II Guerra Mundial: ¿Agresión, ocupación, liberación, rendición?

0
1196

Ancízar Narváez

Pasó sin grandes manifestaciones militares públicas la celebración, el 8 de mayo, de los 75 años del fin de la II Guerra Mundial y de la derrota del nazismo en Europa, una guerra producto de una serie de agresiones de la Alemania nazi contra diferentes pueblos y Estados europeos, la última de ellas contra la Unión Soviética, que significó finalmente su derrota.

El título de esta columna, como todos saben, proviene de una frase de Walter Benjamin: “La historia hay que mirarla a contrapelo”. Como casi todas sus afirmaciones más lúcidas, esta es una metáfora a la vez hermosa y exacta: es a contrapelo como se pueden ver las pulgas alojadas bajo el pelaje de  las mascotas. Es a contrapelo como se puede ver lo que las incomoda. Muchos intelectuales que reivindican su admiración, y aun su devoción, por Benjamin, cuando se trata de la experiencia socialista en Rusia y Europa oriental miran la historia en el sentido del peinado para no incomodar a los estilistas.

Los historiadores críticos nos enseñaron desde el colegio que la historia la escriben los vencedores. Pero después de la caída del Muro de Berlín y de la derrota del proyecto socialista en Europa Oriental, parece que muchos de los académicos occidentales olvidaron ese axioma y se empeñan en repetir la versión que los vencedores han propagado (en el sentido de propaganda) hace 30 años, según la cual lo que sucumbió fue una dictadura y no un sistema social.

Piero decía en su famosa canción sobre los (Norte) americanos, que si los americanos conocen Historia no es por haber leído “sino de haberla visto en cine americano”. Eso parece estar pasando hoy, pero ya no la ven en el cine sino en History Channel.

¿Y qué es lo que cuentan tanto la versión de History Channel como la de los análisis de los académicos occidentales?

Que la caída del Muro de Berlín y el derrumbe de la experiencia del socialismo en Alemania Oriental (cualesquiera que hayan sido sus fracasos y aciertos) fue una ‘liberación’ y que, por el contrario, la toma del Reichstag (edificio del Parlamento Alemán) por el Ejército Rojo, el 8 de mayo de 1945, y la consiguiente capitulación de los comandantes alemanes, fue una ‘ocupación’, de la que se liberaron en 1989. Esta es la tesis de la ultraderecha alemana, la cual espera una oportunidad de revancha contra Rusia (las tropas occidentales siguen ocupando Alemania hasta hoy), pues considera precisamente que lo que sucedió ese día fue una ‘Rendición’ y no una ‘Liberación’.

¿O sea que es lo mismo o más importante liberarse de una experiencia socialista que liberar, ya no solo a Alemania sino a toda Europa, del Nazismo? Ya nos enredamos ¿verdad?  Pues no; lo que pasa es que a veces los libertarios y demócratas de Occidente prefieren aliados como el príncipe de Arabia Saudita, quien ejecuta en la horca por cincuentenas a los disidentes religiosos, o descuartiza periodistas críticos en operaciones del más puro estilo de los gansters, que a un gobierno que signifique cualquier freno al capitalismo.

¿En qué se puede basar tal coincidencia? La explicación, simplificando también, es evidente: el anticomunismo. Esta es una ideología, o sea una idea primaria, esquemática y unilateral dirigida a justificar el poder, sobre todo cuando este se funda sobre la más evidente injusticia. Por ejemplo, el ‘presidente’ Duque decía en su campaña que hablar de impuestos a los latifundios era una forma de expropiación. Esta es la forma velada o abierta del clasismo, por eso cualquier idea que pretenda, ya no acabar con el capitalismo, sino plantear alguna forma de redistribución de la riqueza que garantice al menos la vida de todos los habitantes de una nación, se descalifica, se prohíbe o se elimina a sus partidarios bajo la bandera de la lucha contra el comunismo, presentándola como la lucha contra una dictadura y no como la lucha, moralmente insostenible, contra cualquier asomo de justicia social.

Ahora bien ¿qué importancia tiene esto, 75 años después? No olvidemos que el anticomunismo, como expresión del clasismo; el antisemitismo, el antiarabismo y la antiinmigración, como expresiones del racismo; y el anti-intelectualismo, como expresión del populismo, además del machismo y el guerrerismo, son las fuentes y las partes integrantes del Fascismo, que es la última salida a que ha recurrido el capitalismo en crisis. 

Pero tampoco olvidemos que la larga tolerancia de Occidente hacia Hitler se debió a que su principal bandera era la anticomunista o sea, la de acabar con el bolchevismo en Rusia, que finalmente había sido el único triunfo real contra el capitalismo. Es la única oportunidad en que se ha demostrado que hay vida posible fuera del capitalismo, que otro orden social es posible. Por eso hay que reivindicarlo, aunque sea para mostrar cómo no se debe hacer. Pero no hay que arrojar al bebé con el agua de la bañera.