Hacinamiento criminal en Brasil

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La población carcelaria en Brasil se duplicó en los últimos once años.

Brasil tiene la tercera mayor población carcelaria en el mundo, con 812.000 reclusos, según estadísticas del Consejo Nacional de Justicia de ese país. Al mismo tiempo, algunas de sus prisiones son consideradas las más violentas a escala universal. Esto se traduce en que, la vida entre rejas en el gigante suramericano, es asfixiante y campean las desigualdades. Los reos acusados de corrupción, por ejemplo, viven bien, con holguras y comodidades, mientras la mayoría no tienen para pagar un abogado.

La enorme población carcelaria se traduce en hacinamiento extremo. Pero el actual gobierno, en lugar de apostar por políticas alternativas o un piloto de justicia restaurativa, le apuesta a un modelo fallido de exceso de encarcelamientos, que se agravó en los últimos años. De hecho, el Estado no hace presencia en las cárceles del país.

En lugar de eso, son las bandas criminales las que imponen su ley. El gobierno ha cedido el control carcelario a esas bandas. La tortura y la violencia sexual campean en los penales. Los presos tienen 30 por ciento más posibilidades de contraer tuberculosis y diez veces más de infectarse de Sida. El 41.5 por ciento de los presos permanece sin sentencia, a la espera de un juicio, y se mezclan con los condenados, algunos de ellos de extremada peligrosidad, cuestión que viola preceptos internacionales y la legislación brasileña.

Enfrentamientos

Algunos presos se unen a las bandas en busca de protección. Pero la lucha por el control de la vida en prisión, a menudo termina con enfrentamientos entre facciones. El historial de sucesos violentos es largo, y ha golpeado al menos 24 de los 26 estados del Brasil.

El último episodio de esta naturaleza ocurrió el pasado lunes 29 de julio, cuando se enfrentaron el denominado Comando Clase A y el Comando de los Vermelho, uno de los principales grupos criminales del país. En el enfrentamiento murieron 58 personas, 16 rehenes decapitados y 42 asfixiados.

Lo que en otro país sería escandaloso, por los altos niveles de crueldad, en Brasil se ha vuelto un caso normal, cotidiano. En la prisión de Altamira, donde ocurrieron los hechos, algunos alzaban cabezas degolladas como trofeo. En septiembre, en un hecho similar, murieron siete personas. En mayo, fallecieron 55 presos. La de Altamira, ha sido la mayor masacre en 27 años. Cualquier solución al problema pasa por la reducción de las tasas de encarcelamientos, condenas alternativas y eliminación de algunos tipos penales.