Los expresidentes de la República protagonizaron dos episodios lamentables la última semana, que revelaron su verdadero talante narcisista y egocéntrico que tanto daño le sigue haciendo a la política colombiana
Roberto Amorebieta
@amorebieta7
Estos días los expresidentes de la República han vuelto a ser noticia, no solo por la comparecencia de Andrés Pastrana ante la Comisión de la Verdad, sino también por la frustrada reunión de la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores que debía celebrarse esta semana. Ambos hechos pusieron de nuevo en la agenda noticiosa a los cinco personajes que conforman esta singular galería que, hay que decirlo, retrata de muy buena manera lo que ha sido y sigue siendo la política colombiana.
Tal vez fue Felipe González, el ingratamente recordado expresidente español, quien mejor ha definido la figura de los expresidentes en una democracia: Son jarrones chinos, todo el mundo les tiene un enorme aprecio y reconoce su valor, pero nadie sabe dónde ponerlos. En Colombia sucede algo similar, o incluso peor, más aún cuando en los últimos años varios de nuestros expresidentes han abandonado la inveterada costumbre de retirarse de la vida pública y se han dedicado a continuar liderando sus respectivas facciones políticas.
Pastrana y el tiro en el pie
El primero en dar de qué hablar, y como siempre no por cosas buenas, fue el expresidente conservador quien la semana anterior asistió a una conversación con la Comisión de la Verdad donde se esperaba que explicara hechos relacionados con el Plan Colombia o la vertiginosa expansión paramilitar que se vivió durante su mandato. Pero no, a Andrés, como se le llamaba en campaña, no se le ocurrió una mejor idea que ventilar de nuevo el famoso proceso 8.000 y desempolvar una carta del año 2000 escrita por los hermanos Rodríguez Orejuela, líderes del cartel de Cali, donde revelaban que Samper sí sabía del ingreso de dineros del narcotráfico a su campaña.
Aunque los medios de la ultraderecha intentaron aprovechar la noticia para atacar de nuevo a Samper, como llevan haciéndolo más de 25 años porque no le perdonan su talante socialdemócrata, pocas horas después la euforia se desvaneció cuando los propios Rodríguez Orejuela hicieron pública otra carta dirigida a Pastrana donde le recordaban que la primera carta, la esgrimida en la Comisión de la Verdad, había sido escrita bajo chantaje cuando ellos estaban presos y que Pastrana, como presidente, les prometió no extraditarlos a cambio de firmarla.
Además deslizaron, de una forma que recuerda el estilo astuto y sagaz de los capos de este cartel, la afirmación de que también habían financiado la campaña conservadora de 1994: “…ayudamos en los últimos 50 años del siglo pasado tanto a liberales como a conservadores. Su campaña no podría ser una excepción y de eso un testigo de excepción podría ser el doctor Álvaro Pava hijo. La única manera en que usted podría decir que no lo sabe es que también haya sido a sus espaldas como en el caso hipotético del doctor Ernesto Samper”.
Con ello, Andrés se dio un tiro en el pie. Pretendió enlodar aún más a Samper y terminó acercando demasiado al fuego su enorme y frondoso rabo de paja. Fue por lana y salió trasquilado. Lo más risible fue cómo la campaña de desprestigio contra Samper que ya se estaba acelerando, sufrió un dramático reversazo y terminó convirtiéndose en un frenético lavado de cara del expresidente conservador por parte de los medios corporativos. No se sabe quién quedó peor, si Pastrana o sus medios áulicos.
Tras el incidente, dos cosas han quedado claras. Primero, Pastrana se lo pensará dos veces antes de arremeter de nuevo contra Samper, algo que se convirtió en el único motivo por el que lo entrevistan, por lo que deberá buscar algo interesante qué decir o resignarse a no aparecer más en medios y pasar al dorado retiro de los expresidentes. Y segundo, ¡qué bien le ha hecho al país la Comisión de la Verdad! Definitivamente es la verdad lo que puede sacar al país de este marasmo de sangre y cocaína del que no hemos logrado sacudirnos. Gracias al trabajo de la Comisión, el país podrá tener una versión más completa de lo sucedido durante el conflicto y podrá exigir responsabilidades políticas a quien corresponda.
Comisión que no asesora
El otro episodio que trajo a colación a los expresidentes fue la frustrada reunión de la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores. La Comisión es una instancia de consulta a la que están invitados todos los expresidentes y que se reúne cuando el presidente en ejercicio requiere asesoría en temas delicados de política internacional. Como se sabe, en los próximos días sesionará de nuevo la Corte Internacional de La Haya para tratar el tema del diferendo limítrofe entre Colombia y Nicaragua y era la oportunidad perfecta para que por fin el Estado colombiano tuviese una estrategia definida para proteger la integridad del territorio nacional.
Pero no fue así. Uno a uno, los expresidentes fueron declinando la invitación con diversos pretextos, pero ocultando las verdaderas razones para su inasistencia: Álvaro Uribe no puede estar en el mismo recinto que Juan Manuel Santos y Andrés Pastrana tampoco puede hacerlo con Ernesto Samper. Se odian y no pierden la oportunidad para lanzarse graves acusaciones: Pastrana acusa a Samper de socio de los narcos, este responde recordando el sórdido episodio del pedófilo Jeffrey Epstein, de quien Pastrana era acompañante frecuente. Uribe acusa a Santos de haberle entregado el país a las Farc y Santos lo ignora porque sabe que cualquier acusación contra él también será en su contra, pues fue su ministro de Defensa.
El único que no tiene una pelea casada es César Gaviria, pero su lamentable papel como enterrador del Partido Liberal lo convierte en una figura grotesca que no ha aceptado que su momento en la política colombiana ya pasó y que mientras busca afanosamente un cargo público para su hijo Simón, se dedica a convertir a su partido en una corrompida feria de avales.
En cualquier caso, la ausencia de los expresidentes revela, al menos, dos cosas: Primero, que los exmandatarios no solo no tienen la capacidad de poner los intereses del país por encima de sus diferencias personales, sino que su protagonismo -tal vez con la única excepción de Santos- se deriva del triste papel que insisten en desempeñar en la política nacional. Son como esos padres de familia que no dejan crecer a sus hijos y les controlan todos sus movimientos, no porque desconfíen los muchachos sino porque saben que la adultez de sus hijos es la prueba más brutal de su propio envejecimiento.
Y segundo, que la capacidad de convocatoria de Iván Duque es nula. Si el presidente no es capaz de reunir la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores en momentos tan álgidos como este, no es capaz de mayor cosa. Está visto que lo único que le queda a Duque es el presupuesto, la mermelada, que reparte cada vez que necesita el voto favorable del Congreso y la represión policial. De resto, no se lo toman en serio la ciudadanía, ni su propio partido, ni los Estados Unidos y ahora tampoco los expresidentes.
Cuarto de San Alejo
Con algunos líderes políticos sucede lo mismo que con ciertas parejas, de esas que ahora llaman “tóxicas”: Al principio nos deslumbran con sus palabras, luego nos desencantan con sus acciones y solo tras la ruptura, nos damos cuenta de que compartíamos la vida con alguien dañino. A los expresidentes hemos podido medirlos mejor cuando han dejado el solio de Bolívar y el balance es francamente lamentable. Así como desterramos al olvido a nuestras exparejas “tóxicas”, así mismo deberíamos tener un cuarto de San Alejo para tanto jarrón chino que no sabe sino estorbar.