Hacia un imaginario cinemático

0
754
Juan Guillermo Ramírez

Juan Guillermo Ramírez

«Las mujeres vemos el mundo de una manera diferente, reaccionamos diferente, la mirada femenina en el cine tiene que ver desde cómo colocas la cámara hasta tu sentido del humor, tu visión sobre los hombres o la relación madre e hija, nuestra propia sexualidad…», María Novaro

Una necesaria presentación

Después de cursar la carrera de sociología en la Universidad Nacional Autónoma de México, María Novaro, (Distrito Federal, 1951), ingresó al Centro de Estudios Cinematográficos. Es ahí donde filma los siguientes cortometrajes en 16mm: Conmigo la pasarás muy bien, 7am y querida Carmen. Con su siguiente mediometraje Una isla rodeada de agua obtiene un Ariel. Luego seguiría Pervertida, tesis que no pudo concluir debido a problemas administrativos con las autoridades del CUEC. En 1987 rueda Azul celeste, episodio de la cinta Historia de ciudad, producida por la UNAM y que representa su comienzo en el cine industrial -formato 35mm- de cuatro realizadores egresados del CUEC. El fragmento Azul celeste obtuvo los dos premios otorgados por el Festival de Huesca (octubre 90) al mejor director y cortometraje de habla hispana.

En 1989 María Novaro realiza Lola, su primer largometraje, coproducido por México y España, con la participación de Macondo Cine-Video, la cooperativa José Revueltas, el Fondo de Fomento a la Calidad Cinematográfica y la Televisión Española. Una breve sinopsis nos indica que “entre las ruinas de Distrito Federal, Lola, una joven vendedora ambulante trata de sobrevivir en compañía de su pequeña hija en un medio que parece haber negado a sus habitantes el derecho a la felicidad. Sin embargo, ella no está dispuesta a padecer la desesperanza de los otros y decide marcharse al mar, en busca de la vida”.

En mis películas hablo de las mujeres –la adolescente, la embarazada, la madre, y la historia que filmé a comienzos de 1991 sobre las fantasías femeninas de una mujer cercana a la menopausia- porque es el mundo que mejor conozco, que me es familiar. Ser madre de tres es una experiencia que me sirvió para hacer Lola. Nunca intenté filmar una película agresiva contra los hombres; simplemente me propuse mostrar con claridad las vivencias de las mujeres. A pesar de haber sido integrante del colectivo Cine-Mujer, actualmente María Novaro, como otras cineastas _Matilde Landeta, Marcela Fernández Violante, María Elena Velasco-, afirma que no hace cine feminista si por eso se entiende que debe tener una determinada postura ideológica; más bien hago películas que demuestren la capacidad física e intelectual de la mujer. Sin embargo, al igual Busi Cortés, reconoce que sí existe una perspectiva femenina, porque las mujeres tenemos otra forma de decir las cosas. Estamos más apegadas a lo sentimental, a los niños, a la casa, y tenemos actitudes diferentes ante el poder y ante al amor.

Con el apoyo de diversas instancias productoras, Novaro dirigió su segundo largometraje, Danzón, una película escrita –por María y su hermana Beatriz- especialmente para la actriz María Rojo y trata sobre las fantasías de una mujer madura y que es al mismo tiempo un homenaje al cine mexicano de los años 40.

Al participar en diversos eventos dedicados al “cine de mujeres”, María Novaro ha reconocido que su ingreso al cine industrial ha sido difícil y que extraía la posibilidad que el formato de 16mm le ofrecía: la integración de mujeres en las distintas áreas técnicas. Prácticamente no hay ninguna camarógrafa o sonidista que en formato industrial puede hacerse cargo de la dirección de fotografía y sonido. La rama técnica de los sindicatos fílmicos mexicanos sigue siendo bastante cerrado.

La doble visión de la frontera

María Novaro es quizás la más importante cineasta contemporánea de México. Retomó con éxito una vieja idea de Orson Welles, a su manera, a la mexicana.

