A la crisis económica en el balompié profesional del país, que se agudizó ante las medidas de las autoridades para enfrentar la pandemia, se le suma la perdida de legitimidad de la dirigencia deportiva frente a la afición y a la sociedad en general. Historia de una ruina anunciada
Óscar Sotelo Ortiz
@oscarsopos
“La historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber. A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí”, sentencia Eduardo Galeano en la introducción de su libro El fútbol a sol y sombra.
Para el escritor uruguayo, el fútbol profesional actual condena todo lo que no es rentable. Convertido en espectáculo, es uno de los negocios más lucrativos del mundo, “que no se organiza para jugar, sino para impedir que se juegue”. Con el libreto impositivo del mercado como telón de fondo, el fútbol ha renunciado a la alegría.
Sobre la crisis
Orientadas por la poderosa Federación Internacional de Fútbol Asociado, Fifa, las sucursales nacionales del balompié deben adaptarse a las dinámicas de la industria; Colombia, por supuesto, nunca ha sido ajena a la tendencia.
Desde sus orígenes hasta el día de hoy, el fútbol criollo se ha estructurado a partir del guion. Entre idas y venidas, éxitos y fracasos, el juego en su generalidad es un recluso de la empresa capitalista. La pelota, el estadio, la hinchada, los jugadores y un largo etcétera de protagonistas están forzados a seguir las dinámicas que se derivan de la poderosa máquina. La dirigencia futbolística cumple su rol compartido de mercaderes y patronal en este particular sistema económico.
Al estar sumergida en la contingencia del capital, el fútbol es vulnerable a las crisis económicas que siempre son mitigadas con la pasión de la gente. Hasta hace unos meses, la radiografía del balompié colombiano era una insostenible y preocupante recesión que nuevamente resolvería la afición.
La parasitaria dirigencia
“Son más corbatas que jugadores”, comentó mi padre indignado al ver el palco oficial de la delegación colombiana en el pasado mundial de fútbol en Rusia 2018. Tenía razón. Fueron cerca de 70 personas identificadas como directivos colombianos y más de 3.5 millones de dólares en viáticos para esa parasitaria representación.
En Colombia los directivos pueden ser caracterizados a partir de dos lugares. El primer nivel está en los clubes privados, donde según las dinámicas particulares del equipo, estos cumplen su rol de conducción tanto institucional como empresarial del club. El segundo nivel, son los dirigentes nacionales de la Federación Colombiana de Fútbol, FCF, ente que rige las leyes generales y está afiliada tanto a la Confederación Sudamericana de Fútbol, Conmebol, como a la Fifa; y la División Mayor de Fútbol Colombiano, Dimayor, entidad encargada de administrar y reglamentar los diversos torneos del balompié del país.
En otras palabras, tanto la estructura del fútbol colombiano como los agentes que la administran, configuran una robusta como inútil burocracia.
“Tuerquita” y Vargas Lleras
Desde el 8 de junio de 2018, el abogado antioqueño Jorge Enrique Vélez es el presidente de Dimayor. Este pintoresco paisa, que se inició en la política de la mano de Luis Alfredo Ramos, investigado por nexos con el paramilitarismo, terminó siendo un alfil de Cambio Radical y de Germán Vargas Lleras.
“Tuerquita”, sobrenombre de Vélez acuñado por la prensa crítica en referencia al popular payaso de la década de los setenta y ochenta, llegó a la presidencia de la máxima instancia del fútbol colombiano por su cercanía al mundo político, pero en especial a Vargas Lleras.
Su misión: salvar al fútbol colombiano de la inminente crisis, que la misma dirigencia se había encargado de fabricar. El mismo Germán Vargas Lleras en una columna para el diario El Tiempo fechada el 11 de enero del presente año, describía las dificultades que su pupilo estaba llamado a resolver.
Para Vargas Lleras, reconocido hincha de Santa Fe, el estado lamentable del fútbol colombiano se entiende a partir de los siguientes datos: 17 clubes de la primera división están en causal de liquidación; entre 2017 y 2018 las instituciones deportivas de fútbol perdieron más de 58 mil millones de pesos; la asistencia a los estadios es paupérrima en comparación con otros países, pues 7.300 personas por partido es una cifra muy baja con relación a Argentina o Brasil que promedian 17 mil personas por presentación; y los derechos de televisión les dejan a los clubes un millón de dólares al año muy por debajo del promedio internacional.
Tiro por la culata
La estrategia del binomio “Tuerquita”-Vargas Lleras, aplaudida por los clubes de fútbol, fue que la afición futbolera asumiera el costo de la crisis. Con la renegociación del contrato de transmisión nacional por 36 millones de dólares y el de transmisión internacional por 60 millones de dólares, la Dimayor le apostó todo a la privatización del deporte.
La puesta en marcha de la iniciativa Win Sports+, un canal premium cuyo costo es el de 30 mil pesos mensuales adicional a la cuota que se paga al cable operador, sería la táctica para asegurar retorno financiero en medio de la crisis.
“Al hincha le quedan dos alternativas, o ir a los estadios o pagar por ver”, contestó en alguna oportunidad con arrogancia Jorge Enrique Vélez. Ante la iniciativa de algunos parlamentarios en declarar el fútbol como un deporte de interés nacional, “Tuerquita” respondió que el fútbol es un negocio privado y que, si existe algún interés del Estado por abrir la señal, tendrá que pagarlo.
La Dimayor puso en marcha su maniobra con resultados negativos en suscripción, cuantificados en los niveles de rating por debajo del punto en casi que todas las presentaciones deportivas ofertadas por el canal premium.
Sin embargo, la estocada final del fracaso vino con algo inesperado. Con el estado de emergencia ocasionado por la pandemia del Covid-19 en el mundo entero y el subsiguiente aislamiento obligatorio en el país, la ecuación sufrió variaciones agudizando al límite la crisis económica del fútbol colombiano. Con los torneos profesionales suspendidos, no hay taquilla y el canal no tiene nada que ofertar salvo refritos.
El otrora arrogante presidente de Dimayor, salió el pasado 30 de marzo, con “el rabo entre las patas” a pedir auxilio económico del Estado, eso sí, sin considerar rebajarse el jugoso sueldo de 70 millones de pesos mensuales como un acto de empatía y solidaridad con los trabajadores del fútbol colombiano que sufren la crisis.
Nadie los apoya
Desde el principio, la afición futbolera se opuso a la iniciativa del canal premium. Las razones son estrictamente económicas, pues van desde el elevado precio por tan poca oferta deportiva, como el abuso que significa cobrar por ver fútbol nacional.
En el diagnóstico elaborado por Vargas Lleras con referencia a la mala taquilla en los estadios nombra todo, bajo nivel del espectáculo, escenarios incómodos e inseguridad, pero no dice nada de la situación económica del hincha que vive al día con el bajo poder adquisitivo asignado al trabajador común y corriente.
Es el momento perfecto para recordar el trapo que se extendió en el estadio El Campín en febrero del presente año. “#LosPagaráSuMadre” decía la tela, que duró menos de tres minutos extendida ante la intervención de la Policía Nacional. En estos días, frente a la actitud conveniente de la dirigencia parasita, la gente volvió a manifestarse con el #LosApoyaráSuMadre.
La burocracia de los dirigentes del fútbol no solo lo han llevado al juego nacional a una bancarrota financiera y moral, sino que carecen de toda legitimidad social para resolver la crisis; para lanzarse a la prohibida aventura de la libertad, el fútbol colombiano debe democratizarse o sencillamente morirá.
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