Juegos Olímpicos, resistencias y poder

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Tommie Smith y John Carlos, atletas estadounidenses, hacen el saludo de las Panteras Negras en la premiación de los 200 metros planos en los Juegos Olímpicos de México en 1968

En el marco de las actuales justas deportivas se ha reabierto el debate sobre la relación entre deporte y política. Presentamos cinco episodios donde los acontecimientos competitivos se combinaron con tensiones propias de la conflictividad social

Simón Palacio
@Simonhablando

El judoca argelino Fethi Nourine se retiró de los Juegos Olímpicos de Tokio después que en el sorteo se determinara un posible combate con el deportista Tohar Butbul de Israel. “Trabajamos mucho para llegar a los Juegos Olímpicos, pero la causa palestina es más grande que todo esto”, dijo Nourine a la prensa de su país el pasado 24 de julio.

Este polémico episodio, donde un deportista toma posición política sobre un tema sensible como el genocidio israelí contra el pueblo palestino, revive la polémica cuando las/os atletas opinan y confronta la directriz oficial trazada para las justas deportivas. El Comité Olímpico Internacional diseñó para los juegos de Tokio la norma 50, donde «no está permitida cualquier demostración propagandística política, religiosa o racial en ninguna sede olímpica».

Particularidades y protestas

Los Juegos Olímpicos Tokio 2020 se enfrentan no solo a la pandemia del covid-19 y a las tribunas sin público, sino también a las sanciones por dopaje, a escándalos machistas al interior del Comité Organizador, al castigo hacia la Federación Rusa que se presentó sin nombre, bandera, ni himno, y un largo etcétera de particularidades que hacen de este evento deportivo internacional uno de los más extraños en la historia.

De igual forma, como en Río 2016, en esta oportunidad el pueblo japonés también es protagonista. Antes de la sobria inauguración y ya en pleno desarrollo de las competencias deportivas, una buena parte de la ciudadanía ha salido a las calles para manifestarse. “La vida es más importante que los Juegos Olímpicos”, es una de las múltiples consignas levantadas en las calles de Tokio ante el récord de contagios y muertes por cuenta del covid-19 en Japón.

Más allá de la Carta Olímpica

Lo que está ocurriendo en Tokio 2020 reabre el debate sobre la relación que existe entre deporte y política. A través de la llamada Carta Olímpica, las personalidades que impulsaron los Juegos Olímpicos en la era moderna (en especial, el barón Pierre de Coubertin), establecieron que las justas deportivas “debían servir para inspirar a la humanidad en su lucha por superar las diferencias políticas, económicas, de género, raciales y religiosas”.

Si bien, las buenas intenciones de estos “humanistas” diagramaron una especie de “idealismo romántico” que perseguía la idea de poner al deporte al servicio del desarrollo armónico de la humanidad, lo cierto es que a lo largo de la historia varios acontecimientos dejaron en evidencia la fragilidad que adquiere el binomio deporte-política.

El problema es de aproximación. Para la institucionalidad olímpica, estampada en la norma 50, el deporte es deporte y la política es política. Pero para el pensamiento crítico, los acontecimientos son estructurados por la fórmula gramsciana que determina que “todo es política”.

El fracaso de la superioridad aria

En 1936, el Tercer Reich liderado por Adolf Hitler utilizó los Juegos Olímpicos de Berlín como propaganda para demostrar la superioridad de la raza aria. Cuando el atleta estadounidense Jesse Owens consiguió cuatro medallas de oro en las justas deportivas, el mito fabricado fue confrontado por el talento de un deportista negro, considerado por el nazismo como racialmente inferior.

Durante el evento la propaganda antisemita fue retirada, al igual que fue suspendida la brutal persecución en contra del pueblo judío. Hitler instrumentalizó los Juegos Olímpicos, limpió temporalmente la imagen de Alemania ante la comunidad internacional, al mismo tiempo que publicitó su proyecto político.

