomunicado 47 días. Me torturaron, perdí la movilidad de mi brazo y la totalidad de mi dentadura. Después me trasladaron a la Modelo. Duré cinco años en prisión, sindicado, más no condenado.
–¿Qué pasó al recuperar la libertad en el 2001?
–Podríamos decir que comenzó una nueva etapa en la vida guerrillera. Llegamos en la mañana a La Macarena y en la tarde ya nos entregaron la dotación. Estuvimos seis meses en el Caguán y en febrero del 2002 conocimos el Sumapaz. Conocí la región donde mi padre había estado con el camarada Jacobo. Comenzamos a subir con la misión de fortalecer las luchas sociales con la petrolera La Dorada de Arbeláez que tuvo una cuestión crítica por casi dos meses. Uribe fue electo presidente el 31 de mayo del 2002, y efectivamente en las filas guerrilleras sabíamos que se venía un momento crítico.
–¿Cuál fue la experiencia de resistencia guerrillera al Plan Colombia y el Plan Patriota?
–El plan fue diseñado como un plan de exterminio. Los operativos fueron agresivos, porque a ellos nunca les importó diferenciar a los civiles de los combatientes, en las acciones tanto de bombardeos como de enfrentamiento. El movimiento guerrillero se mantuvo por la disciplina y la moral; nosotros le dimos un nombre a ello y fue el “termómetro revolucionario”, pues pudimos medir el perfil abnegado de nuestras unidades. En efecto nuestro repliegue fue de esta zona, entre el Tequendama y el Sumapaz, hacia la zona de los llanos en La Julia y Puerto Nariño.
Uno de los problemas que tuvimos con la llamada “seguridad democrática” fue el tema de las milicias. Al existir repliegue estratégico, primero hacia el Caguán y luego hacia la estrategia de resistencia, muchos territorios donde antes teníamos presencia, quedaron con estas estructuras que carecían de formación y compromiso. Por ejemplo en la región del Tequendama, las FARC desde el 2003 salió del territorio dejando a las milicias, y con la llegada del plan Colombia y Patriota, el enemigo los coopto para sus intereses. Estas estructuras comenzaron a secuestrar, extorsionar, desplazar y asesinar en nombre de las FARC. Esta estrategia le dio resultado al enemigo y se convirtió en uno de los errores de las FARC con la gente.
–Del Plan Colombia y Patriota, a la mesa de negociaciones en La Habana… ¿Cómo vivieron esa experiencia?
–Más o menos en el 2008, comenzaron a salir unidades pequeñas hacia Bogotá para recuperar áreas en el Oriente desde la dinámica del trabajo de masas. Nuestro propósito era de organización ya que en el horizonte no se vislumbraba un escenario de paz y nosotros teníamos que cumplir el plan estratégico de la organización.
El proceso de paz fue un momento lento de recuperación política de nuestra organización. El trabajo aún seguía siendo clandestino, pero con las noticias que venían siendo positivas desde La Habana, se impulsó decididamente el trabajo de masas que veníamos recuperando.
El traslado a las zonas experimentó un proceso donde se despertó nuevamente la moral en nuestra gente. Mucha milicia y líderes sociales cercanos a nosotros, volvieron a creer en el proceso, ya que la guerra y la represión los había alejado naturalmente de nuestra estructura. Algo que me impresionó fue lo rápido que asumimos en que el camino no era exclusivamente el de las armas, lo cual comprobó la potencia del pensamiento marquetaliano que siempre ha estado orientado a la paz.
–¿Fue muy difícil dejar el arma?
–Claro que sí. Dejar el arma fue sentirse nuevamente indefenso. Sin embargo nosotros siempre hemos sido conscientes que los Acuerdos no son la terminación del conflicto, sino un proceso donde dejábamos las armas para continuar una lucha más difícil, el camino de cambiar a Colombia por la vía legal y democrática.
–¿Cuál es la lectura del momento de paz y su implementación?
–Existen dudas, no con la naturaleza de los Acuerdos, sino en la forma como se han venido implementando por parte del Estado colombiano. En el momento que se dieron los acuerdos, uno sentía que iba a quedar como huérfano, porque existía el temor de no encontrar la misma hermandad y camaradería que vivíamos cuando éramos ejército revolucionario. Entonces fue un compromiso interno mantener el tejido que habíamos construido por muchos años.
El paso que dimos a ser partido político, desde mi experiencia en el trabajo de masas, pues no ha sido fácil. A muchos combatientes que estaban internados en la selva se les han dificultado el contacto con la gente. La gente nos está conociendo y se dan cuenta que somos muy diferentes a como dijeron que éramos, lo cual reactiva nuestros ánimos y eleva la moral para seguir luchando.
–¿Qué son las FARC para usted?
–Para mí las FARC son como mi propia familia. Desde el momento en que ingresé hasta hoy, la he respetado y dignificado. Dentro del movimiento se vive la verdadera solidaridad, compañerismo, hermandad. Ya en términos políticos, creo que es la única esperanza del pueblo colombiano para transformar el país. Nuestra tarea es continuar esa lucha.