Armando L. Acosta
Nicolás Suescún, poeta, narrador, diseñador y traductor, quien había nacido el 5 de mayo 1937 en Bogotá murió en la misma ciudad el 14 de abril. Es autor de la novela Los cuadernos de N, considerada por él y por algunos críticos como antinovela por su estructura y el desarrollo de la trama y la construcción del antiprotagonista y antipersonaje. La obra constituye una lección para todos aquellos que empiezan a transitar los difíciles senderos de la narrativa, siempre esquiva para quienes no asuman con disciplina y mística el quehacer de la literatura, como lo hizo desde sus primeros poemas y textos Nicolás Suescún.
Tanto en su narrativa como en su poesía expresó una crítica corrosiva y muy original sobre la realidad del país y de su clase dirigente y los beneficiarios del modelo político-económico que instauraron desde el momento mismo de la mal llamada independencia. Sin embargo no es una crítica que excluya la acción liberadora de los excluidos, ni la esperanza. Mejor que mil páginas críticas, son dos fragmentos de su narrativa y la poesía.
“N se ha puesto al margen de la sociedad. Ha querido ser más de lo que puede ser un hombre, y ha sido menos. No ha sufrido hambre, pero se ha desvelado. Ha sentido fríos desconcertantes. Ha sufrido como nadie. Pero todos los días se levanta y empieza a remover cosas. Parte de su trabajo, que según él algo tiene que ver con la esperanza”. Los cuadernos de N.
Lamento de un terrateniente
Misión cumplida,
invertido todo en finca raíz,
reposo sobre la tierra,
inversión segura,
metros y metros, todos cuadrados,
casa al borde del mar,
apartamento en Nueva York,
pisito en París,
chalet campestre al pie del páramo,
allí es más hondo el amor a la tierra
aunque sople demasiado el viento,
aunque inunde mis rosados pulmones,
aunque tiemblen mis blancas rodillas
y los frailejones canten canciones destempladas.
Y si alguien pide justicia
yo no lo oigo,
nada me apasiona,
enterrado en la tierra
¿qué puedo ver?
¿qué puedo oír?
¿qué puedo hacer?
¿qué puedo querer, fuera de tierra?
¿y será por eso que me dejo
llevar por la constelación mística?
¡Ah, sí, sólo los místicos me llenan
a mí, que vivo sin vivir en mí,
encerrado entre muros,
hundido en el concreto,
metido en los ladrillos,
encementado!
Y también en el campo de golf
cavando mi tumba
unos milímetros cada día
mientras se elevan las paredes
que me encierran.
¿Será por eso este sudor frío que me invade,
este agradable malestar que me corroe,
estas nubes de perfume que me embriagan,
esta tendencia insoslayable,
plutónica y tectónica?
O será este espejo que me engaña
en el que nunca jamás podré verme
como me vi una vez, así enterrado
como estoy, muy profundo en la tierra,
muy cerca de su candente corazón,
allí donde no llega la paloma
con su ramo de oliva.