Célula María Zabala
La conmemoración de los 51 años de las revueltas del Stonewall en New York marca un hito importante en los últimos años, para los movimientos sociales que luchan por la liberación de la sexualidad, en especial, para las poblaciones de Lesbianas, Gays, Bisexuales y personas Trans, que fueron protagonistas de la revuelta en este icónico bar, para defenderse de la brutalidad policial y de la sociedad conservadora.
Pero el Stonewall no es el inicio, es parte de una cadena de contiendas contra la imposición de un modelo hegemónico, que Engels ya había analizado en su texto “El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado”, señalando diferentes formas de organización humana desde el comunismo primitivo, en el cual se encuentran experiencias de diversas formas de familiaridad, matrimonios grupales, por clases sociales, diversos comportamientos sexuales, formas de organización social entorno al predominio de la mujer como cabeza de la familia con una idea difusa de “un padre”, conductas de poligamia, y en otros casos, monógamas, hasta la aparición de la propiedad en el ganado, la agricultura y finalmente, la primera división de la producción; la separación del trabajo entre sexos, como hito fundacional de la propiedad privada.
Según Engels “el origen de la monogamia (…) De ninguna manera fue fruto del amor sexual individual, con el que no tenía nada en común, siendo el cálculo, ahora como antes, el móvil de los matrimonios. Fue la primera forma de familia que no se basaba en condiciones naturales, sino económicas, y concretamente en el triunfo de la propiedad privada sobre la propiedad común primitiva” (p. 27.), y su consolidación con el surgimiento del cristianismo como cultura hegemónica hasta nuestros días.
Rivero (2005) explica cómo ya los primeros marxistas del partido Socialdemócrata Alemán (SPD), a finales del siglo XIX, habían elaborado al respecto “luchar contra la opresión de los homosexuales, como un problema basado en la ignorancia (…) sin tener una actitud clara sobre las raíces de la opresión y como atacarla” (p. 6), así mismo, recuerda que a “solo dos meses de la revolución de octubre de 1917, los bolcheviques habían acabado con todas las leyes en contra de la homosexualidad” (p. 6), a la vez que declaran derechos plenos a las mujeres (aborto, trabajo, estudio), hasta la llegada del estalinismo y la escuela ideológica que generó a nivel internacional.
Sin embargo, otras miradas dialogantes con el marxismo, el psicoanálisis y otras escuelas revolucionarias de pensamiento, como la de Frankfurt, retomaron estas ideas y comprendieron, que más allá de la igualdad formal – a conquistar-la liberación de la sexualidad hace parte de la misma historia de la humanidad y su opresión era funcional al capitalismo y su modelo tradicional de familia y propiedad.
Pero esta contienda, por el reconocimiento y la eliminación de formas de opresión contra un grupo humano, no ha sido solo en el campo de las ideas, al mismo tiempo, en la lucha latinoamericana, en donde el peso ideológico y cultural de los cristianismos, las formas de producción semifeudales y el bajo nivel educativo, han sido un factor fundamental para no comprender esta complejidad humana, en la que fueron protagonistas obvios las derechas hasta los partidos y líderes destacados de la misma izquierda, como Fidel Castro entre otros, que años después se excusara y compensara política e institucionalmente con avances significativos, la actitud contra los homosexuales en los primeros años de la revolución cubana.
Colombia no ha sido ajena a esta movilización social, ideológica y política, pues las personas LGBTI fueron de los sectores de la sociedad que independientemente de su opinión política, estuvieron en el centro de la confrontación y victimización del conflicto armado, pero también, desde los años setenta con León Zuleta, M. Velandia y otros activistas junto a los movimientos feministas, han trabajado por cosas tan básicas como la demostración del afecto en público, los derechos económicos y políticos, las luchas por la verdad, la reparación la posibilidad de la vida digna que superen las situaciones de múltiple exclusión del sistema educativo, de salud y el trabajo, agravado por no ser personas heterosexuales.
En consecuencia, las reivindicaciones de la población LGBTI son por la dignidad humana, un movimiento de profundas raíces revolucionarias que superen -sin excluirlo- el ámbito económico o de derechos, también ha sido una lucha por un nuevo tipo de sociedad en donde las personas pueden vivir y amar, plenamente en el marco de una sociedad verdaderamente justa.
Gracias a las conquistas obtenidas en los últimos años, el neoliberalismo también ha variado sus formas de negación de derechos, estigmatización y cooptación de las batallas por la emancipación sexual, acudiendo a discursos de promoción del odio como el concepto de “ideología de género” acuñado por los sectores más retardatarios a nivel internacional para atacar los derechos ganados y provocando también situaciones de estigma que rayan en la salud mental de las personas de la comunidad.
El ejercicio de la sexualidad como bienestar social
La crisis del capitalismo coincide con lo que algunos teóricos han denominado “la crisis de la heterosexualidad”. Y seguramente no es de coincidencias de lo que estamos hablando en este momento, tanto el sistema capitalista, como la heterosexualidad misma, se fundan en principios y grietas que dejan en la periferia a un sinnúmero de sujetos que por la fuerza hegemónica de la “normalidad” quedan por fuera del contexto social.
La relación entre “identidad” y “diversidad” se ha configurado, en la historia del marxismo, a través de una clara preponderancia de lo “idéntico” sobre el “diverso”. Así las cosas, la complejidad de las relaciones entre los seres humanos y la multiplicidad misma de lo que significa el ejercicio de la sexualidad terminan dejando a una gran mayoría fuera del canon hegemónico.
Las prácticas sexuales en sus infinitas posibilidades encarnan lo diverso; pero al mismo tiempo constituyen lo que podría denominarse como uno de los tabús más grandes de las sociedades. El ejercicio mismo de la sexualidad se ha restringido a ciertos espacios, lugares y contextos sociales donde se supone está bien y responde a lo que la sociedad espera de los sujetos. En este sentido, las prácticas sexuales diversas o no convencionales se convierten en objeto de señalamiento y discriminación por parte de los grupos que sostienen prácticas hegemónicas.
En este contexto, la necesidad es un efecto de una determinada configuración de las fuerzas sociales, lo que, en otras palabras, quiere decir que hay “necesidad” solo como consecuencia de la constitución de una hegemonía. Esto implica también que la necesidad se forma gracias a las ideologías, y que no se puede hablar de una ley de “causalidad” que funcione, por decirlo así, “por debajo” de las ideologías.
En suma, ideologías que aboguen por sociedades más igualitarias, deben considerar el ejercicio de la sexualidad como elemento central en su agenda. Una sociedad informada implica también el hecho de transformar dichas prácticas de segregación por prácticas liberadoras en las que el ejercicio mismo de la sexualidad se convierte en elemento central del bienestar social y la salud mental del colectivo.
VOZ
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