En el presente texto se tiene como objetivo realizar un análisis de algunas de las ideas de uno de los marxistas más destacados teóricamente y, por lo tanto, actuales desde su pensamiento. Henri Lefebvre, filósofo francés, vivió casi todo el siglo XX (16 de junio de 1901 – 29 de junio de 1991), militó polémicamente en el Partido Comunista Francés, y es uno de los teóricos que Adolfo Sánchez Vázquez en su texto “La filosofía de la praxis” (1997) destaca, hizo parte de la reconquista y la reconstrucción del marxismo, en cierto grado como filosofía de la praxis y más que todo desde los años sesenta, en una lucha desigual contra la doctrina institucionalizada del “Dia-mat” soviético que mantuvo su dominio hasta el derrumbe del “socialismo real” en 1989.
Con tal motivo, en este escrito se realizará un recuento de las principales ideas expuestas por Lefebvre en su libro “El derecho a la ciudad” publicado en 1969, con la pretensión de poder discutir la actualidad de su pensamiento sobre la ciudad moderna, el urbanismo, y del socialismo como planificación de la producción bajo la pauta de las necesidades de la sociedad urbana. Con este objetivo se hará una presentación en dos partes: Una primera parte donde se expondrán las ideas del autor en torno a la ciudad moderna, su concepción del urbanismo y la contradicción que rastrea entre valor de uso y valor de cambio en lo urbano y la ciudad capitalistas; y una segunda parte donde se expondrá la propuesta de lo que significa para el autor el derecho a la ciudad, y se proponen algunos puntos de síntesis de la parte de su obra estudiada en el presente trabajo como elementos de discusión para el entendimiento de nuestra realidad.
La ciudad moderna
El autor en su libro nos plantea que la urbanización y la ciudad modernas se deben entender como producto de la industrialización. Haciendo una analogía, afirma que las ciudades como el taller permiten la concentración de medios de producción y de mano de obra en un espacio limitado para la ejecución de capitales. Por tal motivo, expone que en el contexto capitalista se puede evidenciar un choque sobresaliente entre la realidad urbana u obra y la realidad industrial o aglomeración o producto. Nos advierte que es necesario diferenciar entre hábitat y habitar, en otras palabras, entre el lugar donde se aloja y el lugar donde se vive, es por ello que en la modernidad, incluso puede haber urbanización desurbanizada. En resumen, la tesis principal de Lefebvre es que con el desarrollo del doble fenómeno de industrialización-urbanización, se sumó a la sociedad una nueva contradicción ligada al crecimiento cuantitativo del espacio sin un respectivo crecimiento cualitativo adecuado.
El ecosistema urbano, nos dice el autor, genera maneras de vivir, cotidianidades, racionalidades y necesidades, que incluso penetran al campo en la modernidad, a esas islas de ruralidad que quedan en medio de las mallas de tejido urbano en expansión, lo cual intensifica la relación urbanidad-ruralidad. Este proceso de crecimiento de la urbanización por medio de la industrialización, produce un efecto de implosión y explosión de la ciudad tradicional, que se acompaña de una crisis de la agricultura y de la vida campesina tradicional, en esa medida, la contradicción campo-ciudad bajo el tejido urbano expandido se transforma en oposición tejido urbano-centralidad. En dicha metamorfosis, los “núcleos urbanos” (en nuestro caso, por ejemplo, la Candelaria en Bogotá) se acoplan como lugares de consumo y consumo de lugares, los antiguos centros entran concretamente en el valor de cambio sin perder valor de uso, y la ciudad pasa a hacer las veces también de lugar de gran comercio y crea, por ejemplo, el centro comercial como espacio cada vez más frecuente de encuentro alrededor del valor de cambio.
Inclusive, expone Lefebvre, la naturaleza y el campo entran dentro del ocio como forma de dejar atrás las ciudades-aglomeración (o producto), mercantilizándose también esta relación (como turismo por ejemplo), y muchas veces nublando otras posibilidades de desarrollo de lo urbano y la ciudad con el alegato del derecho a la naturaleza, entendido este último como escape. Así, en la ciudad moderna como resultado del doble proceso de industrialización y urbanización, se generaliza el valor de cambio configurando este, de forma determinante, la espacialidad y las relaciones sociales que se crean.