La Unión Soviética y los deportistas leales a la República española boicotearon el evento, mientras que los países de occidente que no veía en el nazismo un peligro, asistieron y celebraron el éxito del evento deportivo. Tres años después estalló la Segunda Guerra Mundial.

“Queremos revolución”

Diez días antes de inaugurados los Juegos Olímpicos de México en 1968, se reunieron cerca de 10 mil estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas en Ciudad de México. “¡No queremos olimpiadas, queremos revolución!”, gritaba el estudiantado rebelde en contra del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, perteneciente al hegemónico Partido Revolucionario Institucional.

Cinco mil soldados rodearon la manifestación y francotiradores de la guardia presidencial se apostaron en el edificio de Tlatelolco, urbanización que rodea la plaza. Con la orden presidencial, comenzó la masacre. El 2 de octubre, cerca de 400 estudiantes cayeron muertos. El 12 de octubre fueron inaugurados los juegos. Nadie de la comunidad internacional protestó.

Sin embargo, la impronta del año de 1968 quedará para la historia como un momento extraordinario de agitación. En mayo las calles de París se estremecieron ante la revuelta estudiantil que siendo realista pedía lo imposible y en agosto la primavera de los reformistas checoslovacos fue aplastada por el Pacto de Varsovia, mientras la Guerra de Vietnam experimentaba uno de sus años más sangrientos.

Cuando los atletas Tommie Smith (Oro) y John Carlos (Bronce) subieron al podio de los 200 metros planos y en pleno himno de los Estados Unidos levantaron el puño, el Black Power se tomó los Juegos Olímpicos de México 1968 con un mensaje contundente en contra del racismo estructural de la sociedad estadounidense. Expulsados del equipo olímpico, luego fueron tratados como delincuentes y sus carreras deportivas cayeron en desgracia.

La tragedia de Múnich

El 4 de septiembre, a seis días para finalizar los Juegos Olímpicos de Múnich en 1972, ocho miembros de la organización militar palestina Septiembre Negro entraron a la villa olímpica y secuestraron a la delegación de deportistas israelíes.

Pedían la liberación de 230 palestinos presos en Israel y la liberación de Andreas Baader y Ulrike Meinhof, miembros de la Fracción Ejército Rojo quienes se encontraban presos en la Alemania federal.

Luego de infructuosas negociaciones y un intento de rescate fallido, el saldo fue trágico: Once deportistas israelíes, cinco rebeldes palestinos y un policía alemán muertos, en un teatro bélico televisado en vivo y en directo. En contraposición, los juegos no fueron suspendidos y se clausuraron el 11 de septiembre.

Los boicots de la guerra fría y una reflexión

Aún son recordados los boicots que protagonizaron Estados Unidos y la Unión Soviética en los juegos de Moscú 1980 y Los Ángeles 1984. En ambos casos, las potencias de la Guerra Fría pusieron sus diferencias geopolíticas en el plano deportivo.

La intervención militar soviética en Afganistán en diciembre de 1979, determinó la decisión del presidente demócrata Jimmy Carter de aislar los juegos de Moscú. Junto con la delegación de los Estados Unidos, 65 países se abstuvieron de participar. Curiosamente la delegación colombiana en esa oportunidad no se unió a la directriz estadounidense.

En respuesta, la Unión Soviética y varios países de Europa del Este decidieron boicotear los Juegos Olímpicos de Los Ángeles en 1984. Cerca de 13 países decidieron no asistir a las justas deportivas.

Para finalizar y con los casos históricos citados, es importante invocar las reflexiones del antropólogo Carlos Freixas: “El deporte está estrechamente vinculado a las condiciones históricas generales, refleja de manera dramatizada la naturaleza de las instituciones centrales de la sociedad en cada momento histórico, las formas de ejercicio de la hegemonía cultural y las resistencias frente a esta hegemonía”. Por lo tanto, es imposible despolitizarlo.