Se destapa la agenda internacional de la administración del presidente Joe Biden
Alberto Acevedo
La llegada de Biden a la Casa Blanca confirma la tesis de algunos analistas políticos: a veces las formas cambian, pero el país sigue siendo el mismo. El gobernante demócrata, en su discurso de posesión y en las primeras medidas administrativas, prometió afianzar el liderazgo de los Estados Unidos y abogar por una política de entendimiento con sus aliados y vecinos. Pero lo que ha hecho hasta ahora es lo contrario. Ha esgrimido el garrote contra tirios y troyanos.
El episodio más grotesco, digno de un típico vaquero del antiguo Oeste, fue cuando en unas declaraciones a un programa de televisión calificó de “asesino” al presidente de Rusia, Vladimir Putin. Lo acusó de pretender socavar su candidatura presidencial en 2020, interviniendo en los asuntos internos de Estados Unidos, en favor de la campaña de Trump y por lo tanto, dijo, pagará las consecuencias de ello.
En esta política de amenazas irresponsables, basada en confabulaciones irresponsables de sus servicios de inteligencia, el actual mandatario norteamericano no se diferencia de su antecesor. El mundo esperaría que el mandatario abandone la intemperancia verbal y enfrente las diferencias que mantiene con Rusia por los canales diplomáticos, como lo hacen las naciones civilizadas.
El que lo dice lo es
Por su parte el presidente Putin le respondió de inmediato, con un atisbo de ironía: “Qué le puedo decir? Mantente saludable. Le deseo buena salud. Siempre vemos nuestras propias cualidades en las otras personas. Como si nos viéramos en un espejo…” “Nosotros, aunque ellos piensen que somos iguales, no, lo somos. Somos diferentes. Tenemos un código genético, cultural y moral diferente. El que lo dice lo es”.
El canciller ruso, Serguéi Lavrov, dijo al respecto: “En gran medida, Estados Unidos ha olvidado cómo se realiza la diplomacia clásica. La diplomacia implica la relación entre las personas, es la capacidad de escuchar a otros, tomar en consideración su punto de vista, encontrar un equilibrio de intereses”.
Esta estrategia fue la que Estados Unidos no usó tampoco frente a China. En una reunión de alto nivel celebrada entre representantes de las dos potencias en Alaska, en la tercera semana de marzo pasado, Estados Unidos violentó todos los protocolos diplomáticos establecidos para este tipo de encuentros. Antes de la cita, Washington anunció sanciones contra directivos de la Asamblea Nacional (parlamento) del país asiático, por estar tramitando una ley que regula las elecciones internas en Hong Kong.
Bajo nivel de relaciones
La delegación norteamericana, encabezada por el novato Secretario de Estado, Anthony Blinken, quiso imponer en la mesa de discusiones temas que no estaban agendados, como el de la situación en la península de Corea o los de la región Asia Pacífico. La propuesta recibió un rotundo rechazo de la delegación china, que le recordó que la agenda era sobre termas bilaterales, relacionados con resguardar la paz en el mundo, la lucha contra la pandemia y contra el cambio climático.
De la reunión se lograron apenas unos tibios compromisos en relación al cambio climático. No hubo una declaración conjunta, ni siquiera una rueda de prensa de las partes. Tampoco la fecha de un próximo encuentro. Las relaciones entre las dos potencias se encuentran en el nivel más bajo de su historia.
Estamos ante una estrategia demencial en el manejo de la política internacional. Washington amenaza a las empresas alemanas que participan en la construcción de un gasoducto con Rusia que surtirá de combustibles a la población germana. Amenaza a la India si no revierte la compra y despliegue de misiles rusos S-400. Llama a las potencias occidentales a renovar la alianza contra Irán, para doblegar al país persa y cortar un punto vital de la ruta de la seda china.
Al filo de la guerra
Amenaza a Corea del Norte realizando maniobras militares frente a sus costas. Frena la retirada de tropas de Siria, donde mantiene la ocupación de una franja de su territorio. Activa una escalada bélica en Ucrania para atacar a las repúblicas populares de Donestk y Lugansk, como un caballo de Troya contra Rusia. En fin, estimula la intervención contra la república bolivariana de Venezuela.
Washington parece que no ha caído en cuenta que la época de la guerra fría terminó y que estimular semejantes acciones colocan a la humanidad al borde de una catástrofe mundial. El prestigioso analista norteamericano Noam Chomsky advierte que estas tentativas hegemónicas, pueden terminar en una confrontación nuclear.
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