Asimismo, lo urbano y la ciudad se vuelven centro de lo administrativo y del poder, y centros productores de cultura. Se crean instituciones salidas de las relaciones de clase y de propiedad, donde el Estado ayuda a la burguesía a dirigir el proceso. Es de esta manera que la ciudad moderna, agrupando los centros de decisión, intensifica, organizándola, la explotación de la sociedad entera, por lo tanto, la ciudad interviene en la producción.
El urbanismo como praxis
Lefebvre nos indica que en el proceso de urbanización y edificación de la ciudad moderna, intervienen activa y voluntariamente clases o fracciones de clases dirigentes que poseen el capital y que controlan su empleo económico y las inversiones productivas, así como dominan a la sociedad entera por medio de la inversión de una parte de la riqueza producida, en la cultura y en el arte; clases dirigentes que tienen al frente (o tienen que enfrentar) a la clase obrera dividida también en fracciones según ramas de industria y tradiciones locales y nacionales. Por lo tanto, la urbanización y la ciudad moderna, aunque es el resultado final de acciones concertadas pero polarizadas en sus objetivos, tienen un carácter de clase en su interior, dado por el peso del toque de las clases dominantes.
“La consideración de la ciudad como obra de determinados agentes históricos y sociales nos lleva a una cuidadosa distinción entre acción y resultados, grupo (o grupos) y su producto, lo que no implica su separación. No hay obra sin sucesión regulada de actos y acciones, de decisiones y conductas, sin mensajes y sin código. No hay obra tampoco sin cosas, sin una materia a modelar, sin una realidad práctico-sensible, sin un espacio, sin una naturaleza, sin campo y sin medio. Las relaciones sociales se logran a partir de lo sensible…” (pág. 67). Por consiguiente, el autor nos sugiere una distinción entre la ciudad como el dato practico-sensible, y lo urbano como las relaciones sociales que se generan, entendidos ambos elementos bajo la unidad dialéctica que concretan.
Por lo anterior, se deduce que la vida urbana supone encuentros y enfrentamientos de diferencias, conocimientos y reconocimientos (en lo que se incluye la confrontación política e ideológica), maneras de vivir, en últimas, diferentes factores que coexisten en la ciudad. Así, si bien las ciudades han estado marcadas por agentes locales, también han estado signadas por la lucha de clases y las ideologías. Partiendo de lo descrito, es que finalmente el autor define la reflexión urbanística como aquella que se ha elaborado (o debe elaborarse) para realizar racionalmente los procesos de urbanización y construcción de ciudades, por lo cual, se podría afirmar que Lefebvre ve el urbanismo (o al menos lo sugiere) como un tipo de praxis específica.
Contradicción entre valor de uso y valor de cambio
La ciudad, entendida desde el punto de vista del autor como un todo orgánico, manifiesta una contracción entre “valor de uso (la ciudad y la vida urbana, el tiempo urbano) y valor de cambio (los espacios comprados y vendidos, la consumición de productos, bienes, lugares y signos)…” (pág. 45). Para Lefebvre la ciudad, producto de la acción humana, es una obra más cercana a la obra de arte que al simple producto material. Esta obra (las relaciones sociales que se generan en ella) realizada por personas y grupos determinados enmarcados en condiciones históricas, se debe entender como producción y reproducción de seres humanos por seres humanos, más que producción de objetos. Visto así (como obra más que como producto), para el autor es deseada una “realidad urbana en la que el uso (el goce, la belleza, el respeto a los lugares significativos) predomina todavía sobre el lucro y el beneficio, sobre el valor de cambio, los mercados y sus exigencias y presiones” (pág. 65).