La música de Charles Mingus, Tijuana Mood’s y las imágenes de Orson Welles en Touch of evil desde hace mucho tiempo se han asociado con Tijuana, una población mexicana ubicada en la frontera de los Estados Unidos. Y la imagen que todavía persevera es la de un pueblo perdido entre el polvo y el amarillo, ausente en su prostitución, su miseria y en esos sueños prohibidos que brotan en el país de enfrente. Más lejos de Dios y más cerca de Estados Unidos, como lo dice un proverbio mexicano, crece esa ambivalencia que Orson Welles no había podido filmar directamente: y es que no contaba con la autorización pertinente.

El mismo le decía a Peter Bogdanovich: He comprendido rápidamente que los censores mexicanos no nos dejaban filmar en Tijuana, porque ellos nunca dejarían que se diera una impresión miserable al lugar. Orson Welles viaja a California, a Venecia, para poder inventar la Tijuana de su fantasmagoría, lejos de los muros que lo distanciaban, que le impedían observar lo que había al otro lado. Como si fuera un pleonasmo, esta es la sórdida de lo sórdido de una historia humana que él quería contar. Y no pudo.

María Novaro sí pudo hacer lo que no pudo Welles. Y no solamente porque ella retornó sobre las mismas huellas dejadas por Orson Welles (Tijuana), ni tampoco porque ella tuvo la autorización de registrar la verdadera Tijuana, sino porque a fin de cuentas ella ha tomado la partida, la de no filmar la población justamente. En otras palabras, ella ha asumido para sí la exigencia de que el más maravilloso decorado del mundo, como lo dijo alguna vez Welles, no existe.

O más exactamente, como si Welles se hubiera enfermado viajando por Tijuana y se hubiera dado cuenta que ese decorado se imponía desde su misma miseria. Lo que verdaderamente cuenta, en este caso, es la manera de vivir en esa ciudad, más que la ciudad misma: es la manera de vivir en esa ciudad, más que la ciudad misma: es la manera de apropiarse de un imaginario urbano, y la ventaja de oponer a la Tijuana fantasmática y no la película realista y social que se hubiera podido hacer.

De allí el título, El jardín del Edén: una clara evocación bíblica al Touch of evil de Orson Welles, una referencia invertida porque el espacio es el mismo filmado pero a l inversa: a pleno sol la mayor parte del tiempo, con los colores vivos, las especies con las personas que se aman, o intentan amarse, no son más que bromas, caricaturas a fuerza de estar catalogados en relación al espacio en el cual ellos circulan, como es, básicamente el estadounidense astuto interpretado por Renée Coleman.

El enigma de un Jardín del Edén en plena ciudad fronteriza podría tener ese humor negro –o ese mismo estupor que prevalece en El mundo perfecto de Clint Eastwood, si no fuera revelado detrás de la parcialidad de su punto de vista, en la insistencia de su convicción: las prostitutas, los desgraciados, los enfermos y los feos cuentan cada vez con menos ilusión, esa universalidad que posibilita el viaje, y la desgracia de estar allí valida cada vez menos la felicidad de esperar salir.

Los más felices son aquellos que tienen la esperanza de ser extranjeros, que sean ricos o pobres, mexicanos o estadounidenses –un punto especial-, es lo de menos.

La película de María Novaro descubre la necesidad de partir, algunas veces más importante que la partida misma. No es una película moral, tampoco una película realista, ni un film optimista. El Edén aquí tratado no existe nunca. Sólo bajo la forma de una intención. Una película en la cual el último fantasma es el de descubrir una ciudad en donde los habitantes son más bellos, más ricos, y más cínicos que las misma calles, que la misma miseria y son más que los otros de enfrente.

Una película brillante en donde el fantasma de la partida es el comienzo y el fin de todo en una simultaneidad rotunda. Un círculo que no acaba ni permite esperar alguna otra cosa, y por tanto en la dulce conciencia de su ilusión, deja la certidumbre que no hay allá nada aceptable.