Incluyendo Lefebvre en su libro algunas anotaciones metodológicas y de método específicas para el estudio y el entendimiento de la ciudad, se concentra en insistir en el doble proceso de industrialización y urbanización que da origen a la ciudad moderna en expansión, la cual se constituye sobre las ruinas de la ciudad tradicional, desposeyendo de sus elementos tradicionales a la vida campesina y atacando al campo (disolviéndolo), en beneficio de los centros urbanos, ya sean estos comerciales e industriales, retículos de distribución, centros de decisión, etc. Finalmente, la ciudad que emerge, afirma el autor, se acomoda a la empresa industrial, se vuelve un engranaje de la planificación, un dispositivo material que organiza la producción, controla la vida cotidiana de los productores y el consumo de los productos.
La lucha de clases al ser creadora de obras y de relaciones nuevas, se desenvuelve en la ciudad moderna, esta última llevada a una crisis por el dominio de una racionalidad estática y burocrática, economicista, propia del periodo histórico que se despliega determinantemente bajo la lógica de la acumulación de capital. En medio de ello, “los habitantes…reconstruyen centros, utilizan lugares para restituir los encuentros, aun irrisorios. El uso (el valor de uso) de los lugares, de los monumentos, de las diferencias, escapa a las exigencias del cambio, del valor de cambio…Lo urbano, al mismo tiempo que lugar de encuentro, convergencia de comunicaciones e informaciones, se convierte en lo que siempre fue: lugar de deseo, desequilibrio permanente, sede de disolución de normalidades y presiones, momento de lo lúdico y lo imprevisible…De esta situación nace la contradicción crítica: tendencia a la destrucción de la ciudad, tendencia a la intensificación de lo urbano y a la problemática urbana” (pág. 100 y 101).
Lefebvre señala que este planteamiento del problema urbano como consecuencia de la industrialización fue el que se le escapó a Marx, y fue el que Engels planteó solo desde el punto de vista del alojamiento. No se evidenció, de esta manera, cómo el reino del valor de cambio se apropia de la configuración urbana; cómo el Estado y la empresa aspiran a acaparar las funciones urbanas, desatando una crisis de la ciudad que va aparejada de una crisis de las instituciones, de la jurisdicción y la administración urbana. Muestra de ello, desde nuestra realidad actual, podría ser el dominio del capital financiero sobre la acción urbanística a escala planetaria, como poder permanente en esta dimensión, por encima de (o en coordinación con) cualquier gobierno político y sus respectivas instituciones.
Asimismo, parte de esta racionalidad que irrumpe con la ciudad moderna, ha entendido a esta desde su fragmentación (incluso desde disciplinas parciales) y ha llevado a su planificación desde este punto de vista. Por lo cual, la fragmentación de la vida predomina y se profundiza: en un lugar se duerme, en otro se trabaja, en otro se estudia y en otro se disfruta. La suma de elementos es la ciudad, y no la ciudad como totalidad. Dicha realidad debe condicionar una praxis con alternativa, desde la oposición entre los incluidos y los excluidos, desde los marginados de la ciudad que, a opinión del autor, pueden aspirar a una nueva constitución de lo urbano. Al respecto de dicha oposición, el autor referencia a Nueva York como la nueva Atenas, la cual es disfrutada por los ciudadanos libres que por filósofos tienen a los sociólogos.
En síntesis, el autor nos plantea: “¿Podrá la vida urbana recobrar e intensificar las casi desaparecidas capacidades de integración y participación de la ciudad, que no son estimulables ni por vía autoritaria, ni por prescripción administrativa, ni por intervención de especialistas?…para la clase obrera, víctima de la segregación, expulsada de la ciudad tradicional, privada de la vida urbana actual o posible, se plantea un problema práctico y por tanto político” (pág. 122). Y siguiendo con lo postulado, cuestiona: ¿La apropiación de lo actual es suficiente o hay que crear algo más profundo para conseguir el objetivo trazado?. Ante la ciudad históricamente formada que se deja de vivir y de aprender prácticamente, y que queda solamente como objeto del turismo y del esteticismo, Lefebvre demanda lugares cualificados, de simultaneidad y encuentros, donde el cambio suplantaría al valor de cambio. En este punto, de forma radical afirma, no se puede dar marcha atrás hacia la ciudad tradicional ni mucho menos huir hacia adelante en dirección a la aglomeración colosal e informe, es necesario, por lo tanto, y como superación, construir un hombre urbano nuevo.